16 de noviembre de 2010
Ocio del tiempo (distracciones)
Llevo dos meses así... admirando las hojas de la parra sobre el fondo azul del cielo.
Dos meses desde que terminé mi segundo libro, que envié a un concurso de divulgación para tratar de pescar algún dinero... Quizá por eso no lo gané: por pensar demasiado en la recompensa, y no disfrutar del proceso, del resultado por sí mismo, y por esas palabras impresas en la hoja. Cuando uno antepone la satisfacción del premio, reconocimiento o compensación a la maravilla del tecleado, al lento chorreo de letras encadenadas, al milagro de poder expresarte y que los demás entiendan, entonces el arte desaparece, el gusto te abandona y la vocación se corrompe con la plaga del beneficio, el billete y la cuenta corriente...
Bien mirado, lo del premio lo deseaba más por mis padres, para que vieran que sé hacer lo que me gusta y que hay alguien lo bastante tonto para pagarme por ello... Pero supongo que no es posible. Además, los triunfadores aparecen, en la solapa, con sus largas descripciones personales: licenciados, doctores, investigadores, expertos masterizados, catedráticos, experiencia docente, publicaciones, etc. ¿Qué dirían de mí, del autor, en caso de ganar el concurso? Se limitarían, seguramente, a poner mi fecha de nacimiento, decir que me gusta mirar el cielo, sentarme con mis amigos, hablar de todo lo que nos importe, escribir memeces (como ésta...) y leer hasta quemarme las pestañas...
No tengo estudios (yo sólo poseo aprendizajes...), ni títulos (suelo tirarlos a la basura...). Aborrezco tanto estudiar que incluso siento la filosofía (que me atrae como una voluptuosa ninfa abierta de piernas esperando mi epifanía líquida) marchita y privada de encanto cuando se me obliga a seguir la enseñanza universitaria establecida; y sólo recupera su belleza y misterio al coger, en el momento que me dé la real gana, sus fabulosos volúmenes, sin esperar nada más a cambio que el placer de descubrir, e interpretar, las intrincadas y racionalmente exhuberantes argumentaciones... Por eso no estudio... porque me cansa no aprender, sino sólo memorizar. Tiempo vacuo, perdido, soso y estúpido. Y luego podrán venir los ceros, los insuficientes, las segundas matriculaciones (o terceras, o...), pero yo seguiré siempre igual.
Subo a la azotea de la casa, me espatarro cuán largo soy (y lo soy bastante...), con un cojín bajo la testa, con músicas pegadas a las orejas y un gato al que atrae la idea de dormitar cerca de ellas (oigo un ronroneo, siento un ligero rozamiento peludo...), me acomodo, cruzo las manos sobre mi barriga, y empiezo a contemplar: nubes que avanzan y se detienen, evanescentes; soles brillantes que abrasan la mirada; aviones que dejan rastros extraños en el cielo; halcones que surcan el azul y se dejan llevar por los ascensores de aire; una media luna perfecta que oculta mil secretos en su superficie de polvo más antigua que todo ser...
Y, mientras todo ello sucede, mientras repito la ceremonia casi todos los días (adjunten también caminatas, películas, lecturas, miradas a las chicas guapas [pero no a las sólo que aparentan serlo...], charlas con seres queridos [a tu lado o a miles de kilómetros] y alguna cosilla más...), mientras todo ello sucede, digo, me voy citando cada día con una recién aparecida en mi vida, a la que estimo como si la conociera desde siempre, y la voy mimando, limpiando, adecentando, poniéndola bella y dándole todo lo que necesita... Una amiga que ya ha entrado a formar parte de mi existencia (y yo de la de ella), y con la que espero correr algunas juergas en la carretera dentro de bien poco... Juergas, digo, sí, pero de las mías... no se me malinterprete.
Por cierto, una amiga que poco me ha costado conseguir. He tenido que pagar, desde luego, no porque su amistad sea comprada, sino porque estaba encadenada en una sucia casa de compraventa y su amo exigía dinero a cambio de su libertad. Y sentía que me llamaba... que me pedía a gritos librarla de su cautiverio. Y no pude resistirme. Ahora vive junto a mí, y aguarda brindarnos aventuras inconcebibles... Y lo hará mejor que con cualquier otro, por agradecimiento, porque la he salvado de unas garras avariciosas, y sabe que conmigo está a salvo.
Así llevo dos meses, mirando la parra, absorto, haciendo pequeños planes, ignorando mis obligaciones y paseando de continuo con mis devociones, con el otoño dentro de mí, recogido, pero despierto, con el zurrón casi lleno (es lo que tiene no dejarse atrapar por los bancos, y ello aunque no recoja billetes desde hace más de un año...) pese a mis gastos, olvidando el futuro lejano y pensando en el ahora (al contrario que he hecho casi siempre).
¿Irresponsable? No, ocioso, en el sentido magno de la expresión, por poseer tu tiempo y emplearlo como mejor te plazca, sin ataduras, sin ligas ante nadie (ni siquiera ante ti mismo). Luzco como un ermitaño, desde luego, porque el euro nunca se destina a la estética, sino al esteticismo, porque no debo dar las gracias a ningún capo, a ese jefe henchido de peloteos, y porque al sentirse ocioso uno deja de lado las chorradas de esta vida moderna y llena de lo vacío, y empieza a saborear cómo es el vivir sin exigirse nada.
Y uno sólo puede crecer enmedio de la quietud, en un paisaje que deje que respires a tu aire, que no reclama nada, que es y está y evoluciona a su ritmo. Ociosidad no es sinónimo de pereza, de aburrimiento, de sentarte en la butaca ante la tele, sino de percepción, de sentimiento, de gozo, porque abre las puertas del universo que se complace ante sí mismo, y no del que siempre pide y reivindica. Éste universo está podrido, lo han podrido los hombres con sus ansias de crecimiento sin fin, de ganancia sin término. El dinero, el mismo con que he liberado a mi amiga, es el responsable, pero sobre esto ya se hablará.
Lo dijo ya Stevenson (claro): "Y para qué, Dios mío, tantos afanes? ¿Cuál es la causa por la que amargan sus vidas y las de otros? Que un hombre pueda publicar tres o treinta artículos al año, que pueda o no terminar su gran pintura alegórica, son asuntos de poca importancia para el mundo". Que un hombre sea licenciado, gane millones, sea un atleta del ADO, maneje la política de un país, o se envilezca cada mañana sentado en su oficina amasando peniques... ¿tiene alguna relevancia cósmica?
Ésa es la estafa: creer que debemos hacerlo. Sentir que si no, perdemos la dignidad, la humanidad. Quien no sabe qué hacer con su tiempo no es un ocioso; es un torpe. Quien sabe cómo gestionar (perder) el suyo es un sabio. El tiempo es nuestro.
Y quien no lo tiene es el esclavo, el indigno, y el inhumano.
(Fotografía: El Hermitaño)
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1 comentario:
Buenos días:
Ha sido una grata sorpresa descubrir que escribes libros. Creo que "te cañeas" mucho. Ciertamente el disfrutar debería ser el único motivo que nos moviera en nuestros actos pero vivimos en este mundo y momento y pensar en ganarse un sueldo me parece lícito y respetable.
Al igual que tú comparto cierto desprecio hacia el antiguo populismo que los estudios académicos tenían en la sociedad; y digo antiguo porque poco a poco la sociedad se esté impregnado de la gran realidad del valor laboral del academicismo. Personalmente no quito mérito a aquellos que la tienen, como a aquellos que han realizado cualquier otra labor que haya requerido esfuerzo y constancia. La contraportada de que hablas sólo demuestra un desconocimiento ; por parte de los editores, de los los autores del libro ( o ganas de estos de defender su intimidad). Creo que compraría un libro en el que se describiera al autor cómo tú lo haces de ti.
Disfrutar la vida, apreciar momentos y sobre todo luchar por la libertad no está de moda y sale muy caro pero es una tarea encomiable.
Bonitas fotos y lugares.
Besos
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