11 de agosto de 2009

"Fuga mundi"



Aterrizo en casa calado hasta los huesos. Rozan ya las cinco de la tarde. La calle está inhabitada, demacrada, muerta por el calor y la humedad. Afuera ya no hay mundo; dentro de mí, es decir, mi propio mundo, tampoco lo hay. ¿Responsable? Yo. ¿Causa? El trabajo, naturalmente.

A casi todos les sucede lo mismo. Sin trabajar no podemos vivir. Sin trabajo no hay vida. La sentimos vacía, inactiva, pobre y deprimente. Gracias a él no permanecemos echados en cama todo el día, o la televisión sólo brilla unas pocas horas entre amaneceres. Gracias a él, al trabajo, sentimos que hay algo que hacer, un cómo y un para qué. Pero si nos arrebatan el día a día laboral perdemos parte de nuestro ser, y también parece que perdamos aire, que nos ahoguemos en la infinitud del tiempo abierta ante nosotros y, de tanto espacio para vivir y existir, acabamos aburridos y sin saber hacia dónde ir, ni cómo, ni para qué.

Creo que procedo de un mundo lejano, un extraño planeta desde el que caí a la Tierra, hace poco menos de tres décadas. Si no, no entiendo por qué motivo es, precisamente, durante mis escasos tres meses de trabajo al año, cuando me siento muerto, acabado, arrastrando los pies y vacío de contenido y sentimiento. Los que me rodean, si no trabajan no saben vivir; yo jamás he aprendido a vivir si trabajo.

No vivo para trabajar; ni tampoco trabajo para vivir. Lo primero porque, si limitamos la vida al trabajo, quizá nos extraviamos en las marismas del dinero, de la actividad, de la necesidad innecesaria; la vida va mucho más allá de todo trabajo, por placentero, digno y enriquecedor que sea. Y, en relación a lo segundo, díganme, ¿cómo puedo trabajar, viviendo?, ¿cómo puedo conciliar el mundo laboral y mi mundo propio, que precisa de una existencia de paz, silencio, contados encuentros, labor 'intelectualoide', lecturas, visitas a las montañas, y demás parafernalia hermitaña?

¿No debería ser, el trabajo, una fuerza de vida, una potencia de vida, una energía creativa, constructiva y realizante, y no, como es en mi caso, un lapso de tiempo miserable, repetitivo, agonizante, asqueante? ¿Hasta qué punto depende del tipo de empleo y hasta dónde de nuestros propios ojos? Si no nos agrada el trabajo que realizamos, ¿qué parte de culpa es nuestra, por no tratar de cambiar el curso de las cosas? Una postura abierta, más comprensiva, menos exigente y más respetuosa por nuestra parte, ¿serviría para modificar la estima que brindamos a nuestro trabajo? ¿O el problema radica en los otros? ¿O en la misma actividad que realizamos? Dicen que cada década o así debemos cambiar de ocupación para no estancarnos, para ilusionarnos de nuevo, para aprender y poder enseñar. Quizá haya llegado ya la hora, ¿no?

Para quienes tienen la fortuna de trabajar en aquello que les motiva, agrada y estimula (y los hay a mi alrededor, a Dios gracias, más de lo que yo mismo creía, aunque no sé cómo andarán las cosas a más amplia escala...), el trabajo mismo ya no existe. El trabajo no es algo externo a la vida, algo que cabe cumplir en pos de la supervivencia, sino que forma parte ya de la vida misma, es ella, amplificada, dignificada y elevada. El trabajo se convierte, entonces, en diversión, goce y disfrute. Entonces, sí, ya no puede concebirse la vida sin el trabajo, porque han quedado, la una y el otro, abrazados, besados, fusionados para siempre.

Para muchos de nosotros, tal dicha está aún lejos, mucho más allá del horizonte, desde luego; pero no pasa un día sin que sueñe con ella. No es utópica, no es irrealizable, en absoluto. Sólo precisa, lo sabemos, de la voluntad, una pizca de sabiduría para la buena orientación y, si es posible, un guía que abra el camino hasta la meta.

En consecuencia, de momento estoy muerto. Como un cádaver tras el entierro, me he ocultado a la vista de los demás. Las piedras me oprimen el pecho, y la tierra me nubla la vista y llena la boca. Por suerte, toda muerte real no existe; así, la resurrección está próxima, programada y deseada para poco menos de un mes. Entonces concluirá mi "fuga mundi", mi exilio de lo que yo llamo vida, y podré regresar a la madre patria, en donde retomaré lo que dejé a medias, releeré lo ya olvidado, podré reconocerme de nuevo en el espejo y saborear lo que antaño sabía hacer.

Risas, libros, aventuras, búsquedas y caminos sin término.

Como siempre ha sido. Y como quisiera que siempre fuese.

(Foto vía Los papeles de Don Cógito)

4 comentarios:

Carlos dijo...

Tienes suerte de poder trabajar tan poco tiempo y poder seguir adelante. Muchos de nosotros necesitamos trabajar todo el año; los niños darán muchas alegrías, pero también mucho gasto ;-)

De todas formas, si me permites, te recomiendo que te lo tomes con calma (lo de que te ves muerto creo que es demasiado fuerte); en muchas ocasiones tenemos que realizar un trabajo que no nos gusta o lo vemos muy rutinario, pero agobiándonos generalmente no sacamos nada. Como dices, siempre podemos intentar cambiar o buscar alguna otra posibilidad.

Saludos.

elHermitaño dijo...

Si uno quiere formar una familia, y en consecuencia, darles a sus hijos todo lo que necesitan, es preciso un trabajo anual... de lo contrario las cuentas no salen, como ya sabes, amigo Carlos.

Sin embargo, para quienes tan sólo están ellos mismos y sólo precisan de su propio sustento, un periodo laboral de tres o cuatro meses puede ser suficiente... si llevas, claro, una vida muy austera y no basada en el consumismo.

Mi 'muerte' es tal, compañero, porque únicamente me siento vivo llevando a cabo lo que hace persona; en verano ello no es posible (trabajo y estudio), y así las cosas no funcionan, yo no estoy y mi presente es vacío, rutina y carencia de estímulo. Por suerte, ya llega el final, y con él, mi regreso a la existencia... :)

Muchas gracias por tu comentario, un abrazo.

Carlos dijo...

Hola de nuevo.
Pues nada, esperamos tu vuelta a la "vida" tras este periodo, y que esta "resurrección" te vuelva a traer más estímulos y ánimos.
Saludos.

elHermitaño dijo...

:)

Un abrazo, Carlos.