8 de junio de 2005

25

25 años, un cuarto de siglo, mucha vida, o muy poca, según se mire.

Uno nace hace 25 años y los primeros 12 o 13 se convierten ya en un pasado muy remoto. Recordamos escenas e imágenes varias, momentos especiales o trágicos, vaga o vívidamente, y todo ello englobado por el sentimiento infantil de que nuestro tiempo era eterno, inmutable, que no nos haríamos mayores nunca.

Los siguientes 12 o 13 años cambian todo. Mudamos, en algunos casos feotamente, de cuerpo y rostro, apenas nos reconocemos en las fotos de nuestra niñez. La voz se vuelve gutural, profunda, nos sale pelo, en algunos casos demasiado, y nos elevamos sin cesar, en algunos casos menos de lo deseado. El tiempo se acelera, pasamos de año en año sin apenas perceptirlo, y de pronto superamos la barrera de los diez y llegamos rápidamente a los veinte. Se acaba el instituto, en algunos casos empieza la universidad, en otros se reemplaza por el trabajo. Pierdes amigos, pocos, bastantes o muchos, y conoces algunos nuevos. Quizá te tires novia, si eres afortunado será una buena amiga, si lo eres aún más será una madre. Miras al cielo como antes, pero lo ves distinto. No quieres que el tiempo se te escurra, deseas que todo se detenga, pero sabes que a continuación empuja con fuerza el futuro, y el futuro no se puede detener.

Entre todo ello, tu visión del mundo y de tí mismo se transforma, en algunos casos mucho más profundamente que lo hiciera tu cuerpo o tu voz. Tal vez sientas, en una noche de primavera oscura y silenciosa, que cierto sentimiento te llega de "afuera", de dónde se supone que no hay nada, y entonces el sentimiento se traduce en conocimiento y el conocimiento en amor. No sabes interpretar lo que ha sucedido, pero lloras de alegría, de bienestar, te sientes invadido por un instante de total y completa conexión con todo y con todos. Desconoces el origen de tal sentimiento, si es que tiene origen, y te gustaría retener ese instante para la eternidad, aunque sabes que precisamente en su singularidad reside la magia.

Después, los ojos enrojecidos y la piel húmeda, descansan hasta el día siguiente, pero tú ya no eres el mismo. Cuando unas horas más tarde te levantes, sentirás algo nuevo dentro de tí, muy poderoso. Es una fuerza, casi como la que protagoniza películas con jedis y hombres de negro, pero esa fuerza no tiene lado oscuro, no es más que el sentimiento, el saber, de que todo está unido por sutiles hebras, que nuestro sino está engarzado a las estrellas y que estamos aquí para acabar siendo hermanos. El sentimiento es potente, indestructible, e intuyes que te acompañará el resto de tu vida. Los nuevos años te traerán dudas, frustraciones y rabias, pero en el fondo el sentimiento te guiará, y sabrás que es allí adonde quieres ir.

Llegas a los 25, un cuarto de siglo, mucho tiempo o muy poco, no importa. Eras un renacuajo hace un instante, un adolescente un segundo después y un hombre tras un abrir y cerrar de ojos. Los otros te miran, se extrañan, se sorprenden; algunos no te entienden, otros creen que estás un poco chiflado. Tu sonríes y sigues tu camino. Los comprendes, pero ellos a tí no. Eso está bien, después de todo.

Los 25 son una edad extraña, la verdad. Pareces estar un poco enmedio de todo; ni eres un niño ni aún un adulto del todo. Te gusta situarte entre esos dos mundos, lo disfrutas.

25 años, todo un cosmos temporal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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