18 de febrero de 2010

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“Treinta años... Promesa de una década de soledad, una lista más reducida de amigos solteros, una cartera cada vez más delgada, indicios de calvicie... Pero Jordan estaba a mi lado y, al contrario que Daisy, era demasiado prudente para arrastrar, de época en época, olvidados sueños. Al pasar por encima del oscuro puente, su pálido rostro se apoyó perezosamente sobre mi hombro, y el formidable tañido de los treinta años se apagó a la tranquilizadora presión de su mano”.

El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald

Solía preguntarme, cuando abrí la década de los veinte, lo que destinaba el futuro diez años después. Mi diario recoge algunos de las posibilidades, que a la sazón creía más “probables”: en una me hacía geólogo planetario, dedicándome a rastrear las superficies de mundos lejanos y extraños en busca de huellas de vida extraterrestre; en otra me convertía en escritor, emulando a los grandes de la divulgación científica (Asimov, Sagan, Clarke, etc.) y brindando a la Humanidad los tesoros del saber y la cultura; en una más abandonaba el hogar paterno y ponía rumbo a lo desconocido, montado en una casa rodante, una tartana antigua que avanzaba a trompicones por las carreteras, mientras me dedicaba a contemplar ocasos, durmiendo cada día bajo el mismo techo (el de las estrellas), aunque siempre en lugares distintos; y, sólo remotamente, contemplaba la contingencia de ceñirme a un trabajo estable y garantizado, estudiando aquello que me proporcionara un horario de ocho a cuatro, o de cuatro a once: de guarda forestal, cartero, o cosas así. Nunca se me ocurrió, mientras apuntaba esas hipotéticas vidas futuras a la luz del candil eléctrico, que a los treinta permanecería básicamente igual que en los dos lustros previos.

En mi caso no hay ninguna “Jordan” que aquiete mis sueños locos, que les ponga un cepo, el anzuelo de la sensatez, y me diga que madure, que piense en otra cosa, que me aferre a la realidad, y punto. Los sueños, hoy, siguen llamándome; de hecho, son más vociferantes que nunca, delatan la fuerza de lo imprudente, y tratan de engatusarme con sus cantos de sirena, con la promesa de un porvenir aventurero, frenético y estimulante. Un devenir así es tan cautivador, y retrata mi anhelo tan profundamente, que me pierde, me ahoga en mi propia ensoñación, y dejó atrás por un instante la separación entre lo real y lo imaginado, lo palpable y lo metafísico.

Para mi sorpresa, aquellas viejas posibilidades vitales barruntadas una década atrás no han ido tan descaminadas: cambié la geología por la filosofía, cierto, y fracasé en los intentos de obtener una plaza funcionaria, pero la escritura, buena o mala, excelsa o patética, me ha acompañado en estos diez años, así como el instinto de ver urdido con la sustancia de lo real el desatino de la vida al estilo “caracoliana”, acarreando tu propio techo a las espaldas hasta que las energías (o la pasta) acaben por agotarse. Por suerte, si a los veinte años esta última posibilidad navegaba en las aguas turbias y confusas de una mera conjetura sin fundamento (carecía del ingrediente económico para llevarla a cabo, y siempre he sostenido que la realización de una fantasía es muchísimo más satisfactoria sin apelar a ayudas externas [padres, bancos, etc.]), hoy esa dificultad ya no existe, y si aún no dispongo de mi casa sobre ruedas se debe a la espera de hallar la más conveniente a mis necesidades, que tampoco son demasiadas, por cierto. Si los vientos no son del todo desfavorables, se trata de un mes, a lo sumo. La búsqueda está próxima a finalizar, aunque si los hados tienen a bien martirizarme algo más, puede que el asunto se demore hasta después del verano. No importa. Felizmente, la cuestión ha dejado de ser la de “sí o no”, y ahora adopta la forma del “¿para cuando?”; a corto plazo, pues, abandonaré la choza de ermitaño, y la cambiaré, durante un tiempo, por un carruaje de los antiguos, que surcará las carreteras y pueblos en busca de espíritus libres, mentes despiertas o los guiños de alguna pecadora...

Por mucho que trate de evitarlos, de soslayarlos, arrojándolos al vacío del silencio y la oscuridad mental, ellos, los sueños, vuelven a mí. Claman atención, que les confiera entidad, su propio escenario de realización, y que con su impulso, sea o no motorizado, vaya hacia ese horizonte, abierto, desconocido y provocador, que se percibe a través del cristal de la vida como un mundo nuevo, por descubrir y gozar.

Como indicaban certeramente (otra vez...) en un episodio de 'Northern Exposure' y no puedo por menos de citar...:

'En los sueños empieza la responsabilidad', escribió el poeta, y quizá así es. ¿Pudiera ser que nos tomamos nuestros sueños demasiado a la ligera? Esas imágenes de lugares desconocidos, ¿no podrían ser, de hecho, ángeles en vuelo, nuestras almas por los aires? [...] Abríos a vuestros sueños, amigos, abrazad esa orilla distante, porque nuestro viaje mortal termina demasiado pronto. 'Las altas torres, los bellos palacios, los templos solemnes, todo el globo en realidad, todo ello terminará por disolverse, y como una pantomima insustancial, no dejará el menor rastro. De la misma sustancia de los sueños estamos hechos, y nuestras pequeñas vidas terminan con un sueño'".

(Fotografía: elHermitaño)

3 comentarios:

Carlos dijo...

Siempre hay que tener sueños, estemos en la posición en que estemos. Aunque sepamos que en realidad algunos sean prácticamente irrealizables, el visualizar futuros anhelos creo que es importante para poder seguir adelante. Además, ¿quién sabe? Quizás un azar del destino nos haga virar el rumbo y, lo que antes parecía inancanzable, esté en nuestras manos.
Me alegro de que veas más cerca tu viaje "caracoliano". Ya nos contarás qué tal te va ;-)
Saludos.

elHermitaño dijo...

Muchas gracias, amigo Carlos. Confío que los sueños también guíen, al menos parte, de tu vida, y que algunos de ellos logren hacerse materia y tiempo (o sea realidad, pero dicho con pedantería...:)).

Disculpa la tardanza en responder, he estado un mes entero sin internet...

Gracias de nuevo, un saludo.

elHermitaño dijo...

Por cierto, sobre los sueños, acabo de recordar una cita de los aborígenes australianos, que dice algo como esto:

"Aquellos que pierden la capacidad de soñar están perdidos".

Pues eso. Saludos.