21 de octubre de 2009
Tela, araña y hogar
La construye cada noche y acaba por destruirla a cada amanecer, pero en ocasiones la mantiene hasta el día siguiente. Es gigantesca; más de un metro y medio de diámetro. Y resistente. Y bella. Después de la cena uno puede ver a su creadora, enfrascada, dedicada, concentrada, edificándola sin descanso, hasta convertirse en una red repleta de círculos concéntricos, terminando en un nódulo central. Ella se mueve, ágil, entre los hilos de su hogar; veloz, letal, maravillosa. Es negra, de abdomen hinchado y patas largas. Su tela orgánica ondula al viento, y aguarda la llegada de los siniestros invasores de la noche.
Previamente a saber de su presencia diaria, en el patio trasero de mi propio hogar, salí, como casi siempre al oscurecerse el mundo, a contemplar astros errantes y puntos de luz esparcidos por allá arriba. Era noche sombría del alma, serena, profunda e interminable; recorrí unos metros mirando hacia arriba, absorto, perdido y bienhallado cuando -como aquel Tales de Mileto, que al no ver por dónde pisaba cayó a un pozo mientras pensaba en los misterios cósmicos- noté en mi rostro esa forma fibrosa y pegajosa de tela arácnida. Y, al instante, sentí que su ocupante impactaba también contra mis napias, percibiendo yo como un siseo de patas y una rápida huida del, con total seguridad, asustado e inquieto ser de ocho patas.
Lamenté, más que mi propio sobresalto (nunca un insecto similar había deambulado por los surcos de mi jeta...), la molestia que había ocasionado a la pobre con mi entrada súbita en sus dominios, así como la rotura de su bien elaborada creación concéntrica, que quedó destruida, descansando hecha jirones sobre mi mesa de ping-pong. Cuánto trabajo despedazado en un instante, cuánto empeño reducido a la nada por no ser consciente de lo que me rodeaba más acá que lo que brillaba por allá, a lo lejos y anterior a mi propia vida...
Esta noche, si tormentas y largiruchos solitarios lo consienten, esa magnífica esfera de trabajo, dedicación y perseverancia, ese fruto delicado y precioso nacido de una pequeña criatura apenas visible volverá a aparecer, llenando el aire con una figura redonda, destinada a atrapar imprudentes organismos voladores. Es el reino de lo etéreo, de lo suspendido, como levitando, a pesar de la gravedad.
La araña espera la muerte, y la vida. La tela encierra, de igual forma, la vida y la muerte. Todo hogar, y todo ser humano, comprende lo mismo. Nunca mueras sin saber lo que es vivir, ni nunca vivas sin saber también qué es la muerte: "la vida es un largo pasillo, y la muerte sólo una de sus puertas".
Hasta la noche, amiga mía.
(Foto: el Hermitaño)
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