9 de marzo de 2007

En nuestras manos

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos".

Arthur Schopenhauer, filósofo alemán (Danzig, 1788- Francfort, 1860)

7 de marzo de 2007

Exploración y humanidad



Hay gente que opina que los costes de la exploración espacial son demasiado altos y sus recompensas insuficientemente valiosas. Porque aumentan nuestro saber, sí, pero no sirven para solucionar problemas sociales, curar enfermedades o erradicar la pobreza. Y, sin embargo, cualquiera que contemple una imagen como ésta, la de otro mundo girando alrededor del Sol con sus majestuosos anillos de polvo cortados finamente por las sombras, debería entender que la investigación del espacio es algo más que saber. Nos remite a un impulso ancestral de conocimiento, ciertamente, pero además nos permite un cambio absoluto de perspectiva en la forma en que observamos el Cosmos y a nosotros mismos.

El conocimiento que se desprende de toda exploración es importante, qué duda cabe, pero lo que se busca en realidad es un cambio, una transformación de nuestro pensamiento. En esa interrelación entre saber y revolución mental la exploración espacial juega un papel fundamental, porque sus hallazgos nos transportan hasta otra dimensión a la hora de concebir cuál es el lugar de nuestra civilización. Desde la conquista de la Luna, hace casi cuatro décadas, hasta esta foto de Saturno tomada por la sonda Cassini hace unas semanas, persiste un nexo común: el de ir más allá, para cambiar nuestra forma de entender el inmenso universo y, con ello, nuestra propia esencia humana.

Estamos viviendo en una época extraordinaria, de descubrimientos constantes y nuevas revelaciones acerca del universo, cada vez más fundamentales. Pero aunque no fuese así, aunque la exploración espacial no nos diera el camino a seguir en pos de un mayor saber intelectual, seguiría siendo vital para nuestra especie, y ello porque las sondas, las naves y estaciones espaciales y los ingenios humanos lanzados al espacio profundo nos permiten abrazar un enfoque radicalmente nuevo de quiénes somos, en relación al Cosmos.

Una única imagen del universo, como ésta de Saturno, nos sirve para entender por qué tenemos que explorar el espacio: una especie que no avanza hasta el más allá está sentenciada a muerte. E ir más allá significa, sin más, dejar atrás lo ya sabido, aquello que nos ha hecho humanos, y dar otro paso hacia lo imposible. Hace tan sólo unas décadas, una imagen como la de Saturno era una tarea más allá de nuestras posibilidades. Hoy es pura rutina.

El cambio de perspectiva es lo que debe movernos, más que el provecho práctico de nuestra exploración. A la larga, dicho cambio puede significar, gracias al estudio del Cosmos, nuestra propia supervivencia, por ofrecernos una visión del verdadero lugar y trascendencia de nuestra especie; esta nueva concepción tendrá como núcleo nuestras diferencias dentro de un marco humano común, unido ante la diversidad del Cosmos y su indeferencia ante nuestro propio destino. Esa unidad humana es, justamente, la que hoy más que nunca necesitamos. Y quizá sea la exploración espacial la que nos la proporcione.

3 de marzo de 2007

El regalo de Selene: Hoy, eclipse de Luna



Hoy día 3 de marzo tendremos ocasión de ver un eclipse total de luna. Este tipo de fenómenos se producen al alinearse, en este orden, el Sol la Tierra y la Luna. El cono de sombra generado por la Tierra incide directamente sobre el disco lunar, y el resultado es el oscurecimiento paulatino de nuestro satélite, que puede llegar a ser parcial afectando a una región del disco de la Luna, o total, si abarca la totalidad del mismo. Tenéis mucha información en otras páginas (como ésta, por ejemplo), donde podéis conocer a qué horas de desarrollarán las diversas fases del fenómeno.

Yo, como buen hermitaño, subiré a una colina para contemplar el fenómeno en soledad, acompañado por el croar de los sapos y las serenas estrellas , en lo que se presume será una noche cálida y tranquila.

Quien tenga la suerte de sentir un aliento cálido a su lado mientras observa cómo la Luna adquiere un tinte rojizo, mucho mejor. Este tipo de acontecimientos deberían ser disfrutados en compañía si es posible, pero también son saludables en la quietud de la soledad. Sólo tú y ese ser abstracto y complejo que llamamos Universo.

Hacia la medianoche de hoy, guardemos silencio, apaguemos las luces y dejemos que el Cosmos entre en acción.

Opus 200

Con la anterior entrada alcanzamos los 200 posts publicados en este blog. No es una cifra demasiado espectacular, pero uno echa la vista atrás y se siente a gusto con sus ridículas aportaciones, con lo dicho y discutido, y sobretodo, por lo que aún nos resta por decir y discutir, que es tanto que jamás podremos darle cabida aquí.

Por suerte, para ello están los amigos, la vida, y por supuesto, el Cosmos.

Con éste, pues, hacen 201.

26 de febrero de 2007

Sobre la pregunta de si existe un Dios

«Alguien preguntó al señor K. si existía un dios. El señor K. respondió: "Te aconsejo que reflexiones si tu comportamiento cambiaría según la respuesta a esa pregunta. De no cambiar, podemos abandonar la pregunta. Si cambia, yo podría al menos ofrecerte alguna ayuda diciéndote que ya te has decidido: tú necesitas un dios"».

Bertolt Brecht, Historias del señor Keuner.

24 de febrero de 2007

Vidas esclavizadas



Es sorprendente lo que llega a ser capaz la gente por mantener su nivel de vida. No les importa en absoluto la propia vida, cómo vivirla o qué hacer con ella, con tal de poder preservar su boyante economía.

Porque, hoy, lo que semeja vida no es más que una carrera desenfrenada e incoherente hacia un bienestar material mayor: compramos de todo, que no necesitamos, nos apuntamos a todo, que jamás aprovechamos, trabajamos sin parar, ansiosos por no ver desaparecer de nuestros bolsillos los billetes de nuestra devoción. Queremos mantener el nivel de vida, pero lo hacemos a costa de la propia vida.

Pienso en aquellas personas encerradas en fábricas, agobiadas por ruidos y hedores, aspirando serrín, trabajando ocho horas diarias en un ambiente de infierno (excepto por las ocasionales amistades que uno llega a trabar, en medio de un caos de desprecio y envidia). Pero también en ejecutivos, en funcionarios, en gentes corrientes de la calle, dispuestas a ahogar su existencia con su aspiración de una vida supérflua, económicamente productiva aunque humanamente deplorable, vaciadas de cualquier valor.

Yo preferiría vivir en la indigencia, yendo a la casa de la beneficiencia dos veces al día para tomar un plato de comida caliente, vestido con andrajos, ojeando los periódicos de la biblioteca y tomando el sol cada día mientras camino sin rumbo fijo, que esclavizarme por una vida que no quiero, por un trabajo que detesto, por unos conocidos a los que no deseo ver. Y ello no sería denigrante, no supondría agravio alguno; al contrario, entonces la vida estaría marcada por una dignidad total, la de vivir de acuerdo a una liberación diaria, en lugar de un constante devenir hacia la degradación que estamos viviendo.

Me sonrojo al ver a ciertos tipos con sus coches lujosos, con sus trajes bien planchados y tintados, y sus móviles de última generación, llenos de satisfacción por cómo viven. Pero su fachada no lleva a engaño: en realidad no viven, encadenados como están al yugo de una esclavitud invisible, sin nombre ni rostro, pero real.

La vida parece estar escapándosenos. La clave de todo el asunto radica en la conciencia por una existencia alejada de trivialidades materiales, al tiempo que estimulada gracias al trabajo, convertido en diversión. Si esto no es posible, cabría trabajar medio año completo, y el resto dedicarlo a nosotros mismos. Si esto tampoco es posible, podemos intentar vivir de otros, ayudando en lo que podamos. Y si todo esto falla, entonces el último recurso, no por ello menos humano, de la indigencia.

Por supuesto, muchos preferirán cualquier otra opción a esta última. En sus mentes es impensable verse como mendigos ante los ojos de los demás, claro, pero lo que parecen no advertir es que, de hecho, se están conviertiendo en mendigos de sus propias vidas. Dentro de poco los veremos pidiendo limosna, pero no para un bocadillo o una cerveza que les alivie el estómago o las penas, sino para el alma, para evitar perpetuar una vida desdichada y llena de fracaso.

Y ésa es una limosna mucho más dificil de conseguir que cuando arrojamos unas monedas a los pies de los mendigos. Los indigentes siempre hemos sido nosotros.

18 de febrero de 2007

Enamorado del Cosmos



Hay quienes aman a su pareja.
Hay quienes aman a su mascota.
Hay quienes aman a sus padres.
Hay quienes aman a sus amigos.
Hay quienes aman un equipo de fútbol.
Hay quienes aman a su país.
Hay quienes aman el futuro.
Hay quienes aman lo vivido.
Hay quienes aman un paisaje.
Hay quienes aman una sonrisa.

Yo no puedo decir que no ame también a todas esas cosas y muchas otras; pero el verdadero amor lo siento cuando miro hacia arriba, cuando contemplo de dónde provengo y la piel se eriza al saber que parte de mí mismo estuvo allí tiempo atrás, y que tras incontables eones allí volverá. Amo el Universo, lo amo en toda su extensión, material y espiritual. Lo curioso es que no recibiré jamás nada a cambio, porque el Universo es indiferente a nuestras pasiones. Sin embargo, quizá el amor no correspondido sea el único y verdadero amor que existe.

12 de febrero de 2007

Primavera de invierno



Resta aún más de un mes para la llegada de la siempre inspiradora primavera, pero parece hoy haberse anticipado, al brindarnos una jornada llena de calidez y cielos maravillosos.

Me resulta gracioso que mucha gente y muchos medios de comunicación relacionen directamente estos días singularmente calurosos en pleno invierno con el cambio climático. Es gracioso y bastante lamentable, porque la memoria siempre es corta: todos los años sucede algo similar, no hay más que echar la vista atrás y recordarlo. En mi caso, hojeando mi viejo diario he comprobado como casi siempre por estas fechas en el mediterráneo se dan días así, de altas temperaturas y viento seco. Sólo con echar mano de los archivos y las estadísticas uno puede comprobarlo por sí mismo, y aunque pueda ser verdad que un año sea especialmente caluroso, o especialmente lluvioso, a la larga esos extremos se compensan, y pasa siempre, más o menos, lo mismo.

En cualquier caso, hoy ha sido un día perfecto para pasear, quitándonos chaquetas y absorbiendo la especial energía del Sol, energía forjada en sus abrasadores interiores hace ya más de un millón de años, y que alcanza ahora la Tierra, poniendo en movimiento la maquinaria climática como lo ha ido haciendo desde el origen del mismo planeta. Y esa energía, combinada con los factores climáticos propios de la Tierra y las condiciones meteorológicas concretas sobre la Península Ibérica, nos han ofrecido una jornada radiante de luz y color, que semeja la llegada de la primavera, la estación que supone el vínculo eterno entre la muerte y la vida, el ocaso y el renacer.

Aún no estamos en primavera, es cierto, pero yo la siento ya en mi interior. Dejemos, para terminar, que unas palabras de Jack London sean las últimas hoy y antecedan el nacimiento de esa estación tan especial:

"Volvía el sol, y con él despertaba la Tierra del Norte que le llamaba. La vida empezaba a agitarse otra vez. La primavera se sentía en el aire. Llegaba hasta él la pulsación de las cosas vivientes que crecían bajo la nieve, de la savia que ascendía por los troncos de los árboles, de los capullos que hacían estallar la capa de hielo que aún los cubría..." (Jack London, "Colmillo blanco")

(Foto: Jordi Cantó i Garcia; Fotonatura)

9 de febrero de 2007

Locura por escapar

Siempre me he sentido a gusto en esta tierra. Forma parte ya de mí, y es algo más que simple apego; se trata de identificar como propios ciertos paisajes, ciertos aromas, y notar lo pisado como si fuera una extensión de tí mismo. Percibes que formas un todo con lo que te rodea, porque lo conoces, porque lo estimas y quieres conservarlo.

Pero en los últimos tiempos noto algo de desasosiego; necesito ir más allá de esta frontera tan cercana, abrir el espacio de nuevas tierras y desconocidos amaneceres. Suena cursi, pero es lo que siento: ansia de escapar, de huir de lo que te ha rodeado hasta ahora, no porque te canse o no tenga algo que ofrecer, sino por el hecho simple de avanzar hacia lo lejos. En un tiempo en el que amigos próximos hacen realidad sus sueños, en el que se inician grandes viajes, se descubren culturas y comienzan aventuras extraordinarias, yo siento que no podré estar por mucho más anclado en esta luminosa y cálida comarca.

La pena es que han arruinado la única manera plausible y asequible que tenía para huir. Y lo han hecho los de siempre, los que marcan las normas, los que, como decía en el post previo, no quieren sino su parte del pastel. Con todo, uno debe seguir en la lucha. A la vuelta del tiempo, quizá, lo que ahora es inalcanzable se torne factible.

Y, así, sólo queda soñar, eternizar esos instantes de gozo que se supone están por llegar, y estar dispuesto a hacerlos realidad aunque suponga, de nuevo, por enésima vez, el sacrificio. La expiación será necesaria tras el infortunio; la dolorosa privación, también. Así es la vida, cruel sí, que desagarra el espíritu, pero asimismo siempre dispuesta a ofrecer otra oportunidad.

Sólo queda, por lo tanto, soñar con el tiempo que permita huir, escapar de esta especie de cárcel disfrazada de paraíso en que mi tierra se ha convertido. La adoro y la quiero, pero aún deseo más la que me es desconocida, aquella que aguarda, impaciente ya, en el confín visible, como a años luz.

No es momento de volver a errar. No cabe la espera. Habrá que hacerlo ya.

2 de febrero de 2007

La furia (el sueño destruido)





















Uno, como ya he dicho muchas veces (y resulta obvio con sólo examinarnos a nosotros mismos) vive su existencia rodeado de sueños. Sabemos que unos no se cumplirán; de otros albergamos más esperanzas, aunque aceptemos su dificil resolución. Y hay otros que parecen hacerse realidad casi sin proponérnoslos.

En mi caso, el sueño que había estado merodeando en mi interior, cuya fuerza me había instado a romper con mi sosegada vida, cuyo ímpetu me había lanzado a trabajar (algo impensable hasta que vi factible hacerlo realidad), ha quedado reducido a cenizas, desintegrado por una estúpida y maldita ley que tan sólo aspira a saquear nuestras maltrechas economías personales.

Vivo con tanta austeridad y lo que anhelo (anhelaba...) cuesta tan poco que todo euro que pesco es casi como un tesoro. Nadie puede comprender esto si su vida se concreta en echar mano constante de la tarjeta de crédito o parar esa misma mano ante papá cada vez que desea salir de marcha o hacerse tal o cual capricho. No soy un currante (jamás llegaré a ese extremo, entendiendo la vida como un mancillar constante de trabajo desencajado), pero tras el esfuerzo realizado en dos veranos y viendo en sueño al sueño (redundancia obligatoria) materializarse ante mí, estaba razonablemente convencido de que el momento cumbre había llegado.

Tras unos días en que los exámenes, casi como espadas cruzadas, me impedían moverme del sitio, pensaba hacer un viaje a Alemania y adquirir, por fin, mi casa rodante. Era ése el plan, sencillo, directo, sin complicaciones, y a partir de entonces vivir como jamás había soñado. Ése era el plan, en efecto, pero unas noticias vertidas en mi correo (por un aliado en lo que ahora se ha convertido en una especie de guerra contra la avaricia y el afán de lucro de ciertas entidades gubernamentales) lo hicieron saltar en pedazos. Resultaba que no, que no era posible que un tipo como yo, ingenuo, inocente, incapaz de hacer daño más que a sí mismo y dotado de espíritu pacífico, pudiese dar forma real a su sueño. Debía no sólo cumplir con los trámites legales, papeleos interminables y otras lindezas tan habituales en estas gestiones burocráticas, sino que además, en un alarde de solidaridad y buen talante, para poder traer aquí, a España, a mi tan sentida y esperada autocaravana, era obligatorio desembolsar una cantidad casi igual al coste del propio vehículo. Esto es así porque: 1º, me prohíben comprar más allá de cierta antigüedad; 2º, me obligan a pagar un impuesto de homologación disparatado (cerca de 2.000 euros...) y, 3º, exigen el pago a Hacienda de una cantidad próxima al 15% del valor total. Es decir, que lo que en principio podía suponer un gasto de 1, ahora se multiplica por dos... .

Una ley tal, propuesta, aceptada y puesta en marcha en un tiempo récord, no puede deberse más que al instinto carroñero de las instituciones tributarias, que han visto el negocio existente en este tipo de compra-venta y quieren su trozo de pastel. Han visto que en ese sector se mueve dinero, hay beneficios, y se les hace la boca agua tan sólo con imaginarse el bote a fin de año. Y yo lo comprendería si se aplicara a ciertas carteras con varios ceros en la cuenta corriente; podría incluso hasta yo mismo aceptarlo si mi caso fuese el de un tipo al quien lo mismo da 20 que 22. Pero, claro, hecha la ley hecha la trampa; y, de paso, que paguen justos (y pobres) por pecadores (y ricos).

Es surrealista que hace unos días estuviese ya analizando los modelos finalistas, viendo los billetes de avión más baratos e imaginando cómo sería el viaje de vuelta, y que en un tris se eche a perder toda la ilusión y todo el placer que suponía hacer realidad el sueño. Pero si se debiera a mi inoperancia, a mi ignorancia o a cualquier otro aspecto cuya resolución de mí dependiera, entonces no habría problema alguno. La putada, el roto que ha supuesto la entrada en vigor de esa miserable ley, es que ya no depende de mí, que no es algo a superar por mí mismo (como sí lo era hasta ahora). Esto es algo que se me impone desde fuera, cuyo nacimiento viene a complicar la vida del austero dificultándole el cumplir sus sueños.

Estamos viviendo no en un mundo, sino en una jungla; la jungla del matar o ser devorado, la jungla de impedir que el contrario sea más feliz, más completo. Pero no es ya lo triste que seamos nosotros quienes nos lo hagamos dificil, sino que la propia sociedad, la que a priori vela por los intereses de los ciudadanos, la que nos debe ayudar a alcanzar aquella felicidad o a desarrollar la que ya poseemos, es triste que sea la sociedad, digo, la que acabe quemando y destruyendo los ideales, que no cumpla con su parte del trato y que ofenda y humille la libertad y la independencia que todos nosotros debemos tener.

En esta jungla sólo cuenta el billete, la cartera y la cuenta bancaria. Claro que eso ya se sabía, no es noticia de hoy. Pero para mí sí es noticia de hoy darme cuenta de que la lucha debe encarnizarse, porque nadie (de los arriba situados) para su puta mano en tu ayuda. Ellos van a hacer daño, van a querer más y más, ahogando, estrujando y asfixiando libertades, tan sólo en su propio beneficio. Uno no puede vivir en paz y armonía en un mundo dominado por pasiones bancarias, no puede hacer su vida sin ser obstaculizado de continuo. Sólo queda, me decía un amigo, ser más rápido que ellos, actuar con prontitud, dar vida al "carpe diem" y olvidarse de hacer planes de futuro, porque lo más seguro es que, ellos, te lo acaben matando.

Quizá tenga razón, pero de una cosa estoy seguro, y es que debo cumplir mi sueño. Tendré, seguramente, que pasar por encima de ellos, tal vez olvidándome del respeto a la ley, posiblemente haciéndoles tanto daño como ellos me lo están haciendo a mí, tal vez con la misma saña y fuerza por mi libertad que ellos emplean, no en dar una vida mejor a los ciudadanos, sino en oprimir un poco más la soga en torno a sus cuellos.

Estoy dispuesto a dar guerra, aunque sea el único del bando, porque a quienes matan los sueños, quienes lapidan las ilusiones de la gente con el fin de aumentar sus arcas, no deben tener otro destino que un lento agonizar, viendo cómo los carroñeros les arrancan los miembros y cómo hacen trizas sus deseos, esos deseos que, convertidos ya para siempre en polvo, alguna vez también tuvieron otros, a quienes en su momento ignoraron y despreciaron.

27 de enero de 2007

Culturas distintas; mundos diferentes

Uno de los mayores privilegios que uno siente cuando aprende (y sobretodo, si es algo que te gusta y motiva)es que, de una u otra forma, ese aprendizaje va cambiando poco a poco tu perspectiva; a medida que profundizas, te das cuenta de aquello que antes ignorabas, o lo que creías obvio o intrascendente pero que luego se revela capital. En fin, tu visión del mundo se transforma. Captas matices, descubres uniones ocultas, y confirmas (o desmientes) tus ideas preconcebidas.

En Antropología, el estudio de la cultura y diversidad humanas en el tiempo y el espacio, se menciona muchas veces un evento festivo que algunas tribus del Pacífico Oriental emplean como medida de intercambio de recursos. Es el potlach. Pues bien, un potlach consiste fundamentalmente en la distribución, por parte de los miembros de una comunidad, de alimentos, utensilios, mantas, etc. A cambio, esa tribu aumenta su prestigio, su reputación. Claro que es una costumbre india, por lo que quizá nos resultará extraño eso de regalar alimentos y otros objetos de valor a gente desconocida (o a miembros de otras familias). ¿Por qué harían algo así los tlingit, los salish y otras tribus similares?

Según la teoría económica clásica, el motivo del lucro es universal, pues está presente en toda sociedad y en todo tiempo. Sin embargo, el comportamiento de los indios norteamericanos revela una actitud completamente opuesta. A ojos de ciertos investigadores occidentales, esto se interpretaba como un comportamiento derrochador: las tribus ofrecen regalos para ser más prestigiosas, incluso si ello supone una disminución de su bienestar material. Pero esta forma de ver las cosas parte desde la perspectiva occidental; y cualquiera debería saber que analizar el mundo y la humanidad a partir de ella tiene como resultado una visión miope de la realidad.

Ahora bien, ¿cómo entonces debemos percibir el potlach? Según la perspectiva actual, el potlach y costumbres semejantes son adaptaciones culturales a los periodos alternativos de abundancia y escasez locales. Es decir, las tribus que han tenido un buen año y se convierten, durante un tiempo, en ricos ofrecen la parte sobrante de su subsistencia a quienes son pobres. Quizá al año siguiente cambien las tornas, y los ricos sean pobres y los pobres ricos: se trata de un mecanismo de compensación social, por decirlo así. Lo extraordinario de todo ello es que las tribus indias adquieren prestigio al compartir con los demás, pero no por afán de lucro o para ser bien vistas por otras, sino sobretodo para evitar la estratificación social (o sea, que haya ricos y pobres estables).

Aquí es donde entra en juego la comparación con occidente, con nuestra sociedad capitalista. ¿Qué hacemos nosotros cuando tenemos "excedente" de recursos económicos? No es que se deseable que los compartamos, los distribuyamos entre la gente pobre, etc., porque ello es inviable en un mundo como el nuestro, tan arraigado y necesitado a los valores materiales; más bien, lo horrible es que tendemos a hacer ostentación de nuestra riqueza, a restreguar a nuestro vecino el coche nuevo que acabamos de comprarnos, los trajes y halajas de nuestra mujer, el colegio caro al que acuden nuestros hijos y, en general, todo aquello que nos impulsa por encima de los demás.

En resumen, las tribus que emplean el potlach no lo hacen con ánimo de arrogancia o suficiencia ante los necesitados, sino que prefieren renunciar a sus excedentes antes de servirse de ellos para agrandar la distancia social que media entre ellos y sus vecinos.

Es esa mentalidad la que ofrece un buen ejemplo de lo que significa vivir en armonía con tu alrededor. La verdadera solidaridad, lo que mueve hacia la alianza entre personas. Más allá de la ingenuidad que supone creer que ello es viable y posible en occidente, porque nuestros esquemas mentales se hallan arraigados a la idea de que lo nuestro es nuestro y de nadie más, lo pasmoso es la sensación de distancia mental que media entre las costumbres de esas tribus (que algunos, graciosamente, interpretan como primitivas), y nuestra forma de vivir.

Nos consideramos progresistas y evolucionados cuando, más bien, aún estamos en la primera casilla del juego de la vida: pasmoso es también lo que aún nos resta por aprender de un puñado de gentes con tocados de colores y plumas en la cabeza, que sienten la existencia no como competición, no como una jungla llena de fieras dispuestas a destrozarte, sino como un paraje que, si bien no lo es, puede ser más idílico y grato por poco que hagamos nosotros. Gentes de tradiciones casi milenarias, que aportan sabiduría y humanidad en un mundo de sangre, locura y avaricia. El mundo en el que vivimos y donde, al parecer, queremos vivir.

15 de enero de 2007

De regreso, por fin

Bien, por fin. Casi cuatro semanas después he podido volver a entrar en Internet. Debido a unos problemas absurdos, irritantes y nada sencillos en apariencia, y por unas maneras bastante torpes por parte de los responsables, he pasado 25 días en blanco, sumido a veces en cierta desesperación ante lo que parecía una dificultad sin solución.

Ha habido novedades en este tiempo de silencio. Aquel compañero que anhelaba saltar a la vía del Gran Viaje ha tenido que desistir, de momento, tras un periodo de estira y afloja en el que el sueño simulaba ser real. No, no por ahora. El Viaje llegará, pero tiempo al tiempo.

Por otra parte, ahora, hoy ya, estoy sumido en horas de profundo aprendizaje, en vistas a realizar esas triviales y en absoluto representativas de tu saber pruebas escritas que dan por llamar exámenes. En una semana se me echan encima, y yo aún ando a medias, a oscuras, iluminado por una vela; en mí manda el gusto por hacer de mí mismo, en base al aprendizaje, alguien que antes no existía, pero la enseñanza obliga a pensar en pruebas que no sirven más que para una simple e incompleta orientación de tus conocimientos. Transcurre mi vida entre pensamientos de Sócrates, lecciones sobre la no-dualidad de las filosofías orientales, nociones sobre reglas de inferencia, meditaciones acerca de la vida virtuosa según Aristóteles, algunos conceptos de antropología del lenguaje... y todo ello endulzado con los textos de Paul Davies e Italo Calvino, unas páginas de Bécquer y la visión de la Luna mientras me duermo.

Vienen días de obligaciones, lejanos los tiempos del saber por el saber. Nos hacen vivir pensando en lo nimio, lo banal de una prueba escrita; nos jugamos medio curso en un par de horas, como si en lo que uno se convierte tras aprender pudiese plasmarse en un cuatro páginas blancas. No, es imposible. Cada vez que leemos un libro, o examinamos el pensamiento de un autor, cada vez que releemos un capítulo que nos gusta o buscamos una idea de aquél escritor nos debe mover el impulso de ser mejores, de elevar nuestra cima intelectual, de alcanzar cierto orgasmo mental. No podemos simplificar algo tan extraordinario y querer vomitarlo en un exámen; el intelecto sufre cuando se enfrenta a ellos, no por falta de saber, sino porque le instan a ceñirse en demasía, a rebuscar, a hurgar en su interior en busca de soluciones a cuestiones intrascendentes.
Es lo que siempre odiaré de la enseñanza estructurada y regida por pruebas escritas. No hay voluntad de mostrar en qué te has convertido, cómo te has transformado tras el aprendizaje; sólo se quiere la demostración de que has seguido lo establecido, que has continuado por el camino ya marcado, que has estudiado lo que te mandan, no lo que nace de tí. En suma, se valora que hayas seguido las normas, siendo un fiel y devoto individuo dispuesto a tragar y tragar sin parar, con la vista puesta en el aprobado, superar el curso y alcanzar la licenciatura.

Ése, en efecto, es el procedimiento completo y total para formar personas íntegras y maduras en una sociedad como la nuestra. Es lo que se espera de nosotros. Venga, pues.