Cuando estuve de viaje través de las tierras valencianas, con la compañía de un buen amigo, solíamos hablar y discutir a la puesta del sol; quizá por ese ambiente calmado que nos envolvía, plagado de serenidad y silencio, salían a la superficie algunas cuestiones interesantes. No era una dialéctica excesivamente elaborada, como es de esperar, pero una de las veces hablamos acerca de un tema en el que manteníamos, y mantenemos, una posición opuesta. En realidad apenas dijimos unas frases al respecto, pero ello bastó para formarnos una idea de la opinión del otro (son muchos los años que nos han visto juntos y nos conocemos bien). Expondré la postura de mi amigo, según yo la entiendo, y a continuación ofreceré la mía. De entrada tengo que decir que, con seguridad, no haré justicia plena a los razonamientos que presentaría mi "adversario dialéctico", de estar presente él mismo en esta discusión. Pero trataré de situarme en su lugar y ofrecer un punto de vista lo más depurado posible, pese a que no sea el mío.
Su postura puede entenderse, de forma directa y sin rodeos, como sigue: "Hay vidas mejores que otras". Por mejores hay que entender, como es lógico, vidas más llenas, más completas, estimulantes y enriquecedoras para las personas que las viven. Obviamente no hablamos de mayor valor intrínseco, pues huelga decir que ninguna vida es superior a otra, sino qué tipo de vida puede ser más humana y provechosa. Cabe decir aquí que mi compañero considera su vida como especial, por cuanto se dedica a los asuntos del intelecto y del espíritu a tiempo completo, brindándose a sí mismo una existencia que él percibe como total e insuperable: el tiempo centrado en la lectura, el descubrimiento, la creación literaria, la contemplación y demás actividades similares, le incitan a suponer que ésa vida, la suya, es la mejor posible, o más exactamente, que es mejor que la de muchos otros.
Esta conversación surgió a raíz de observar, mientras comíamos en un bar, a un tipo que estuvo prácticamente dos horas consecutivas encadenado a una de esas máquinas tragaperras, ausente de todo lo que le rodeaba y de cualquier realidad externa. Sus hábiles dedos manipulaban los botones con experiencia, y sus ojos chispeaban, según pude ver aún en la distancia, con la expectativa de una hipotética recompensa económica.
Fue entonces cuando mi amigo susurró algo como esto (no recuerdo exactamente cuáles fueron sus palabras):
- Joder, que vida más miserable. ¿Cómo puede perder su tiempo de manera tan estúpida?
Ambos reconocemos, naturalmente, que los ludópatas -aquel sujeto parecía ser uno de ellos, aunque era imposible asegurarlo- tienen un problema, sufren una enfermedad, por lo cual resulta difícil que ese rato que estuvo allí fuera representativo de su vida, de cómo vive y lo que valora. Pero imaginemos, tomándonos gran libertad, que ese tipo supiera controlarse, sin acabar obsesionado ni superado por el ansia de juego constante, y supongamos también que es un hombre corriente, currante, como tantos otros, de nueve a siete, y que al llegar a su hogar se dedica a ver la televisión, cenar y dormir unas pocas horas, hasta que el dia siguiente la historia se repite, una y otra vez. Algunos podrán verse identificados en este tópico cliché de ciudadano medio, y pese a la tosquedad de su descripción, seamos generosos e imaginemos que, en efecto, su vida es realmente así, a grosso modo.
La pregunta es: ¿qué vida es mejor, más llena, más humana, incluso? ¿Es la que disfruta mi amigo una existencia de mayor alcurnia, de mayor valor? ¿O la de aquel yonqui de las máquinas es igualmente fructífera, útil y sabia?
Yo sostuve, y sigo sosteniendo, que no hay forma objetiva de discriminar entre vidas mejores o peores; mi amigo me increpó, y quiso hacerme ver que eso equivalía a un peligroso relativismo. Si no hay manera de discernir qué existencia es mejor, ¿para qué demonios ha servido, entonces, toda la corriente filosófica de corte práctico que, desde un tal Platón, hace algunos miles de años, ha llenado millones de páginas con la intención de hacer más sabias a las personas en sus vidas diarias, orientándolas hacia lo que, en cada época, se consideraba como el tipo de vida ideal y virtuoso? Si todas las vidas son igual de valiosas, ¿para qué perder el tiempo buscando cuál es la mejor, si ésta no es más que una idealización superflua e irreal?
Con todo, mi postura es la siguiente: "Ninguna vida es mejor, más plena, fecunda o humana que otra, siempre y cuando todas ellas hayan sido elegidas voluntariamente y las personas que las viven sean, por tanto, plenamente conscientes de sus carencias y bondades". Si el ludópata de turno es consciente de su categoría de vida y sabe lo que se está perdiendo al no abrazar otras, y aún así sigue decidido en vivir la vida a su manera, está realmente viviendo de la mejor forma posible para él, por lo que no habrá otra vida mejor que pueda vivir ni experimentar.
Para que esto sea posible se necesitan, lógicamente, seres humanos conscientes de lo que hacen y de lo que se pierden a cada paso que dan. Yo soy consciente (espero que plenamente) de que mi modo de vida, ermitaña, solitaria, algo misántropa e independiente, tiene sus puntos fuertes, que valoro como imprescindibles, y sus aspectos negativos, carencias que no puedo llenar por la misma naturaleza de mi elección, que ha sido propia y no influenciada por factores externos determinantes. Tiene sus compensaciones, sí, pero también sus lagunas. Según mi tesis, ésta es mi mejor vida posible, hoy por hoy. De la misma forma, el currante que saboree su existencia, que disfrute su trabajo, las horas que se pasa frente al televisor y hojeando el 'Marca', y que sea consecuente con ella, que perciba otras posibilidades y las deseche porque no le resulten atractivas, entonces es un sujeto que está viviendo con la máxima conciencia de su existencia. Y en esas circunstancias no cabe nuestra crítica a su vida o nuestra paternal condescendencia, porque se halla al mismo nivel cognitivo que nosotros.
Podríamos sintetizar todo esto en tres puntos referenciales, a los que deberemos remitirnos para saber si una persona está viviendo su mejor vida posible, sea cual sea ésta (y siempre, claro está, que con ella no haga daño a otros). Estos tres puntos son:
1) Consciencia; es decir, saber qué significa vivir como vivimos, cuáles son las virtudes y defectos de nuestra elección, y ser conscientes de que hay alternativas, pero que las ignoramos porque suponemos que la manera en que vivimos es la más adecuada para nuestros intereses.
2) Elección; o sea, haber sido tú mismo quien haya decidido qué vida vivir. Parece fácil, pero en muchas ocasiones no está muy claro el límite entre ello y la influencia que la sociedad (esto es, medios, amigos, familiares, etc.) ejerce sobre nosotros, de modo que podríamos pensar que nuestra vida la hemos elegido nosotros cuando en realidad ha sido algo externo a nuestra voluntad...
Y, 3) Responsabilidad; si somos conscientes del tipo de existencia que llevamos debemos, paralelamente, ser responsables de ella. No podemos, por tanto, despreciar nuestra vida o las circunstancias que la rodean porque en gran parte es resultado de nuestra elección, y si la criticamos estamos dando a entender que hemos fracasado en dicha elección, y que hay vidas mejores que podríamos vivir. Si lo hacemos, estamos entonces estableciendo diferentes niveles de vida, y con ello, aceptamos que hay vidas mejores que otras.
Cabría, por supuesto, matizar mucho más estas posturas, adobarlas con argumentos más elaborados y dotarlas de una mayor firmeza conceptual, si es que merecen realmente tales desarrollos y son algo más que ideas peripatéticas sin demasiada profundidad, pero me parece que ambas visiones están bastante claras. Tampoco se trata de elegir entre una u otra, no hay una buena y la otra mala, o una acertada y la otra equivocada; estas cuestiones no pueden solucionarse tan a la ligera, y a partir de una conversación casual entre amigos a la lumbre solar.
Podemos aceptar, por ejemplo, la idea de que efectivamente hay otras vidas más intelectuales, más artísticas o más espirituales que las nuestras, vidas que están repletas de sabiduría o de experiencia, de entendimiento o de aventura. Podríamos, incluso, llegar a aceptar que son mejores en uno u otro sentido, en el que nosotros queramos darle a ese término 'mejor', pero ni siquiera desde esa posición nos veríamos obligados a reconocer que son existencias a las que debamos aspirar, dado que pueden no ser necesariamente las que más nos convienen. Porque, repito, si somos conscientes de qué vida vivimos, si somos responsables de ella y la hemos decidido por nosotros mismos entre un abanico de existencias posibles, entonces es la mejor para nosotros, por lo menos durante un cierto periodo de nuestras vidas.
¿Alguien está dispuesto a opinar?
(Publicado en Apuntes de Filosofía el 12 de abril de 2008)
8 comentarios:
sigo su planteamiento, que me parece bastante acertado pero creo que ha olvidado un "factor" que hace variar, o da otros matices a la conversacion con su amigo.
"El grado de consciencia de nuestras vidas". Porque podemos creer que somos conscientes de la realidad y actuar en consecuencia pero quizá sea que no conocemos más. Así un niño es consciente de su realidad y es incapaz de imaginar más, porque no conoce. Yo creo que eso tb nos pasa: hay estadios y es dificil saber en cual estamos y por tanto, salvo que hayamos decidido dar un paso atrás , descender, siempre creeremos encontrarnos en el mas alto( entendido como el mejor y mas completo). Y así nuestra capacidad de decisión, nuestra vida y actuaciones serian relativas porque cómo ansiar, actuar o desear algo que se desconoce. Solo un agente externo "observador" que se encontrara en posesión de un mayor conocimeinto, en un lugar más "alto" desde el que tuviera más perspectiva podría saber dónde nos encontramos y puesto que no tenemos la capacidad de entendimiento de lo que desconocemos tampoco entenderíamos lo que nos dijera.
Lo bueno( o malo) de nuestra existencia es que siempre creemos estar al final de la escalera, pues hasta que los sucesos que nos ocurren en la vida no nos hacen ver el siguiente escalón, disfrutamos con lo que consideramos el estadio mas alto( nos guste o no la vida que llevamos)
Y así desde su "lugar" quizá sonria por lo simple de mi pensamiento mañanero...
saludos
Gracias por tu visita, tequila.
En primer lugar, de pensamiento simple nada de nada. Más bien al contrario; tu postura me ha hecho reflexionar bastante.
Cuando hablo de "consciencia" ante la vida que hemos elegido me refiero a ser capaz de entender que existen otros tipos de la misma, una manera de vivir distinta, quizá radicalmente, de la nuestra. Podemos saber que existe pero no por ello querer, poder o necesitar vivirla. Por ejemplo, yo soy muy solitario, algo contrario a las masas y tendencias sociales, tengo poco apego a lo material (bien, excepto a mis libros y mis músicas...), etc. Ésta es mi forma de vida, mis actitudes y posturas. Soy consciente de ella; pero también comprendo que puede haber otras, más gregarias, más orientadas al dinero, la compañía, el trabajo, etc.
A eso, simplemente, me refiero. No me considero superior, en absoluto, por entender esas diferentes opciones de vida, ni por haber elegido un tipo concreto de ella. Yo puedo tener delante mío a un rico funcionario, con multitud de amigos (o conocidos, no importa) a su alrededor, adorado por las mujeres y socialmente prestigioso. No necesito estar, creo yo, en "lo más alto" para saber que ese sujeto posee una vida muy distinta a la mía. Así pues, soy consciente de que existe, pero sigo pensando que la mía es, probablemente, la más adecuada para mí, la que más me conviene. Aunque mañana mismo pueda cambiar de opinión, por supuesto. Y lo mismo, naturalmente, en sentido contrario (muchos pueden ver mi forma de vida como denigrante, absurda, o mema, y creer que la suya es la más adecuada para ellos).
Si no es así, o sea, si creo que mi vida es deficiente, entonces tengo que espabilar: porque mi existencia no me llena, no es la misma a la que yo aspiro y deseo, y por lo tanto estoy en desventaja.
Claro que habrá, posiblemente, impedimentos sociales, tal vez económicos, etc. para alcanzar la vida deseada, pero ssi estamos descontentos con la presente, hay que soltar amarras, sin levar anclas, siquiera. Cortar por lo sano, en una palabra. Quizá no lo logremos nunca, esa vida que deseamos, quizá sea una quimera, pero lo que cuenta es la voluntad de crecer, de ir a más y no conformarte.
Es cierto, sin embargo, que hay momentos en los que no sabemos muy bien cómo vivir o hacia dónde tirar. Épocas así todos las hemos vivido. Y sí, cuando acontecen, parece que todo nos supera y perdemos el rumbo. No obstante, no es algo que suceda siempre; a veces encontramos baches o rocas molestas en el camino, pero seguimos adelante, aun cuando lo hagamos a ciegas durante un tiempo (a mí me sucedió algo así a los catorce años...).
Es un tema interesante, te agradezco que hayas abierto el debate, tequila.
Ah, y por favor, tutéame, que soy mayor, pero no tanto... ;)
Un abrazo.
Es interesante tu propuesta para pensar y tu desarrollo de las dos posturas ante el valor de las vidas. Si dejamos de lado el éxito social, la posición en el mundo, queda todo lo demás, que no es poco. También quedan los casos extremos (y no sólo los ludópatas y otros toxícómanos): me refiero a los parias, a los desheredados, a los enfermos postrados, a los dependientes, a las víctimas de la medicina tecnológica. Decía Teresa de Calcuta -cuya orden cuida de los enfermos terminales- que merecía la pena vivir mientras se era amado. Yo me atrevo a añadir, "y mientras se ame".
Tú sabes, creo, Hermitaño, que tenemos todos los autores y todos los músicos y todos los pintores a nuestro alcance. Que nunca había habido en España tanta gente escolarizada ni tanto intelectual. Y sin embargo, a veces todos esos alimentos para el pensamiento nos hastían. Que a todos todos nos gusta la tortilla de patatas y una cervecita. Hoy me crucé la sierra que rodea nuestra ciudad con una liebre y me sentí más cerca de ella y de las retamas esplendorosas y de las jaras y los dientes de león, que de algún mountain-ciclista que cada día está superando su marca.
Tengo la sensación de que no avanzo. No mejoro mi marca. Sólo puedo -como el surfista que va detrás de la próxima ola buena- esperar a que surja el próximo milagro, el próximo verso, el próximo beso, la canción nueva. Y sufro porque creo que no hago todo lo que creo que podría hacer. Te aseguro que cada vez le doy más valor a los hechos que a las palabras. Menos aquí, claro.
He intentado que mi aportación fuera por lo menos breve.
Un saludo y felicidades por el texto.
Gracias, aaoiue, por aportar otro (valioso, como siempre) punto de vista al debate.
Punto de vista que comparto al cien por cien. Y no hay contradicción, creo yo, con lo que he dicho hasta ahora. Porque lo que cuenta, repito, en mi opinión, es saberse consciente de tu vida, haberla elegido tú y ser responsable de ella. Lo demás, la manera en que llenemos dicha vida, sea con fútbol o literatura, con metas superadas o fracasos, con amigos o en soledad, sea como sea, en realidad no importará (o importará menos).
Hay momentos, amiga aaoiue, en los que yo me pierdo; abandono mi forma de vida y me ves tras el ordenador jugando a las carreras o haciendo zapping embobado frente al televisor. O ahora, cuando dé comienzo mi trabajo veraniego, durante medio día cada día no lograré ser yo mismo porque tendré que mudar de piel y ofrecer un rostro que, sinceramente, no es el mío.
Y, sin embargo, todos esos momentos los disfruto, soy feliz viviéndolos y acaban por formar parte de mí, incluso quizá más que los otros, los que creo yo que me hacen como soy.
La idea, compañera, no es cumplir con las expectativas propias (las ajenas ni las nombro, no son nada), superar metas u obtener el éxito. La idea, tal vez, sea tratar de fluir y aceptar lo que viene, pero tratando, al mismo tiempo, de crecer dentro de ese curso vital.
No deberíamos sufrir por ver que no avanzamos hacia dónde queremos. Quizá donde estemos sea, precisamente, el lugar (metafísico) ideal para nosotros, aunque no lo veamos así. Lo digo de nuevo; más importante que el resultado o el objetivo es el experimentar, el vivir. Y hacerlo, si es posible, desde la responsabilidad, la conciencia y la voluntad.
El resto puede ser como quiera. Como decía el bueno de Nietzsche, "quien tiene un por qué para vivir puede soportar cualquier cómo".
Un abrazo y muchas gracias por tu colaboración.
El hermitaño del tarot se representa con una gran capa que lo cubre y un candil. Esa gran capa tiene que ver con una especie de círculo protector de la propia identidad y de lo que hay que preservar de las miradas curiosas y la vida laboral. Me parece, vaya.
Sí, la conciencia es importante, sobre todo cuando hay que defenderse o defender algo.
Gracias a ti.
somos cegatones , hasta que no es parte nuestra vida, no lo hacemos nuestro.
Saludos!
interesante reflexión...
he llegado hasta aquí y me he paseado un rato por tus palabras descubriendo cosas muy interesantes... como ésta...
te dejo un saludo!!!!
Gracias a todos por vuestras palabras!
Saludos.
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