7 de noviembre de 2008

Producción



Según cuenta la leyenda el bueno de Euclides, aquel brillante sistematizador del desperdigado legajo que había sido en tiempos la geometría precedente, se encontró un día ante un pragmático y veleidoso estudioso de su escuela que no tuvo el menor inconveniente en increpar al maestro cuestionando que todo aquello que aprendía: tablas, números, reglas, y demás tontería matemática, en realidad no servía para nada útil y que suponía una pérdida de tiempo y esfuerzo.

No sabemos si Euclides azotó o no al frívolo alumno, castigando su simpleza de miras, pero sí conocemos el final de la historia; el maestro se dirigió a uno de sus esclavos y le pidió que le diera al jovenzuelo unas monedas para que este estuviese seguro de que lo enseñado era, tarde o temprano, provechoso. (Por cierto, fue este mismo Euclides el que contestó a Ptolomeo I de Alejandría que, por muy rey que fuera, si quería aprender matemáticas debía hincar los codos como cualquier otro...).

Es buena esta anécdota para ilustrar el utilitarismo radical que a veces nos carcome el cerebro, y que evita poder disfrutar de una lectura, una obra de arte, una pieza musical, o si se tercia, una expresión matemática, por sí mismas, sin aditivos prácticos o de funcionalidad asociados. Coño, digámoslo en una palabra: follárse a la cultura (o hacerle el amor, para los más correctos), por su belleza u originalidad, y disfrutar de lo que nos ofrece ella obviando lo que retendremos, lo que conservaremos y recordaremos, lo que podremos aplicar o emplear tras ese encuentro íntimo.

Unos mil novecientos y pico años después, otro de los buenos, un camarada ermitaño, Thoreau, también dijo algo parecido: no se puede vivir, o no puede concebirse un persona viva, a quien se le exija una producción, un producto neto o un fruto palpable y mesurable de su actividad, so pena de que esa persona deje de serlo. A todos nos gusta saber que nuestro trabajo, sea cual sea, es rentable, que genera algo antes inexistente, que no es tarea estéril o baldía, sí, pero no nos rindamos cuentas, no nos aboquemos hacia la desesperación si los días apenas traen más vida que el contemplar, el compartir y el disfrutar. No estamos obligados a crear más allá de la propia vida, nada (ni nadie) tiene el derecho a tratar de rentabilizar una existencia humana, persiguiendo el beneficio neto o la ganancia pura. O la vida, el ser vivo y humano, es el fin humano en sí mismo, o no lo es. La elección sigue en el aire, para algunos.

Lo cual, naturalmente, está lejos de la ociosidad, el aburrimiento y la dejadez insidiosa y fastidiada de la que suelen hacer gala muchos jóvenes, por ejemplo. No confundamos vida con comer, dormir, y mantener en el calor corporal; eso es simple conservación biológica, anidada en existencias cutres y destinadas al cementerio prematuro. Vivir, "vivir" es otra dimensión, otro nivel de existir. En esto sobran las palabras, ya lo sabéis.

En un estado de cosas como el actual, donde los individuos son vistos, según auguraban rezos marxistas algo trasnochados pero al tiempo vigentes, como "unidades de producción", cabe dar la espalda a esta hipóstasis rebajadora y denigrante. Somos torpes y no vemos, como no vio el alumno de Euclides, que todo acto humano (excepto, tal vez, los ético-morales), sea de aprendizaje, de trabajo, o cualesquiera otros, están incluso por encima, en relevancia y valor, que su producto, que el resultado de ellos mismos. Es el acto el momento definitorio. Y lo que viene tras el orgasmo, claro, aunque placentero, ya no posee el mismo sabor.

5 comentarios:

tequila dijo...

buenas:
si consiguieramos aplicar la producción a todos a las facetas de nuestras vidas seríamos felices... es muy dificil tener esa perspectiva siempre, sobre todo por que la sociedad en que vivimos nos bombardea con conceptos y preceptos contrarios.

Planteo:
si conseguimos vivir y disfrutar cada momento, acto en sí ,sin esperar o buscar un producto, sin una finalidad... donde quedarían nuestros anhelos, dejaríamos de tener "sueños", acabaríamos con la búsqueda de ideales?, no sería simplista una vida sin finalidad???

Me ha gustado. Tengo que volver a leerlo (seguro)
Besos

elHermitaño dijo...

Saludos, amiga Tequila, y bienvenidas sean tus preguntas...

En realidad, compañera, más que no buscar una finalidad, lo que tal vez debería haber escrito (suelo teclear, a veces, impulsado por el torrente lingüístico, sin meditar demasiado...) es no buscar una "rentabilidad", un producto o un resultado. Un par de ejemplos bastos: no estudiar pensando en un exámen y leer un libro sin importar lo que de él aprendamos, sólo por el mero acto, placentero, de la lectura; poseyéndolo, incluso, pero sin mediar interés futuro alguno.

Naturalmente, querida amiga, hay que perseguir nuestros sueños; no aparcar los proyectos que moran en un futuro no realizado, sino ir de cabeza a por ellos. Tratar de mejorar cada día, siendo cada vez más humanos, y perseguir esos ideales, sean cuales sean, que mencionas.

No se trata de quedarse de brazos cruzados, o de no valorar aquello que generamos con nuestras decisiones o voluntades. Es cuestión, más bien, de no pensar, o no pensar sólo, en el resultado, en lo que vendrá, si satisfacerá nuestras previsiones, si será suficientemente bueno y colmará aspiraciones y anhelos. Esto es importante, qué duda cabe, pero a mi juicio también lo es el camino que recorremos hasta llegar a ese resultado, la vida que se vive durante ese lapso, paso a paso.

Y, por tanto, si no sacamos nada en limpio al final del sendero, si fracasamos en el empeño y no hay nada útil como producto, no desesperemos, ni nos colguemos porque no tenemos un trabajo fijo, un coche nuevo o no sacamos la carrera; lo que cuenta es comenzar a caminar, ser consciente de ese trazo seguido en el sendero, y lo que nos espera allende lo visible, es irrelevante (o casi...)

No sé si me explicado o he liado (aún más) la cosa... en todo caso, Tequila, un abrazo, y muchas gracias por compartir tus inquietudes:)

M. Domínguez Senra dijo...

En cualquier caso, hay que desprenderse de los resultados, de lo contrario no se puede avanzar, por un lado, y, por otro, sería inmodestia. Tengo observado que cuando unos y otros somos rigurosos, desapegados y modestos, nos va muuuucho mejor.
Excelente reflexión que tiene razón Tequila que hay que releer para -aún no buscando réditos- disfrutarla de otra manera. Y es que hasta para leer buscamos el placer inmediato.
Un abrazo y mi admiración ante tanto talento.

elHermitaño dijo...

Marta, no se merecen tantas adulaciones... cachis, que se me enrojecen las orejas... :)

Y gracias por leerme así, como tú ya sabes... ;)

Abrazos.

tequila dijo...

buenas:
realmente tenía que volver a leerlo...
sería algo así como la famosa búsqueda d la felicidad: que se disfruta en el camino más que una vez conseguida...

Y cómo se vive pensando así dentro de nuestra sociedad?

Gracias por el comentario aclarión-respuesta...
mañana leeré su "sigame" (hoy tenía esto pendiente)
Besos Hermitaño