30 de abril de 2007

A quién quiera encontrarme...




... le podría decir, por ejemplo, que no busque en las ciudades, que no pierda su tiempo en bares, salas de recreo, catedrales del histerismo o comercios. Ni siquiera en bibliotecas, salas de cine, exposiciones artísticas ni museos, así como tampoco en la casa donde nací hace ya muchos años.

Allí, en todos esos lugares, no me hallarán tal como soy. Por el contrario, si se me quiere encontrar será más útil registrar y escudriñar otros emplazamientos: quizá, como en aquella leyenda de Bécquer en la que una madre afanosa busca a su noble hijo, cabría buscarme "en una tumba, en cuyo borde puedo yo prestar oído a las conversaciones entre los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas."

Y, ¿por qué allí? Porque, en efecto, yo estaré en cualquier parte, menos en donde esté todo el mundo.

26 de abril de 2007

El cambio climático y algunas rabias



Un paisaje árido como éste podría ser típico en el futuro en muchas zonas de España, si hacemos casos a los vientos dominantes del pensamiento actual. El cambio climático es, ya, una realidad incuestionable e incuestionada. No es el momento de discutir; es el momento de actuar. Hay que parar el cambio climático al precio que sea, es decir, a todo precio. Y cabe hacerlo porque los intereses en juego son grandes. Tanto por parte de quienes lo niegan todo como por quienes aceptan toda noticia catastrofista.


Este tema ha traspasado desde hace tiempo el ámbito científico (si es que alguna vez se ciñó a él) inundando discursos políticos y económicos. Queda bien utilizar el cambio climático en las conversaciones, queda ecologista, verde, queda como símbolo de lo que estamos haciendo las cosas mal y debemos (o, quizá, deben) cambiar sus hábitos. Nos hace sentir partícipes de que movemos el culo por una buena causa, nos tranquiliza la conciencia el reciclado, no coger el coche para ir al súper, apagar de vez en cuando la climatización, o cerrar el grifo al limpiarnos los dientes. Memeces.


El clima es un ente físico de una complejidad extraordinaria. Sabemos bastante acerca de él, pero no todo. Se ha avanzado enormemente en la predicción del clima futuro, y conocemos muchas de las variables en juego, pero no todas. Y esto sí es reconocido por todos los científicos. Las predicciones a 20, 30 o 40 años vista deben ser consideradas como posibilidades, que es lo que son, y no como certezas. A no ser que queramos meter miedo, que nos gusten los titulares sensacionalistas, y hacer creer a la gente que si encienden dos luces en lugar de cuatro van a contribuir a que el cambio climático se neutralice. Cierto es que las predicciones van casi siempre en una misma dirección, que no es la buena, pero ello no debiera impedir verlas sólo como hipotéticas situaciones futuras.


Es dificil hallar fuentes y bibliografía que esté en desacuerdo con las posturas oficiales (como odio esa expresión...). Pero las hay. Y cabe interesarse por ellas si lo que queremos es hacernos con una visión lo más coherente e imparcial que podamos. No existe, pese a lo cacareado del asunto, una opinión científica clara ante el cambio climático. Están los que dicen que sí, que existe, y que además es por la mano humana, y son la gran mayoría, evidentemente. Pero asimismo existen los que opinan que no, aunque estén casi silenciados entre el clamor y los berridos de sus contrarios.


Lo lamentable del tema es que ya casi no importa quien tenga razón, sino hacer ver que ninguno de los grupos merece más credibilidad que los otros. No hay científicos pagados y otros honestos; los de un bando no son los "buenos" y otros los "mercenarios"; los que dicen que sí no son los únicos que abrazan a la ciencia y los que lo niegan no son palurdos sin formación. Nada en esto, como en lo demás, es blanco o negro.

Qué asco me da quienes creen (e intentan hacer creer) que el caso está cerrado. Oigamos a las voces que dicen lo contrario (me refiero a las voces profesionales, no a charlatanes de turno o los magufos anti-ciencia), y hagásmoslo porque el tema del cambio climático está ya más allá de una cuestión de verdad o mentira, de sí o no, de saber quién está en lo cierto y quién se equivoca. Es una cuestión de información, de hacer creer a la gente lo que mejor conviene.

Y esto, por supuesto, tiene muy poco que ver con la ciencia.

21 de abril de 2007

Vidas de podredumbre



El concepto de felicidad es sencillo de definir. El DRAE lo hace así: "Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien". ¿Cuál puede ser ese bien? Admite posibilidades muy variadas, claro está. Podemos sentirnos felices amando, en cuyo caso el bien sería el amor (aunque no por poseerlo, sino por compartirlo u ofrecerlo); quizá mediante el saber, el conocimiento del mundo y de nuestros semejantes, así como de nosotros mismos; quizá simplemente con un plato de comida caliente, ofrenda divina para algunos estómagos vacíos; o quién sabe si mediante una sonrisa, la instantánea transformación de un rostro generalmente apesadumbrado en uno alegre.

Séneca, filósofo nacido en Córdoba, tenía su propia definición de lo que es ser feliz. Séneca fue un estoico, y como tal, para alcanzar la felicidad evita todo tipo de pasiones, aquellos bienes que la diosa fortuna es capaz de darte o arrebatarte. Sus bienes, los que él y otros estoicos consideraban tales, eran los que estaban en ellos mismos, no más allá. Por lo tanto, nada externo les afectaba; esto tuvo sus consecuencias, bastante nefastas, como cuando uno de ellos perdió a sus hijos y su mujer y se mantuvo impasible, afirmando que "nada he perdido". Fue consistente con sus ideales estoicos, qué duda cabe, pero también pareció carecer de cierta humanidad y afecto para con aquellos que, es un suponer, algo debieron de significar en su vida.

En todo caso, hay una frase de Séneca que podría aplicarse perfectamente en nuestros tiempos, una sentencia acerca de lo que, tal vez, podría representar también la felicidad, en una sociedad en la que prima la mirada hacia el otro, hacia sus propios bienes, hacia lo que posee. Ésta es la mayor podredumbre de nuestra época: la de vivir en pos de lo que los demás tienen, infravalorando lo nuestro. El clímax de la envidia se observa hoy en cada calle, corrompiendo y angustiando mentes, pudriendo las vidas de las gentes porque no es suyo lo de aquellos otros.

Lo que le dijo Séneca a Lucilio, en una de sus cartas, es lo siguiente: "Considérate feliz cuando todo nazca para tí de tu interior, cuando al contemplar las cosas que los hombres arrebatan, codician y guardan con ahínco, no encuentres nada que desees conseguir".
¿Podremos, algún día, conseguirlo?

16 de abril de 2007

La esencia de una vida

"Hoy como ayer, mañana como hoy
¡Y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
¡Y andar... andar!"


(Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, LVI)

14 de abril de 2007

Añoranza



Cielo oculto desde hace semanas. Lluvias, pesadas nubes, frío, ventiscas... . Quien vive en el mediterráneo se alimenta de la luz de Ra, pero el Sol parece haber muerto.

El mundo descansa, inactivo, sin existir. Esto no es la primavera; debe ser la artimaña de algún burlón. En la oscuridad de los días añoro la energía que brota de nuestra estrella, que alumbra y preña de vida. A la espera quedamos, impacientes, el regreso de su luz.

31 de marzo de 2007

"El Himno de la Creación"

"Entonces el no ser no existía
ni tampoco existía el ser.
No existía el espacio etéreo
ni, más allá, la bóveda celeste.
¿Había algo que se agitase?
¿Dónde?
¿Bajo la protección de quién?
¿Existía el agua,
ese profundo, insondable abismo?

No existía la muerte,
ni existía lo inmortal,
ni signo distintivo de la noche y del día.
Sólo el Uno respiraba,
sin aire, por su propia fuerza.
Aparte de él
no existía cosa alguna [...].

¿Quién sabe la verdad?
¿Quién puede decirnos
de dónde nació, de dónde esta creación?
Los dioses nacieron después
y gracias a la creación del universo.
¿Quién puede, pues saber
de dónde surgió?

Aquel, que en el cielo supremo es su guardián,
sólo aquél sabe
de dónde surgió esta creación,
ya sea que él la hizo, ya sea que no
- o tal vez ni él lo sabe."

(Himno de la Creación, X, 129, Rig-Veda, India [entre 1700-1100 antes de Cristo, aprox.)

26 de marzo de 2007

El futuro de la sociedad



En efecto: 'Intrinsas' y 'Viagras' para los abuelos, mientras los jóvenes se pudren, muriendo sus vidas tras las drogas, el alcohol y la velocidad. Los viejos quieren recuperar el tiempo perdido y recurren a lo artificial para ello; los jóvenes parecen repudiar la existencia, inundados por un hedonismo depravado, superficial y asqueroso.

Dentro de poco, los viejos serán quienes conducirán coches deportivos, usarán ropa juvenil y hablarán una jerga propia. A su vez, los adolescentes permanecerán postrados en cama, aquejados por enfermedades, sus miembros agarrotados y sus mentes inútiles.

Quizá esa época ya esté aquí, y no nos hayamos dado cuenta.

(El Roto, 'El País')

23 de marzo de 2007

'Calor glaciar'



En Ciencia, toda discusión es necesaria. Al igual que en la vida diaria, debatir puntos de vista, refutar a tu interlocutor o mantener una sana y pacífica 'disputa' verbal casi siempre tiene consecuencias positivas: aprendemos, intercambiamos impresiones y, quizá, se llega a alguna conclusión, aunque no sea definitiva.

Parte de la buena salud en toda ciencia está representada por los acalorados debates, las enérgicas oposiciones entre colegas y los, a veces duros, rifirrafes que mantienen bandos opuestos. Una ciencia sin debate está muerta, porque su avance se limita a una aceptación general.

Es necesario y deseable, por tanto, que en Ciencia las discusiones, las confrontaciones de pareceres, estén a la hora del día. Habrá, en consecuencia, dos 'bandos' o grupos científicos en toda discusión: los que respaldan una idea, hipótesis o teoría, y aquellos que no la apoyan. La Ciencia no trata certezas, no se interesa por lo que ya está demostrado. Una vez que un conocimiento es aceptado por todos, pasa al cajón de verdades y, como quien dice, se olvida. En los debates científicos los científicos "disidentes" o "heterodoxos" son casi siempre los protagonistas, porque ofrecen un punto de vista distinto y a menudo polémico, que dota de salud y energía a la discusión. Su protagonismo está más que justificado: constituyen uno de los medios por los que la Ciencia evoluciona.

Bueno, el caso es que hoy quería hablar de un libro y estoy divagando horriblemente... . Luis Carlos Campos es un filólogo cántabro interesado por el tema del cambio climático. Como muchos otros, Campos no es especialista en la cuestión, y escribir un libro acerca de la misma sin tener todos los datos sobre la mesa y sin estar familiarizado con el proceder científico es bastante arriesgado. No voy ahora a a analizar el libro de Campos, dado que no tengo la formación necesaria para hacerlo (aunque ya he dado mi opinión sobre el cambio climático en un par de posts anteriores, por ejemplo aquí aquí o aquí; por cierto, mis opiniones sobre el tema han variado desde entonces, aunque esto es algo que trataré más adelante), pero sí que me atreveré a criticar un poco su planteamiento.

Se supone que su libro, "Calor glaciar", es una obra de divulgación científica, y al mismo tiempo un ensayo, en el que su autor nos expone su tesis (la de que el cambio climático existe, pero no en la dirección de un calentamiento, sino hacia una glaciación). A lo largo de sus páginas, Campos se dedica a desmontar, según su opinión, la postura oficial acerca del cambio climático, y ofrece una serie de apoyos bibliográficos que suscriben la suya. Sólo aquellos que dispongan o tengan acceso a esas referencias podrán juzgar si lo que propone Campos es viable o simplemente una hipótesis descabellada, o cuando menos, improbable.

Lo cierto es que un libro no es, precisamente, el mejor lugar para exponer una tesis como la de Campos. Y no lo es porque no hay posibilidad de discusión, que hemos visto constituye un rasgo básico de la Ciencia. Si Campos quería dar a conocer una postura científica, que a su vez critica otras, el mejor lugar para hacerlo es sin duda una revista especializada: uno recoge información, da forma a su hipótesis, la sustenta con evidencias de otros colegas, y la expone ante quienes pueden rebatirla: una publicación científica.

Sin embargo, hay algo que me parece lamentable y no se trata de dónde haya publicado Campos su hipótesis (por cierto, su editorial, ArcoPress, merece un cero en la edición: fotografías oscuras apenas distinguibles, tipografía desigual, revisión léxica y ortográfica deficiente... etc.), sino del escaso acierto que supone que ciertos personajes alejados por completo de la Ciencia estén equiparados en prestigio y rigor a los propios científicos. Me explico: para corroborar su tesis, Campos nos da una serie de referencias científicas muy pertinentes (si son suficientes, adecuadas o falsas, es otra cuestión), referencias que por sí mismas deberían ser suficiente respaldo argumentativo, pero Campos no abandona ahí su lista de "fuentes afines": evidencia gran torpeza intelectual, a mi entender, el hecho de dar una muestra variada y completa de videntes, médiums y sensitivos (entre los que se halla Uri Geller...) que, gracias a sus dotes psíquicas especiales nos revelan la inminencia de una glaciación de funestas consecuencias para la especie humana.

Obviamente, esto resta una enorme credibilidad al libro de Campos y, de paso, hace un flaco favor a los científicos e investigadores que permanecen, contra viento y marea, dentro del grupo de "escépticos" climáticos. Si estamos hablando del clima, de un fenómeno físico y natural, regido por mecanismos físicos, no hay ningún lugar para Geller y compañía, puesto que son de las personas más ineptas e incompetentes que uno pueda hallar si desea obtener información fidedigna del clima. No son expertos, no tienen formación científica, carecen, por lo tanto, de la necesaria preparación sobre el tema, pero lo grave es que un periodista, supuestamente científico, dé validez y relevancia a las conclusiones a las que dichos sujetos llegan, no por investigación, qué va, sino por medio de sus capacidades psíquicas.

Al mismo tiempo, uno puede criticar esa sospechosa aureola 'New-age' que recorre el libro de Campos y aparece en ciertas partes del mismo. No es que esta aureola sea mala en sí misma, es respetable si se da en obras de una cierta clase (en las que abunda el lirismo y escasean las argumentaciones), pero hallarla en un libro de marcado carácter científico da mala espina, porque alguien que desea aportar una opinión razonada y argumentada de un tema científico intenta evitar las divagaciones, digamos, esotéricas. Es como quienes creen que es posible fundamentar científicamente la astrología; se equivocan de parte a parte, dado que es imposible fundamentar científicamente algo que no es científico. No digo que sea falso, irracional o absurdo (que puede serlo, y ello merecería un análisis aparte...), sino que no podemos dotar de ropajes científicos lo que no es posible analizar por medios científicos.

El último párrafo del libro de Campos resume bastante bien ese 'deje' de nueva era de que hablo: "Hay serios motivos y una copiosa base científica para afirmar que nos encontramos en el umbral de una Nueva Era y que va a ser precisamente el cambio climático quien ya no está adentrando en UNA MUTACIÓN GLOBAL Y PLANETARIA (mayúsculas suyas). Entropía y Sintropía, caos y evolución, se servirán de nuevo del Frío Hielo -en forma de polvo cósmico, cometas, Nubes y nieve- para cumplir el Misterioso Plan por el que la Naturaleza asciende en Cósmica Espiral hacia la máxima expansión de la Conciencia".

Uno llega al final del libro sin saber muy bien si lo que se debatía eran el cambio climático y las glaciaciones o cómo el hielo afecta a la conciencia y permite su desarrollo hacia formas espirituales más sofistiadas... (sic)

20 de marzo de 2007

Excrementos

"El dinero es un estiércol estupendo como abono, lo malo es que muchos lo toman por la cosecha"

P. Jacobus Joubert, militar y político sudafricano (1831-1900)

19 de marzo de 2007

Cultura y ceguera



Que vivimos en un mundo lleno de contradicciones lo podemos comprobar a diario. No hace falta más que echar un vistazo a los noticiarios; la riqueza y el bienestar viven en contacto con la pobreza y la guerra; los países del primer mundo nadan en la serena abundancia mientras los del tercer mundo agonizan y languidecen de inanición, hostigados por conflictos armados.

La especie humana ha dotado a la Tierra de una exuberante cultura, diversa y casi antagónica en sus costumbres. Por doquier hallamos hoy en nuestras calles a gentes de distintas procedencias, muy diferentes a nosotros. Todos los españoles tenemos nuestros sentimientos hacia estas personas: algunos, indiferencia, otros, miedo, otros más, desprecio, y los hay quienes ven en ellos algo bueno y malo a la vez.

Bueno, entre otras cosas, porque suponen una ampliación de la perspectiva cultural, un estímulo para evitar el dogmatismo cultural (mi cultura y mis costumbres son las mejores) y una estupenda forma de obtener de primera mano relatos e historias de gentes que saben lo que es pasarlo verdaderamente mal, como nos sucedió a nosotros, los españoles, hace no tantas décadas, tras la Guerra Civil.

Y malo porque, dejando aparte chauvinismos y prejuicios estúpidos, estas gentes que llegan aquí, si no todas, al menos sí una buena parte lo hacen con el deseo inmediato y necesario de satisfacer necesidades puramente materiales. Quieren mejorar económica y socialmente, desean ingresos que les permitan adquirir el estatus que disfrutamos (la mayoría de) los españoles. Y ello es loable; lo deseable sería que se interesan también por la cultura española, que la aprehendiesen también, que fueran partícipes de nuestro fondo cultural e intelectual.

Digo esto porque me parece que quien no conoce algo, al menos superficialmente, no puede conservarlo ni tampoco respetarlo. Es dificil apreciar algo que nos resulta desconocido: lo que en una estancia rápida para mí es un páramo aburrido sin interés alguno para un lugareño puede ser un paraíso de colores y aromas. Si los inmigrantes no se sienten atraídos por nuestra cultura (y hablo de la cultura en mayúsculas, de todo aquello que España posee), si no potencian el hábito de adquirir, poco a poco y sin prisas, amor por lo que les rodea, a la larga puede ser un problema de desarraigo importante: vivirán en un lugar del que tan sólo les importará el beneficio que les pueda dar, mientras añorarán sus tierras, que sí conocen, aman y respetan.

Pero, siendo realistas, en el momento actual es prácticamente una utopía pedir algo así a los inmigrantes. Además, ¿por qué iba nadie a hacerlo? Habida cuenta de que mucha gente española (demasiada...) que vive aquí desde siempre no muestra ninguna atracción por el país donde ha nacido ni respeta lo que le ofrece, ¿es justo exigir esto a las personas que huyen de un infierno de escasez y miseria que hagan, que sean responsables, cuando nosotros mismos no lo somos? No, claro que no lo es.

Y ello me lleva a la idea de desear una España que no existe, una España de calidad, de gusto por conocer y cuidar. Una España de respeto y amor por sus paisajes, sus costumbres, sus culturas, sus lenguas, una España que huya de la mediocridad de sus ciudadanos, esclavizados por el trabajo, la sociedad y el consumir, que mire al porvenir estimulada. Quizá todo ello exista en una pequeñísima fracción de nuestros vecinos; sin embargo, la realidad es otra. Es un tópico ya muy manido, pero la masa sigue idiotizada, bizquea ante la vida y es incapaz de centrarla. Y lo que podemos decir de España es igualmente aplicable a otros muchos países.

El mundo se está perdiendo a sí mismo, se nos escapa de las manos. La ceguera es intensa, y como decía Saramago, "creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven".
La ceguera, pese a su intensidad y extensión, no es crónica. Se puede superar. Quién sigue ciego es, simplemente, porque le da la gana. No hay más culpables que nosotros mismos.

11 de marzo de 2007

Tras Natura



Marcho hoy en pos de Natura. La perseguiré como un niño que no comprende nada, que tan sólo siente. Iré allí para absorber, para atrapar algo de esa esencia mágica de silencio, soledad y vastedad. No deseo a nadie a mi alrededor, ninguna mente que pueda interferir.

Camino infinito que se abre a mis pies. Yo y el mundo. Y nada más.

9 de marzo de 2007

En nuestras manos

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos".

Arthur Schopenhauer, filósofo alemán (Danzig, 1788- Francfort, 1860)