
Partiré de la obviedad siguiente: toda generalización conlleva injusticias. Así, ni las fuerzas de seguridad son,
todas ellas, razonables y sensatas en
todas sus actuaciones, ni los grupos "antisistema" son,
todos ellos, pacíficos, serenos y enemigos de enfrentamientos físicos. Las causas de que, unos y otros, no se comporten "como debieran" serán variadas, y no las conozco para juzgarlas. Casi ni me importan. Muchos porrazos y encontronazos serán evitables e innecesarios, no lo dudo, y quienes se exceden deberían pagar por ello, pero también habrá quien, según sus actos, merezca más cardenales y moratones de los recibidos.
Dicho esto, el término "
antisistema" es confuso, oscuro y tal vez hasta contradictorio. Se supone que quienes así se autodenominan están, o bien en contra de las nociones político-sociales neoliberales (en pocas palabras, capitalismo), o bien en contra de sus procedimientos, "represiones", acciones, decisiones, mandatos, etc. que les son propios. Así las cosas, y muy en general, tratan, o bien de abolir el
sistema (anarquistas) o bien de instaurar otro, más libre, solidario y ecuánime.
Algunos eslóganes habituales de este tipo de grupos pueden ser: "
Que el sistema no nos convierta en sus putas marionetas", o "
Fuck the system", como reza un graffiti dentro de un túnel en el sendero que recorro todos los días. Son consignas que, cuando tenía catorce años, tal vez me hubieran seducido. Hablan del inconformismo típico de la juventud, de esa etapa preñada de idealismo y rebeldía que algunos dilatan temporalmente hasta su muerte, pero que en otros muere al llegar a la treintena, o que quizá nunca jamás han tenido. Hoy, sin embargo, me parecen enseñas tan pueriles como hipócritas, manidas y inútiles, vulgares y carentes de todo significado.
Me pregunto si quienes rubricaban aquellos lemas con rotulador o espray comprenden, de verdad, aquello que tanto odian, desprecian y ansian derrotar. El capitalismo no sobrevuela nuestras vidas tan sólo cuando entramos en un banco y pedimos un crédito, o cuando hacemos un pacto en el concesionario de turno y estrechamos la mano del vendedor. Desde lo que comemos hasta nuestros gustos musicales, desde la vestimenta hasta nuestros trabajos, desde los impuestos hasta el ticket para ver la película en el cine, todo está pintado con los colores liberales. A ellos nos sujetamos, ante ellos nos postramos, y desde ellos somos lo que somos.
No podemos reunir un grupo, soltar unas frases "anti algo", encapuchar nuestras cabezas y salir a la calle brazos y puños en alto, exigiendo, desde dentro de la sociedad, abolir ésta o el estado que la cobija. Y menos aún tenemos derecho a hacerlo si luego nos vamos a la taberna a perder nuestros billetes tras el alcohol, ahogando penas cuya causa, según señalamos, es el liberalismo y el 'sistema', que nos provocan malestar, "alienación", frustración y no sé cuántas desgracias más. Pero, tras gritar la muerte capitalista y augurar futuros equitativos según proclamas trasnochadas, entramos en la discoteca, llevamos a nuestras novias a los centros comerciales, agotamos las baterías, por el uso, de teléfonos inhalámbricos, o contaminos la calle con la música que resuena en los altavoces de nuestros vehículos deportivos.
Quien precise ir a una manifestación "en contra de" o "a favor de" para sentirse antisistema, para evitar que le sigan adoctrinando o lo conviertan en "putas marionetas", indistintas de la masa, ni sabe lo que supuestamente esto representa, ni llegará jamás, probablemente, a ser anti-nada. Porque no hay término medio, repito. No puedes huir de A sin matar a B. Los antisistema deberían, para ser consecuentes consigo mismos, abandonar sus trabajos, no fumar, no leer ni disponer a su alcance de medio de comunicación alguno, no comprar nada (excepto comida, y nunca en grandes superficies), etc. etc. etc. Eso, entre miles de orientaciones similares, haría un verdadero antisistema. Huelga decir que no suele ser el caso.
Y, por otra parte, está ese estúpido y bobalicón espiritu combativo, violento y cerril de algunos de ellos. Obviamente, si se les "ataca" ellos deben responder (porque están respondiendo [atacando] al sistema, y se sienten hombres, adultos y orgullosos). Lástima que, al entrar en aquella discoteca, en aquel centro comercial, o en poner gasolina a sus coches, no sientan el mismo impulso; que cuando adquieran sus jerséis de Zara, cuando recarguen su móvil, o cuando se sienten en el bar con los amigos, no conciban el mismo anhelo de lucha social.
Un antisistema (si es que, digo una vez más, esto existe y posee algún sentido) o lo es en todo ámbito, lugar y tiempo, o se reduce a una caricatura de sí mismo, una soez patraña, luz y fuego de la misma estructura que trata de derrocar. No están capacitados para destruirla, dado que antes deberían destruirse a sí mismos: sus gustos, sus orientaciones, sus deseos y sus máximas. Quizá unos pocos de ellos pretendan una sociedad sin cargas policiales, sin ciertas normas, sin excesos o sin desigualdades, para configurarlas, recrearlas y reproducirlas bajo su propio perfil. Quizá su aspiración por un mundo mejor pase por su propia erradicación como grupo. Resulta difícil discernir qué valores son los beneficiosos para todos, y cuáles deberían primar en un ámbito social como el nuestro.
Los antisistema, con sus manifestaciones, sus pancartas y apariciones en los medios, sólo alimentan, nutriéndolo de nueva fuerza y vigor, al propio sistema que denostan. Es la pescadilla que se muerde la cola, el círculo vicioso del consumo y la imagen, el destete emocional de unos críos faltos de mayor carga beligerante, que precisa ser liberada de alguna forma. Sabemos, repito, que al generalizar metemos la pata. Lo sé, en efecto, pero como en todo espacio social son los ruidosos, los tarugos inconscientes y majaras, quienes priman y se hacer oir, aquellos que corroen, con sus actos, las intenciones loables o estimulantes que pueda haber tras los ideales y propósitos anticapitalistas.
Sistema y antisistema son, pues, casi términos sinónimos, dos fuerzas opuestas pero hermanas, espíritus que precisan del otro para su supervivencia, y que sin su otra cara no poseerían entidad alguna. Y aquello que necesita de lo otro para su ser, de su rival antagónico para vivir, no es, ni podrá jamas, algo más que pura nada.