6 de mayo de 2014

Re(cambios)


Le dio a la naturaleza por abrir sus compuertas, este viernes pasado (11 de abril). No hubo medias tintas, sino de todo. Y a lo grande.


Arrancó la mañana brumosa, con feas nubes bajas y grises. Lloviznó ligeramente, manchando de tierra el coche y los ánimos humanos, abatidos tras dos días sin ver a la estrella. Aquí somos así: precisamos al sol, forma parte del paisaje, como las playas y los huertos de naranjos.

Al mediodía hubo un brusco viraje de las masas de aire. De húmedo y pegajoso, pasamos a un viento que soplaba seco y requemado. Agobiaba, tanto calor, pero al menos en lo alto volvió el azul y se vio, por fin, el disco brillante.

Y, ¿qué más? Pues las tormentas, claro. Viniendo a la tarde, del oeste, desarrollándose en enormes cúmulos cargados de electricidad, y se dedicaron a escampar agua a diestro y siniestro, impregnando el cielo de una tonalidad amarilla extrañísima. Después emergió por el mar el arco cromático... que parecía saludarnos. 

Aproveché el interludio y me largué a Gandía (estaba con los gatos, en la casita), adonde llegué justo cuando caía la noche. Y, entonces, las fuerzas se desataron otra vez... Los truenos retumbaron, haciendo temblar los cimientos de los edificios, mientras los rayos parecían iluminar el fin del mundo...

A medianoche, finalmente, la madre puso fin a la juerga, y se retiró a descansar, agotada de tanto ajetreo.

Ya lo sabemos: no se paga entrada para disfrutar de todo ello.

Aprovechémoslo, ¿no?

(Imagen: El Hermitaño)

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