18 de febrero de 2006

Regreso al Cosmos

Anoche miré el cielo. Hacía un mes que no ponía mis ojos en él, excepto breves momentos en los ocasos o cuando me encontraba melancólico.

Anoche, gracias al seco y estimulante poniente, el firmamento se abrió, se liberó de nubes y dejó paso a las luces del infinito. Aún de día saqué los trastos, me senté a esperar y se me dibujó una media sonrisa; si alguien, en la sempiterna oscuridad, me hubiese visto, seguramente hubiera creído que estaba un poco majara. Sonreía porque volvía a los días de antaño, a aquellas largas y frías de noches de invierno en las que, arropado por los chaquetones y las estrellas, dirigía la mirada hacia arriba, buscando no sé aún muy bien qué. Anoche volví a buscar; quizá haya encontrado algo.

Hubo un instante, tras explorar Orión, Liebre, Casiopea y Andrómeda, que me entró el vértigo. El Cosmos no es desconocido para mí, o al menos no demasiado, pero entonces tuve la súbita impresión de que hacía el tonto con el reflector de 70 mm, con los mapas y los catálogos. El Cosmos me superó. Me barrió de la faz de la Tierra y entré, por un instante, en un paraje desconocido. Perdí el sentido del mundo terráqueo y me abrí al Universo, y los sentidos explotaron de tanta sensación y sentimiento.

Comprendí (por milésima vez), que la mayor gloria de la Humanidad no es estar dotada de sublime inteligencia, de saber narrar y expresar lo inefable, de construir y viajar hasta lo desconcido, o de conseguir la paz en días de guerra; la mayor gloria de la Humanidad es que somos seres conscientes de nosotros mismos y que, quizá desde antes mismo de la aparición de la razón, entendemos cúal es nuestro origen profundo, ligado, como bien intuyeron los pensadores de antaño, a las raíces del Universo. Que todo es una unidad, un mismo ser, que la muerte no existe sino como un tránsito, y que el Universo, como no podía ser de otra manera, nos sigue llamando para que penetremos en él.

De entre tanta luz estelar, iluminado como nunca jamás lo ha conseguido un mortal, salí feliz de mi encuentro con el Cosmos. Un encuentro sencillo, directo, sin añadidos ni aditivos, el enlace que necesitaba desde hacía tiempo. Caminé despacio hacia el coche, echando los últimos vistazos al firmamento; subí, arranqué y cuando, ya en casa, entré en la cama, miré hacia arriba y lo ví.

Por entre los intersticios de la persiana alumbré negrura y luciérnagas, principio y fin. Mi origen y, quién sabe, si mi destino.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Que todo es una unidad, un mismo ser, que la muerte no existe sino como un tránsito, y que el Universo, como no podía ser de otra manera, nos sigue llamando para que penetremos en él."

Vaya, cada vez te veo más predispuesto a aceptar ideas metafísicas.

En fin, ayer estuve con algo de fiebre y de momento aún estoy algo indispuesto.

Era un buen fin de semana para correr en pos del sol, ¿no crees?

Saludos.

Anónimo dijo...

Je, je... .

Sí, han sido días especiales: viento, sol, nubes, estrellas. Lástima no poder compartirlo como me hubiese gustado.

Otra vez será.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

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