9 de enero de 2010

Sinceridad, o nada



“¡Cago en la óstia, un tren tan grande y han ido a sentarse delante de mí! Ahora empezarán a hablar y no podré ya estar tranquilo. Nos ha jodido la pareja, nos ha jodido...”.

Así arrancaba (la recuerdo con las palabras exactas) la sarta de groserías, improperios y vocerías que destilaba, hace unos días, un viejo sentado a mi lado durante el trayecto en tren hacia Valencia, dirigida a un par de chicas jóvenes que entonces entraban en el convoy. Se había zampado ya casi medio bocata de (según creo) salami y lechuga, y como gritaba mientras comía, pequeñas migas de pan le caían en el jersey y en la butaca que tenía enfrente de él. Había accedido al vagón en la parada previa, con el piscolabis en una mano, mientras con la otra aferraba una lata de coca cola, y avanzaba con dificultad hasta situarse a mi vera. Me saludó cortésmente con la cabeza (ahora no sé si fue por educación o por sorna de alguna clase...), y nunca pensé que fuera capaz de soltar aquello, el inicio de una sarta insultante digna de aquel coronel chiflado que atenaza y acojona a los reclutas en la primera y memorable escena de “La chaqueta metálica”.

Quizá su cambio radical de discurso y comportamiento se debiera a que, en mi caso, presentía la presencia de un ser relativamente silencioso, apenas molesto, y que podía dar cuenta de la otra mitad de su refrigerio mientras yo permanecía callado y centrado en mi mundo. Quizá sólo quería rematar los bocados restantes escuchando el repiqueteo del tren, y contemplando el paisaje de naranjales y montes pelados, pero en cuanto aquellas dos tuvieron a bien aposentarse junto al viejo, ignorantes del ciclón injurioso que iban a tener que soportar en breve, explotó como si fueran las responsables de la mayor ofensa jamás cometida a un individuo sobre la faz terrestre.

Debió vaticinar, como en efecto así resulto ser después, que las dos chicas iban a ser sendas fuentes inagotables de cháchara juvenil, simpática pero reiterativa, vacua y tremendamente aburrida. Si debo ser sincero por completo (y, en una página como ésta, no puedo menos que serlo), reconozco que pensé algo similar yo también, pero, desde luego, fui incapaz de expresarlo en voz alta. Creí que, en su rabia apenas contenida, el viejo iba a lanzarles la lata de refresco o los restos de su bocadillo mordisqueado; pero, en cambio, aunque sin detener sus escupitajos verbales, cogió sus trastos y los restos del àpat del mediodía, y atravesó el vagón hasta encontrar un recinto suficientemente vacío de gente para su gusto.

Una pareja de ancianos, que dormitaban (la cabeza de uno en el hombro del otro) tras un fatigoso viaje del que no tenemos noticia, llegaron a despertarse ante el rugido emanado por el viejo blasfemo. Y las mismas chicas vilipendiadas, que no pudieron hacer oídos sordos, enrojecieron como tomates durante el tiempo que duró el exabrupto. Pero el ochentón, no contento todavía, siguió soltando sus bonitas expresiones, aún en la distancia, y lanzando miradas desafiantes a las féminas, que al poco retomaron sus revelaciones trascendentales, olvidando el episodio y al vejete.

¿Quién era, aquel cascarrabias? ¿Un amargado? Puede. ¿Un maleducado? Quizá también. Pero sobretodo era, y espero que siga siendo, ese tipo de personas que anteponen la sinceridad, las vísceras del momento, a la etiqueta, la buena cortesía (que casi siempre suele ser la mala). Serán vistas como groseras, ofensivas y contrarias al respeto, el decoro y la deferencia para con los demás. Y lo son, en efecto. También era, aquel personaje, un amante del silencio, hasta el límite de que privilegiaba éste a la corrección propia de todo ciudadano ordinario. Quizá fue porque aquel, de hecho, era un individuo muy poco ordinario.

Debo reconocer que, en parte, sentí admiración por aquel vejete irascible. Por proclamar lo que muchas veces siento y no me aventuro nunca a confesar. Por no importarle una mierda el qué dirán, ni la compostura, ni el juego de respeto, tan falso como inútil, que establecemos entre nosotros mismos. Por su valentía al no morderse la lengua, porque lo que brota de muy adentro a veces es mejor dejarlo salir sin obstáculos, aunque duela, aunque suene feo, desagradable o resulte incómodo.

¿Reprochamos lo que dijo, el cómo o ambas cosas? ¿Le reprobamos por decirlo, simplemente? ¿Hubiera sido mejor callar, pues? En ocasiones hay que poner en vereda a los demás, y puede que lo hagan en el momento y lugar más inesperado. A lo mejor a aquellas dos chicas podría serles útil pensar un instante el por qué de la reacción del vejestorio. Dejando aparte su carencia de educación formal, ¿qué vio, sintió o percibió en ellas capaz de hacerle brincar de aquella forma tan brusca y desmedida? Yo creo que había un motivo fundado; aún no lo he encontrado, es cierto, pero estoy seguro de que existe...

Un vejete entrañable, no por afectuoso, sino por su franqueza y honestidad. Ya no son muchos los que, como él, suben a los trenes un martes por la tarde. Lástima, porque son gentes que dan cuerda para mil horas a nuestra maquinaria mental...

2 comentarios:

Whivith dijo...

Hola:
Después de un montón de tiempo sin dejarte un comentario (leer si que leo todo lo que publicas porque me parece fascinate), al fín tengo un "poco" de tiempo para dejarte aunque sea un comentario un poco desestructurado.
Lo del "viejo"...
Pues realmente no sé si era grosería o sinceridad absoluta o, también puede ser, puro y duro egoismo que a esos años se suele pecar de lo mismo....
¿Cuantas veces nos encontramos con abuelos que creen que teienen derecho a pisotear a los demás solo por ser, ellos, "viejos" y suponer que todos tenemos que tragar con lo que ellos proclaman a los cuatro vientos como Verdad Universal?.
Para ser franca, yo también, estoy hasta las narices de esa gente.
Me canso de verlos en los autobuses, despotricando de todo y de todos solo porque ellos "son mayores".
Desde luego la conversación adolescente es, cuando menos, un tostón pero ahí los tienes: El futuro.
Viven felices en su mundo, no como los "viejos" que viven amargados y procuran amargar la existencia de los demás con sus "miserias" y "Se alegrarían de vlver a tener otro 36" solo porque aprendiesemos vete tu a saber que lección inventada por y para ellos mismos.
Solo espero no ser así llegada a sus años, yo y, desde leugo llegar que muchos no lo han conseguido....

Pochoncicos.

elHermitaño dijo...

Bienvenida (de nuevo...) wivith!

Muchas gracias por tu comentario. Yo estoy como tú (falto de tiempo), y es dificil acudir y comentar en la blogsfera tanto como desearía (el tuyo es uno de ellos... por desgracia, no dejo palabra alguna, pero sí que entro a menudo).

No sé, al menos en este caso, si se trataba de egoísmo. No creo que se creyera con derecho a decir lo que le saliera de los... porque sí, porque era mayor y ya está. Había algo en su énfasis, en su irritación, que traslucía mucho más que mera grosería.

Y, vuelvo a reconocerlo, me cautivó. Aciertas, creo yo, con lo que mencionas sobre los jóvenes. Pero no todos viven en su mundo y dejan vivir a los demás en el suyo... tengo demasiados ejemplos a mi alrededor para aceptar ese extremo, amiga...

La amargura, la desdicha por ser viejo, por verse achacoso, no creo que lleve a nadie (a nadie que no sea un depravado un moribundo mental) a actuar así. Aquello le salió, repito, de muy adentro... Qué debió pasarle por la mente es algo que, aún hoy, no consigo explicarme...

En fin, agradecido mil veces quedo con tus palabras, wivith. Espero leerte de nuevo, amiga.

Un abrazo.