15 de julio de 2014

Tradición repugante



"Entraron, y, dirigidos por el 'Carnicerín', se colocaron cada uno en su
sitio. Había empezado la corrida; la plaza estaba llena. Se veían todas las
gradas y tendidos ocupados por una masa negra de gente.
Manuel miró al redondel; iban a matar al toro cerca de la barrera, a
muy poca distancia de donde ellos estaban.

[...]

Aplaudió la gente y comenzó a tocar la música. El lance le pareció
bastante desagradable a Manuel; pero esperó con ansiedad. Salieron las
mulillas y arrastraron al toro muerto.

[...]

Un monosabio se acercó al caballo, que seguía estremeciéndose; el
animal levantó la cabeza como para pedir auxilio; entonces el hombre le
dio un cachetazo y lo dejó muerto.

-Yo me voy. Esto es una porquería -dijo Manuel al señor Custodio; pero
no era fácil salir de allí en aquel momento.

[...]

Manuel, sin decir nada ni hacer caso de observaciones, salió del
tendido. Bajó a unas galerías grandes, llenas de urinarios que olían mal,
y anduvo buscando la puerta, sin encontrarla.

Sentía rabia contra todo el mundo; contra los demás y contra él. Le
pareció el espectáculo una asquerosidad repugnante y cobarde.

Él suponía que los toros era una cosa completamente distinta a lo que
acababa de ver; [...] veía una cosa mezquina y sucia, de cobardía y de intestinos; una fiesta en donde no se notaba más que el miedo del torero y la crueldad cobarde del público recreándose en sentir la pulsación de aquel
miedo.

Aquello no podía gustar -pensó Manuel- más que a gente como el
'Carnicerín', a chulapos afeminados y a mujerzuelas indecentes".


Pío Baroja, "La busca" (1903).

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