18 de marzo de 2009

'El fantasma y la señora Muir": mar, soledad y amor más allá del tiempo



Entre las miles, tal vez millones, de películas que vemos a lo largo de nuestras vidas (algunas soberbias, otras aceptables y unas más, tal vez demasiadas hoy en día, completamente execrables) las que no superaron demasiado la barrera temporal de la década de los años cincuenta del siglo pasado poseen, en general, un encanto especial. Hablamos, sobretodo, de películas con origen estadounidense, pero podríamos extender el comentario y aplicarlo a casi todo ámbito geográfico de la época (me viene a la memoria títulos como "Ladrón de bicicletas" o "Rashomón", por ejemplo). Seguramente ello se deba a su cromatismo bipolar, enriquecido por una gama inacabable de grises, por la maestría de ciertos directores, por la atención a los 'pequeños' detalles (decorados, vestuarios, fotografía, etc.) y por una excelente adaptación de textos literarios clásicos o modernos sin menoscabar su calidad ni adulterarlos zafiamente.

Joseph L. Mankievich, director talentoso y capaz de otras joyas como Eva al desnudo o De repente, el último verano, tuvo a bien, para esta primeriza obra maestra, contar con la ayuda de Philip Dunne, quien elaboró el guión basándonse en una novela de R. A. Dick (seudónimo de la escritora Josephine Aimee Campbell Leslie), publicada en 1945. La película, estrenada en 1947, contó con la presencia de la bellísima Gene Tierney (señora Muir) y el gran Rex Harrison (capitán Gregg), amén de una música incidental inigualable a cargo de Bernard Herrmann y una inefable fotografía de Charles B. Lang.



Mankievich logra apuntarse varios tantos de una sola tacada con "El fantasma y la señora Muir". Primero, enlaza y mezcla, con maestría y coherencia, varios géneros: algo de terror en sus inicios, comedia inteligente con un ácido sentido del humor (y algo misógino, en el caso del capitán) en su parte central, y un melodrama hacia la conclusión. Segundo, colma el film de menciones, críticas o reproches sociales, sin resultar nada cargante; por ejemplo, la protección excesiva y molesta, amén de represiva, de las "arpías" (la suegra y cuñada de la señora Muir), la vacuidad de algunas relaciones humanas, etc. Tercero, emplea apenas un par de decorados en todo el metraje (las estancias de la casa junto al mar que alquila la señora Muir, las dependencias de una editorial y apenas algún otro), dando más bien la impresión de contemplar una obra teatral que cinematográfica, con la cercanía y familiaridad que supone para el espectador. Y, cuarto, dota y arropa el film de brillantes, sucintos y elegantes diálogos con tintes poéticos, incluso filosóficos, acerca de nuestra condición y situación mundana, sin caer en absoluto en moralinas pobres o falsas o en intelectualismos de tres al cuarto.



Para no extender demasiado esta reseña me centraré en tres puntos que creo son relevantes. Por una parte hallamos la morada, la casa a orillas del mar que la protagonista alquila, pese a las reticencias del responsable de la inmobiliaria por la presencia de, según él, "fantasmas". La situación de la misma, la presencia de las aleteantes gaviotas, del horizonte acuático y el aire puro, aunque cargado de humedad, son los elementos que fraguan el entorno en el que transcurre la acción. La casa y su enclave son concomitantes con la existencia, algo solitaria, individual (pese a que la señora Muir trae consigo a su hija y su criada) y libre que busca, o que ya posee, el personaje de Tierney. El énfasis en este maridaje no es banal; si modificamos el terreno de la trama, si lo trasladamos a una ciudad, por ejemplo, cambiaría toda la búsqueda personal, toda la magia que anida en esa consigna que ella persigue. Por tanto, "La gaviota" abre, permite y expande lo que Muir pretende: verse, tenerse y sentirse a sí misma.

Por otra parte, desde luego, está la relación que se establece entre ella y el capitán Gregg. Pero, es claro, no se trata de una relación amorosa convencional. Gregg, como tal, no existe, o mejor, existe siempre, o sólo, cuando ella quiere que lo haga. Más que un amante (metafísico), un amor platónico o un ser por quien sentir afecto o pasión, la señora Muir percibe en él un capitán, un capitán que abandona las aguas y los mares para tratar de dirigir la nave ontológica que Tierney interpreta. Le cambia sus costumbres, su lenguaje, sus modales y hasta su nombre, y no lo hace por amor, sino porque con ello está endureciendo su espíritu, su personalidad, está mutando y transformándose en una mujer verdadera. Gregg (que es como decir, si se quiere, una fuerza propia del personaje femenino abstraída en la figura del capitán) reorienta a Muir de forma que ésta alcanza la madureza y la templanza necesaria. La vida real, es decir, la 'otra' vida real, acabará por reemplazar estas "enseñanzas", devolviendo a la señora Muir su debilidad, su endeblez psíquica, y no por abrirse a esa vida o ese mundo exterior, sino por hacerlo olvidando, postergando o abandonando lo que el capitán (ella misma, repetimos) había obrado en su fuero interno.



La relación amorosa entre ambos, que existe y es intensa aunque carente de contacto físico alguno (o quizá lo sea gracias a ello) es especial, naturalmente. Se trata de un amor más allá de todo tiempo y espacio, un cariño mutuo engendrado por un apego hacia el otro, situado en una dimensión siempre inalcanzable. Es, tal vez, el amor al que están destinadas, en vida, ciertas personas, un amor arquetípico, desgarrante por su imposible realización final en el mundo de los sentidos, aunque agudo y apasionado como sólo un amor imposible es capaz de serlo. La señora Muir es, justamente, una de esas personas. Ella trata de amar en el mundo de los vivos, pero medran a su alrededor seres que no desean más que su mismo provecho (por ejemplo las "arpías" y el desgraciado "Tío Nely", magistralmente interpretado por George Sanders...). Sólo cuando cede, ya al final de su vida, cuando sus fuerzas fallan y pierde una vida, entra en la otra, la que ella, y nosotros, esperábamos por fin. Esperamos y deseamos que Muir muera, para que viva, para que logre amar, por fin, en el plano y el contexto que le corresponde.

Julián Marías lo ha expresado de esta forma:

"La película de Mankiewicz es, sin embargo, una película sobre las palabras, sobre su fuerza, su capacidad de encantamiento, de persuasión, también de instigación, de seducción y de enamoramiento. No sólo trata de eso, pero sin duda trata también de eso (...) El fantasma y la señora Muir no es un mero cuento de hadas ni un mero cuento de fantasmas; y aunque su director, Joseph Mankiewicz, la considerara una obra temprana y de aprendizaje, al hacerlo logró la película que en mi opinión ha llegado más lejos en algo a lo que ni el cine ni la literatura se han atrevido a menudo: la abolición del tiempo, la visión del futuro como pasado y del pasado como futuro, la reconciliación con los muertos y el deseo sereno e íntimo de ser por fin uno de ellos".



El último aspecto que quería destacar es la soledad. El primado de este sentimiento, de esta sensación y esta forma de ser, es lo que lleva a Muir a edificar el entramado imaginario/real del capitán Gregg. Ella conoce, disfuta y se mece al batir de la soledad en "La Gaviota", pero el régimen de una soledad extrema es insoportable. La solución puede ser recrear la existencia de una personalidad inexistente (los niños "inventan" entes similares para su propio crecimiento y bienestar enmedio de un entorno solitario, por eventual que sea) que cubra cierto vacío interior, o una necesidad no saciada (como es este caso). Pero la soledad no es la enemiga; nunca lo ha sido, en verdad. Pese al amor hacia los demás nuestra soledad, bien vivida, bien llevada y lejos de radicales extremos, cultiva aquello que somos para que crezca un fruto invencible e, incluso, inmortal. El personaje de Gene Tierney afirma admirablemente con las siguientes palabras lo que significa, en verdad, la soledad:

"A veces te sientes más sola con otras personas que cuando estás sola de verdad. Por mucho que las quieras".

No es éste un epitafio triste, pese a su apariencia. Tampoco lo es el de la película de Mankievich. La soledad y la compañía, la tierra y el mar, la noche y el día, y desde luego la vida y la muerte, no son más que realidades ambidextras y complementarias. No forman, unas, lo deseable, y otras, lo desdeñable. Antes bien, todas componen un corpus de realidad al que nos sujetamos antes, durante y después de existir. Es, de hecho, nuestra prerrogativa como seres humanos. Aprovechémosla, porque tan sólo tenemos, como el capitán Gregg aseguró, "toda la eternidad a nuestra disposición".

10 comentarios:

M. Domínguez Senra dijo...

Yo diría que no he visto esta película, y tu reseña y los fotogramas me lo hacen lamentar. Hay tantas cosas por hacer, por leer, por ver, por oír, que a veces tengo la sensación de estar perdiéndome algo. Otras, me lo tomo como un aviso a tener en cuenta para una oportunidad que ni pintada.

Bonita renovación del diseño, y eso aún con el contraste con Mankievich, que a veces rozaba el nácar en los tonos.

Un beso.

Whivith dijo...

Uf:
Sé perfectamente que he visto la peli y que, en su día, me encantó. El fallo es que era demasiado pequeña para acordarme de toda la pelicúla en sí.
El recuerdo que tengo es la sensación de un amor "añorante" y de la impresión de soledad que tu describes y de amplitud de espacios.
No sé si, ahora, será facil de encontrar esta peli, me imagino que sí, claro. A estas alturas de tecnología pocas cosas son las que caen fuera de nuestro alcance.
La verdad, esta es una de esas pelis que tengo ganas de volver a ver.

Besicos

elHermitaño dijo...

Aa: me sucede lo mismo. Me entristece saber cuántos tesoros (cinematográficos, literarios, musicales, etc.) estoy dejando en la cuneta mientras me enfrasco en seguir mi propio camino de intereses. Esta película, por suerte, pronto he podido verla, disfrutarla, e interiorizarla, hasta quizá el exceso (sus diálogos a veces surgen en mis conversaciones...)

Wi: cuando ves películas en tu infancia y las revisas en la madurez, a veces pierden encanto. Pero te puedo asegurar que ello no sucederá en este caso. Por cierto, el film no está disponible en DVD, porque lo han descatalogado, según creo. Una lástima, sin duda..., aunque podemos consolarnos con la mula y el ares, afortunadamente.

Un beso para ambas.

. dijo...

Tiene buena pita. La apunto.

saludos

elHermitaño dijo...

Gracias por tu visita, amigo.

Un saludo.

Carmen dijo...

En el anomenat "Canal 8", de La Vanguardia, la van emetre fa uns tres anys i la van repetir durant un parell de mesos un cop a la setmana. Que gran joia.

elHermitaño dijo...

Gràcies, Carmen, pel teu comentari.

Llàstima que per açí C-9 no solga emetre-la; malgrat Punt 2 de tant en tant sí que reposa cine clàssic, aquesta no recorde haver-la vist mai...

I és molt injust...

Abrassos.

Anónimo dijo...

La vi ayer por vez primera gracias a Garci, y he de confesar que no me fuí a dormir por ver a la bella Tierney, pero solo tardé unos minutos en engancharme a la relación entre el capitán y la viuda, fantástica película, desconocida para el gran público, que merece la pena ver, buena "crítica", Hermitaño.

elHermitaño dijo...

Gracias por la visita, anónimo.

Saludos.

Orlando Granda dijo...

"Qué sola debió sentirse con sus alfombras tan limpia", Dice Lucy en la película. Formidable. Una bella película.