
Lloviznaba apenas en las calles, con la lenta caída de gotas perezosas que hacían presagiar nieve y nuevos tiritares. Las madres llevaban a sus hijos al colegio: su tierno pelaje envuelto en gruesos tabardos, manos enfundadas en guantes de lana y molleras bien resguardadas del frío con los acostumbrados gorros. La impresión era de vivir en algún remoto pueblo de Alaska, Siberia o Groenlandia, incluso. Demasiado exceso; excesivo en demasía.
Quería degustar la nieve. Después de meses ahogados entre tanta agua, el encanto de esa materia blanca, congelada y grumosa era irresistible. Sin amenguar la preciosidad del líquido vital, ayer era el turno de la nieve. Pero la puñetera se me resistió. No pude hallarla en parte alguna, y eso que trepé hasta altas cumbres y me encaramé a empinados riscos, elevando las manos para recogerla recién exprimida. Pero nada; sólo logré mojarme, vagar ansioso tras ella de monte en monte y paladear algo similar a aguanieve, que ni era agua, ni mucho menos nieve. Por suerte, siempre queda el recurso de la contemplación, el dejarse llevar ante la maravilla que se abre ante ti y, como es norma, dar gracias por ello. Amiga Natura nunca defrauda, es el lenitivo ideal para los que no logran lo buscado. Aunque a veces, lo que no se halla y lo que andábamos buscado viene a ser, sin nosotros saberlo, la misma cosa.
El paisaje parecía extraído de un sueño brumoso. La sierra estaba coronada, en todo su alargado recorrido, por una crin nebulosa gris oscura, hecha de jirones desperdigados pero movidos, todos, con la misma intensidad y dirección; adheridos por algún extraño pegamento invisible, remataban las montañas plomizas y desenfocadas. En segundo plano, un mar de nubes blancas, homogéneas e insípidas, que exhalaban vahos y vomitaban virutas líquidas algo molestas. A nuestros pies, por el contrario, brillaba el verde, multiplicado miles de veces gracias a las diminutas gotitas que perlaban ese tapiz de hierbas; infinidad de babosas peregrinantes, trotamundos autosuficientes, medraban por el suelo húmedo. Anduve con cuidado, tratando de no pisar con mis botas antediluvianas ninguna de esas bellezas enroscadas sobre sí mismas.
Y, claro, había aquel silencio atronador, que dejaba perplejo y aturdido. Suele, ese rincón, rodearse de pocos individuos: algún cazador con sus caninos y fieles compañeros de tretas; parejas que, buscando intimidad, se detienen con su vehículo bajo un pino protector; gente mayor tratando de recuperar la salud perdida, que efectúan caminatas a lo largo y ancho de los senderos agrícolas. También se puede ver algún camión que traslada los cítricos, y grupos de inmigrantes con afanosos brazos recolectores. Pero sólo aparecen de tanto en tanto; el protagonista, allí, siempre es el silencio. El frío, la lluvia y la (nunca apresada) nieve evitaban, hoy, que las almas anduvieran por allí. Tampoco hacían acto de presencia ardillas, conejos, halcones o los jabalís, de cuya existencia dejan testimonio sus excavaciones en la tierra. Toda la vida estaba recluida en sus hogares; sólo un sujeto larguirucho, de aspecto desaliñado y apoyándose en su caminar con un báculo arqueado, rompía la quietud y la anacrónica consigna de silencio.
Un último vistazo y una postrera absorción de todo aquel espectáculo, que me servirán de fulcro durante los venideros días de obligaciones académicas, cierra mi estancia en esa tierra de nadie y de todos. No quise prolongar más mi trance, ni privar de ese letargo mudo bien merecido a los seres que han hecho del paraje su nido, sabedores de los beneficios que habitar allí supone. Me retiré sigiloso, volví a la madriguera de cuyas paredes emana esto que ahora escribo, y como tantas veces he dicho (hasta la saciedad, supongo), espero que llegue el día de regresar allí y no tener que volver. La ciudad es pasto de cuerdos; yo prefiero la locura, que sólo se alcanza allende aquella. Pero es una locura dócil, controlable y embriagante; no nace de ti, en absoluto, sino que viene de fuera. De un lugar inconcreto, intangible.
Ya sabéis cómo se llama. Y lo que os pide.
(Fotografía de IVáN.N.M.)