1 de octubre de 2006

Muerte al estudio pueril

En breve empezaré una carrera universitaria; a mis 26 años, casi parecía que mi turno había pasado de largo, pero tras un montón de divagaciones académicas (cursos repetidos, abandonos, regresos, tiempos muertos, etc.) voy por fin a cumplir uno de mis objetivos: aprender Filosofía.

Y digo "aprender" y no "estudiar" porque de eso se trata precisamente: es más, hay que 'aprehender', hacer nuestro aquello que leemos, aquello que nos sugieren los libros y los textos, no con el ánimo de creerlo o de absorberlo sin criba alguna, sino con la intención de adquirirlo, de incorporarlo a nuestro corpus de saberes y conocimientos como otro elemento más, dispuesto a ser criticado o debatido cuando la ocasión lo tercie. Si sólo estudias, ello es imposible, porque la finalidad del estudio es adquirir conocimientos con prontitud, con la rapidez necesaria para tenerlos presentes de cara al exámen, y nada más. Tras las pruebas, los conocimientos adquiridos se evaporan lentamente, gota a gota, y todo lo que queda después son sólo un par de frases hechas y unos pocos datos vacíos, sin sentido. Lo digo porque he tenido esa experiencia, y conmigo coinciden muchos otros.

Mucha gente tiende a seguir una licenciatura con el ánimo puesto en aprobar los exámenes y obtener el título, para poder conseguir un puesto de trabajo que te dé dinero y comodidad. Sé que ser idealista en este mundo no está bien visto, porque el idealismo presupone ilusión (o ingenuidad) y ese entusiasmo es nocivo para nuestra sociedad (cada vez queda menos de todo ello a nuestro alrededor), pero hay que ir un poco más allá, aprender con el ánimo de ser mejores personas, de crecer, y no solamente por el hecho de vanagloriarse de doctorados o excelentes. Esa etapa debe dejar de existir; hay que asesinar al estudio pueril y dotar de vida aquel que nace con el anhelo de hacernos más humanos.

Yo, al menos ahora, no concibo iniciar un periodo de enseñanzas tan extenso como una licenciatura pensando en exámenes, notas y demás estupideces por el estilo; sé que hay que superar esos exámenes (aunque Filosofía sea, quizá, la materia que menos se presta a ellos...), sé que hay una serie de requisitos que cumplir si tienes la idea de ser "licenciado" (en verdad, odio esa expresión...), pero eso es algo que no debe eximir de sacar el verdadero jugo a unos años de aprendizaje tan sensacional como es una carrera universitaria. Hay que sentir el gusto por aprender, por saber aquello desconocido, por abarcar perspectiva y por notar que así mejoras día a día como ser humano.

Así que vale la pena cambiar el enfoque y hacer de tu estudio algo que perviva en tí mismo durante largo tiempo, algo realmente estimulante y que forme parte de tu ser para edificar tu propia humanidad.

Si no, vale, siempre puedes 'estudiar' una carrera.

27 de septiembre de 2006

Tristeza nocturna



¿No es triste saber que, con seguridad, algunas de las estrellas de las que vemos hoy en día ya no existen?

Sabemos que en la Vía Láctea hay astros muy viejos, próximos al término de su vida. Mirando a algunas de estas estrellas, si están lo suficientemente lejos, es posible que en realidad veamos lo que ya ha dejado de ser; esos astros pueden, en el directo del Cosmos, ser residuos nebulosos a la deriva, aunque nosotros, en el ahora de nuestra Tierra, veamos una estrella en plena forma. Incluso más allá, si contemplamos otras galaxias, astros aún no convertidos en gigantes pueden ser nada más que pura ilusión, fantasmas de una era pasada.

Es triste contemplar algo bello pero que, en realidad, ya no es más que un recuerdo. Imagino qué sentiría un alien, situado a miles de años luz pero con poderosos instrumentos astronómicos, que se dedicara a observar la Tierra. En su planeta, vería a la Tierra como un mundo lleno de capacidad tecnológica, fresco y desbordante de inteligencia, pero la verdadera faz del planeta que hollamos podría ser muy diferente; quizá, para entonces, la civilización humana ya no exista y, pese al entusiasmo del alien, la muerte y el olvido sea todo lo que quede allí (aquí). Es decir, el extraterrestre contemplaría vida y actividad, pero el Cosmos le engañaría, porque no sabría qué está sucediendo en verdad.

El saber, el fin y el adiós, la muerte total, siempre llega con retraso en el universo.

24 de septiembre de 2006

Nuestra esencia, en un par de frases

Soy parte del Sol como mi ojo lo es de mí. Mi sangre es parte del mar, y que soy parte de la tierra mis pies lo pueden decir.

Hemos de huir de la jaula estrecha y diminuta de nuestro universo; diminuta, a pesar de las vastas e inimaginables extensiones del espacio astronómico; estrecha, porque es tan sólo una extensión continua, un aburrido ir y venir, sin ningún sentido.

D. H. Lawrence (1885-1930), novelista y poeta inglés.

23 de septiembre de 2006

La lluvia, de regreso



Hoy ha regresado la lluvia, compañera bienvenida, dando la entrada al otoño, que hoy, astronómicamente hablando, comienza. En cuanto he visto esas nubes negras, amenazantes, he huido enseguida a las montañas a mojar el rostro con esa agua bendita que viene del cielo; no hay sensación igual.

Una vez allí oía, en la distancia, a los rugientes truenos, la voz encolerizada de un dios en las alturas. Me he deslizado entre naranjos para recibir gotas de las ramas bajas, absorbiendo ese aroma inconfundible y único de terreno mojado. El cielo era un tapiz oscuro, tenebroso, portador de una luz extraña. Por mucho que he escuchado, nada he oído entre los árboles, ningún pájaro desprevenido, ningún conejo hambriento. En un momento dado, he elevado mis brazos al firmamento dando gracias por ese instante de pureza, de total conexión, de abrumada unión con lo que allí había.

Tras unos minutos mágicos, en cuanto he abandonado los campos buscando el camino de retorno, la suave lluvia se ha convertido en agüacero, que se ha cernido implacable sobre mí; el torrente de agua era intenso, majestuoso, colosal. Apenas he tenido tiempo de subir al coche, calado hasta la médula. Al llegar a casa (es decir, a mi otra casa...), me he quitado la ropa y he contemplado por la ventana los últimos coletazos del fenómeno, un fenómeno, la lluvia intensa, que apenas recordaba ya.

Ahora veo oscurecer con el ánimo encendido, el espíritu anhelante por volver. La lluvia, como decía alguien a quien ya no recuerdo, junto con todas las otras maravillas de la Naturaleza, es el verdadero regalo que viene de Dios. Todo lo demás es una estafa.

20 de septiembre de 2006

Física cuántica y gatos en el limbo

Un día de junio, cuando hacía poco que trabajaba, me gustó la idea de escribir algo acerca de la física cuántica. Como siempre soy bastante vago a la hora de trascribir luego lo que redacto, hasta hoy no he tenido la motivación para subirlo al blog. Lo que sigue, pues, fue escrito mientras recibía y saludaba a turistas de pacotilla, mientras pasaban por mis manos sucios billetes, y mientras mi cuerpo estaba en la playa de Gandía, pero mi mente viajaba al corazón de la materia:

En la mecánica cuántica, la física que estudia el comportamiento de lo muy pequeño (partículas), se dan una serie de curiosidades y paradojas sorprendentes. Una de ellas es, precisamente, la piedra de toque de la propia física cuántica, su axioma fundamental, el llamado "principio de incertidumbre de Heinsenberg", y sugiere que, en los objetos microscópicos, existen pares de magnitudes los valores de las cuales son imposibles de conocer al mismo tiempo.

Por ejemplo, la posición, la energía y el momento angular de las partículas varían con el tiempo de modo tal que no pueden predecirse con exactitud todas ellas al unísono; tan sólo podemos conocer los valores 'probables' de estas magnitudes. Es decir, que si yo quiero medir una característica concreta (la posición) de una partícula, a medida que aumento la precisión de la medición de esta se vuelve "borroso" el valor de otra característica (el momento, etc.). Y, en todo caso, jamás podré conocer con precisión absoluta ninguna de ellas, tan sólo un valor dentro de un conjunto de probabilidades.

Para ser más precisos, cuando hablamos de magnitudes observables o medibles de una partícula deben ser todas ellas agrupadas bajo el concepto de "función de onda", algo así como el DNI de una partícula; toda la información importante de la misma se halla contenida en su función de onda. Pero dado que el principio de incertidumbre de Heisenberg establece lo que hemos comentado, sólo conocemos algunos de esas magnitudes midiendo específicamente algunas de ellas. Es imposible hallar la energía y la posición de una partícula a partir de su función de onda. Si midiéramos precisamente una de esas dos propiedades, la otra aumentaría inmediatamente la incertidumbre de su valor, resultando de ello una amplia gama posible de valores, pero ninguno en concreto. Así, las propiedades físicas de una partícula forman un abanico hasta que un observador las mide; he aquí un hecho fundamental, muy a tener en cuenta: parece ser que la realidad tan sólo es un conjunto de posibilidades, y que toman un aspecto u otro en función de la medición efectuada (estamos hablando, por supuesto, en términos cuánticos...). Cuando medimos un valor específico entre la maraña de posibilidades, se habla de que la función de onda de la partícula ha colapsado hasta un estado definido. De este modo, antes de medir la posición de un electrón es imposible decir que tiene un valor concreto; sólo después, cuando la función de onda colapsa, la situación del electrón es relativamente precisa.

De todo ello deriva la conocida e inquietante "Paradoja del gato de Schrödinger": ponemos a un gato dentro de una caja negra, y de alguna manera ésta se conecta por medio de un cable a un detector de espín (el espín es el movimiento de giro de un electrón; el electrón puede tener el espín hacia arriba o hacia abajo, en función de cómo gire; en el primer caso es distinto a las agujas del reloj, en el segundo es igual al de ellas. Hasta que se mide el espín del electrón se dice que está en 'estado mixto', ni hacia arriba ni hacia abajo). Una vez tenemos a nuestro amigo el gato conectado al detector de espín, enviamos un electrón al interior del detector y medimos su dirección: si resulta que el electrón está girando con su eje hacia arriba, dentro de la caja se activa un control con gas venenoso que mata al instante al gato; en caso que el electrón gire con su eje hacia abajo, no se activa el gas y el gato sobrevive tan tranquilo.

Ahora bien, en realidad, hasta que no medimos el estado del electrón, su espín, somos absolutamente incapaces de saber si el gato está vivo o no. Dado que es imposible saber el espín del electrón de antemano, este permanece, durante el tiempo en el que no lo medimos, en un estado mixto, en parte hacia arriba y en parte hacia abajo, lo que provoca que el gato, a su vez, se encuentre también en un estado mixto, "medio muerto y medio vivo". Es imposible para nosotros conocer el estado vital del gato. Es decir, la vida o la muerte del gato no se convierte en un hecho real a menos que midamos el resultado del experimento (el espín del electrón o abrir la caja). En otras palabras, se necesita que "algo" cause el colapso de la función de onda del electrón y nos diga cuál es su espín, y sólo así sabremos lo que ha sucedido; en nuestro caso, ese "algo" es, precisamente, el observador/experimentador. El pobre gato, pues, permanece en un "limbo cuántico" a la espera del colapso de la función de onda.

Según nuestro conocimiento doméstico, el gato o está vivo o muerto, no puede haber un término medio, puesto que no tiene sentido; pero en el mundo de la física cuántica, por absurdo que parezca, sí lo tiene. Nuestro adorado gato, según los designios cuánticos, se halla en un estado dual, de no vida y no muerte, sino ambas cosas... .

Éste es sólo un ejemplo de lo lejos que está nuestra cotidaneidad de la realidad física, de lo contraria que es ésta a la intuición y de lo emocionante e intrigante que supose acercarse a la física cuántica."


(Recomiendo a todos un vistazo a la página http://www.geocities.com/fisica_que/, que contiene útiles e interesantes explicaciones sobre el tema).

18 de septiembre de 2006

Nuevas luces



Recién recuperado de un duro (durísimo) proceso febril, acompañado por unas diarreas verdaderamente insoportables y de cuya experiencia carecía, hoy, cuando hace justo una semana que el periplo de trabajo ha terminado, me siento en una piel distinta.

Concluyeron los días de rutina, aquellas jornadas estivales previsibles y uniformes. Ahora regresan los momentos de improvisación, de decidir a cada instante qué es lo que se desea hacer, qué estímulo tener y hacia dónde querer ir. Vuelven, por tanto, los días de libertad, en los que sólo yo decido.

Tras los meses de cárcel que supusieron, desde octubre de 2005 hasta febrero de 2006, una atrofia total de mi vida, y los posteriores periodos de exámenes y el prolongado intervalo laboral, en la actualidad disfruto de cada minuto y cada ahora. Porque hay tiempo para ser, para existir, sin agobios, sin obligaciones, sólo en compañía del Sol, los gatos y los adorados libros.

Además, el sueño de una vida parcialmente ligada al trotamundismo, en virtud de la adquisición de una casa rodante, está cada vez más cerca. Puede que aún resten unos meses, pero de lo que no cabe duda es que se hará realidad; a principios de año la utopía parecía total, inalcanzable, más allá de esta vida. Pero todo llega, y hoy casi oigo ya el siseo de los neumáticos sobre el asfalto y mis manos acariciando el timón.

Atrás quedan las penurias interminables, los momentos de desasosiego y frustración, las rabias y las impotencias; nacen ahora nuevas luces, que iluminarán los momentos de gloria y éxtasis que están por llegar.

Seguiremos, paso a paso, en busca del próximo horizonte.

5 de septiembre de 2006

Guerras y hombres, a la luz de Bertrand Russell

La naturaleza, incluso la naturaleza humana, dejará de ser un dato absoluto; cada vez más se convertirá en lo que ha hecho de ella la manipulación científica. La ciencia puede, si quiere, facilitar que nuestros nietos vivan una vida buena, proporcionándoles conocimientos, dominio de sí mismos y caracteres que produzcan armonía en lugar de luchas. En la actualidad enseña a nuestros hijos a matarse entre sí porque muchos hombres de ciencia están dispuestos a sacrificar el futuro de la humanidad a su momentánea prosperidad. Pero esta fase pasará cuando los hombres hayan adquirido el mismo dominio sobre sus pasiones que tienen ya sobre las fuerzas físicas del mundo exterior. Entonces, por fin, habremos conquistado nuestra libertad. "

Bertrand Rusell, Lo que creo (1925)

Releo una y otra vez el párrafo anterior con la sensación de que no puede haber sido escrito en 1925. Porque han pasado más de 80 años, y seguimos padeciendo los mismos problemas. Vivimos en el mundo de la prosperidad material, pero la ciencia no ha aportado la necesaria fuerza para desbancar al terror de la palestra mundial; es más, el horror de las guerras y las muertes de inocentes ha sido una constante desde que Russell escribiera esas anhelantes palabras. Parece claro que la solución definitiva, si es que la hay, no guarda relación directa con la ciencia, porque esta es incapaz de enseñar a los hombres a "dominar sus pasiones".

La ciencia no es más que un modo de conocer el mundo físico que nos rodea, el cual influye en nosotros, por supuesto, pero no posee la facultad de influir en la raíz de los problemas humanos más espinosos. Es más, ¿cómo podría hacerlo? Los hallazgos científicos tienen la posibilidad de cambiar nuestras concepciones internas; ello ha sido demostrado por descubrimientos como la verdadera situación del ser humano en el Cosmos o las implicaciones de la evolución biológica; ambas aportaciones nos han situado en otro marco de existencia distinto (radicalmente distinto) al sostenido hasta entonces. Pero, ¿de qué modo la ciencia podría ser la artífice de un cambio de pensamiento humano, un escenario de vida en el que no exista la guerra? ¿Es siquiera esperable que ello sea posible? ¿Le corresponde a la ciencia tal tarea?

Yo creo que el giro, necesariamente brutal, que debe guiar a la Humanidad en busca de la paz y la armonía entre pueblos obedece más a un sentimiento interno que a una consecuencia externa. No sirve de mucho hablar de que la Humanidad es una, y así lo revela la ciencia, cuando esta misma ciencia es la responsable, por los productos que genera, de la perpetua masacre a la que estamos ya tristemente habituados; son ciertas, y actuales, las palabras de Russell cuando comenta que "muchos hombres de ciencia están dispuestos a sacrificar el futuro de la humanidad a su momentánea prosperidad". Pero no sólo los hombres de ciencia, también políticos, dirigentes de grandes multinacionales y gente en la sombra, dispuesta a matar y a exterminar por el deseo de ver aún mayores sus arcas bancarias. Mientras haya personas así, corruptibles y manipulables, el anhelo de paz será imposible.

La respuesta no vendrá del conocimiento, sino del sentimiento; cierto que ambas facetas se relacionan, pero es mucho más factible suponer que el cambio de paradigma humano acontezca basado en algo que poseemos en nuestro interior que en un hecho o saber adquirido; hemos de ser capaces de solucionar este tipo de conflictos, el más terrible y urgente, y no esperar a que la ciencia nos revolucione con sus hallazgos sorprendentes y trascendentales.

Hacen falta huevos, dicho a las claras, hacen falta cojones para que la Tierra deje de ser el mundo de los pistolas y los misiles, hacen falta personas que estén dispuestas de darlo todo por erradicar de una puñetera vez toda la basura militar y las mentiras que cada día nos cuentan; no hay enemigos, no hay nadie ahí fuera dispuesto a acabar con nosotros; jamás ha habido tal cosa, ni antes ni ahora, era todo puro vacío, falsedad total. Han inventado al enemigo, lo han sacado de la chistera. Es tiempo de meterlo otra vez en ella, para siempre.

Bertrand Russell creyó en 1925 que era posible eliminar de nuestras vidas el horror de las guerras. Hoy en día mantenemos el deseo; pero hacen falta ganas, inconformismo y sed insaciable de paz. Hay que matar, sin sangre, al verdadero enemigo. Y hay que hacerlo ya. El reloj corre en contra nuestra.

1 de septiembre de 2006

Adiós, Plutón



Durante la última semana hemos sido testigos de un cambio radical en la familia del Sol; hemos perdido un planeta. Agosto de 2006 permanecerá en el recuerdo de cuántos amamos el Cosmos como el mes en que quedó más claro el concepto, fundamental y extrañamente vago hasta ahora, de planeta. Y en él (que obvio por estar presente en miles de blogs y portales de Astronomía) no hay lugar para Plutón.

En el año 1930 se descubría Plutón, en unas placas fotográficas obtenidas por el astrónomo Clyde Tombaugh (1906-1997), un punto pálido que se desplazaba sobre el fondo de estrellas; con el tiempo, llegamos a saber que se trataba de un nuevo 'planeta', pero todas sus características, tanto físicas como orbitales, eran tan raras y poco comunes con los restantes planetas que, ya en su día, hubo quienes desconfiaron de catalogar así al nuevo mundo. Hoy, curiosamente cuando se cumplen 100 años del nacimiento de su descubridor, Plutón ya no es un planeta. No debería haberlo sido jamás, si atenemos al hecho de que no encajaba en ninguno de los dos grandes grupos de planetas del Sistema Solar (terrestres y gigantes). El gazapo, por fin, ha quedado enmendado, por mucho que pese a los científicos estadounidenses, los cuales querían mantener el estatus planetario de Plutón a toda costa, ya que es el único planeta hallado por un patriota suyo. Es decir, lo típico de los yanquis.



Hoy en día, los libros de texto y divulgativos deberán modificarse para hacer constar que en nuestra familia planetaria tan sólo existen ocho miembros: de Mercurio a Neptuno. Plutón pasa a ser considerado como un objeto transneptuniano, el primero de la que se espera sea una larga lista de miembros (que ya contiene bastantes descubiertos hasta ahora), aunque también lidera una nueva clase de planetas llamados "enanos" (para evitar el lío de tener a Plutón en dos categorías de objetos distintos simultáneamente, en breve se llevará a cabo un proceso por la UAI para dilucidar qué hacer con los mundos que estén en el límite entre ambas categorías... ). Lo importante de todo este rollo, por lo tanto, es que Plutón queda rebajado, como mucho, a la categoría de planeta enano, una especie de triste consuelo para el mundo más lejano conocido hasta hace algo más de una década.

Así, el Sistema Solar quedaría compuesto de los siguientes clasificaciones y objetos:

Planetas: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno
Planetas 'enanos': Ceres (hasta ahora, el mayor de los asteroides), Plutón y 2003 UB313. Además, cabe incluir en esta categoría a otros objetos del Cinturón de Asteroides y del Cinturón de Kuiper.
Planetas 'enanos transneptunianos': Plutón, 2003 UB313 e hipotéticos cuerpos similares a descubrir en el futuro.
Cuerpos menores del Sistema Solar: Asteroides y cometas ('clásicos') y objetos transneptunianos.

Con el tiempo, esta división quedará más marcada y clara, y es posible también que acabe siendo modificada por nuevos descubrimientos. De hecho, sería lo deseable, dado que tampoco es una clasificación que contenta a todos. En cualquier caso, es mejor de lo que había, y habrá que amoldarse a ella. Hemos dicho adiós a un planeta, pero damos la bienvenida a otros mundos, tan fascinantes e intrigantes como Plutón; y, asimismo, hay que aguardar el hallazgo de otros muchos cuerpos planetarios "enanos" y transneptunianos, que enriquecerán y diversificarán (más, si cabe) la ya prolija y variada familia del Sol.

http://www.infoastro.com/200608/25planetas.html
http://danielmarin.blogspot.com/2006/08/el-da-que-perdimos-plutn.html

27 de agosto de 2006

Constante de Hubble: edad y expansión del Universo



Hace unos días leí una noticia que, a ojos del neófito, no es más que un galimatías. Rezaba más o menos así: "El telescopio Chandra ha obtenido datos que permiten fijar la constante de Hubble en un valor de 77 (km/s)/Mpc". Evidentemente, para comprender este titular hay que entender un poco de cosmología, pero lo importante no es la dificultad de la críptica nota, sino sus implicaciones.

La constante de Hubble es un parámetro fundamental para descubrir dos aspectos trascendentales del Universo en el que vivimos: desvela, primero, la edad del mismo Universo, y, segundo, permite conocer con qué velocidad de expande. Es decir, la constante de Hubble es, casi casi, la piedra Rosseta de la cosmología.

Un valor de 77 (km/s)/Mpc equivale a un Cosmos con una edad de, aproximadamente, 14.000 millones de años. Cuánto más alto es este valor más juventud tiene el Universo, y a la inversa. Hace décadas hubo un intenso debate acerca de cuál era, si 50 (que proponía gente como Alan Sandage) o 100 (hipótesis del francés Gerard de Vaucouleurs). Ahora, Chandra, un telescopio espacial que observa el cielo de los rayos X, ha terminado por aclarar el panorama, y resulta que el intervalo más probable es, paradójicamente, un término medio casi exacto. Anteriormente, otros ingenios espaciales habían obtenido valores similares (aunque ligeramente más bajos), de modo que ahora estamos razonablemente seguros de que el Cosmos, en efecto, tiene una edad de 14.000 millones.

Maravilla saber que tan sólo con un ojo (caro) que mira el tapiz del Universo con gafas especiales podamos descubrir algo tan elemental como la vejez de la estructura cósmica. Esto es un paso enorme en el saber cosmológico: podemos estar seguros que el Cosmos tuvo un principio, un origen, 14.000 millones de años atrás. Es decir, quizá algo movió al Universo a nacer, a existir. No estuvo aquí desde siempre, no es un ente infinito en el tiempo, perenne y constante: si ha nacido, tal vez tenga su muerte, cuando se expanda indefinidamente, y la energía se distribuya entre tanto espacio que se convierta en un lugar frío, sin estrellas, sin galaxias, y sin vida. Ahora que estamos razonablemente confiados en el Universo tiene un inicio en el tiempo, debemos llegar a conocer también si tendrá un final, y cómo será éste.

Poco a poco, sin prisas, nos acercamos al saber verdadero del Cosmos.

26 de agosto de 2006

La vida en pleno giro



A veces, cuando uno se sienta junto a sí mismo, inicia un viaje al pasado para recordar cómo se fue gestando su ser, cómo ha llegado a ser lo que es. Avanza hacia atrás con la esperanza de descubrir por qué ha elegido ese sendero y no otro, por qué motivo no ha decidido ser como los demás. Hoy, viendo a los masificados turistas ir y venir frente a mi sucia ventana, he pensado en el mí de antaño, aquel yo del primer año en el instituto que no supo bien adónde ir hasta que fue rescatado por un hermano de armas.

No carecía de independencia, ni de realización, pero a los catorce años hay muchas opciones donde elegir y me hallaba en una encrucijada de caminos. Uno de ellos, el que más temprano probé, era el mismo que ahoga a la juventud de hoy en día: simple, superficial, estéril y sodomizado. Caté el vino, pero resultó amargo. A los pocos días obvié para siempre esa alternativa, tachándola de basura y puro desperdicio juvenil. Después me uní entonces a mí mismo, evitando a todo intruso, vagando sólo en los recreos y mirando aquí y allá, a ver lo que podía encontrar.

Entonces vi a un desgarbado y melenudo cuatro ojos que también parecía estar en idéntica situación. Fue una conexión total, un sentimiento de unión profunda de almas largo tiempo separadas pero que, en el fondo y pese a las distancias, estaba condenada a quedar enlazada durante eones. Empezamos a faltar a clase, huyendo de la masa acrítica y sentándonos a divagar sobre el mundo y la gente, el por qué de esa forma de vivir y el deseo de buscar otra mucho más vigorosa y estimulante. La gente nos miraba con cierto recelo, no parecíamos dos cualesquiera: nos oían hablar de extraterrestres y de estrellas, de dogones y caballos de troya, de conspiraciones y de constelaciones, de deseos de abandonar el mundo (destruyéndolo)... . Tras el primer contacto, asistíamos al instituto con regularidad, pero parecíamos no estar allí: farfullábamos entre nosotros, discutíamos por lo bajo, y nos separaron durante un tiempo. Otro buen amigo, ahora desaparecido de la escena, dijo de nosotros que parecíamos "un matrimonio mal casado". Dudo que muchos matrimonios hablaran tanto y sobre tanto en tan poco tiempo... .

Una vez tuve la seguridad de poder apoyarme en alguien, mi confianza creció y esa parte casi olvidada, propia y anhelante, volvió a emerger con fuerza. El resultado fue que me dediqué a vivir y sentir como nunca antes lo había conseguido. Primero fue la lectura, a costa de vacíar las arcas de los ahorros, luego la escritura, y unido a todo ello el estudio autodidacta, sin temor de exámenes o notas, el libre aprendizaje endulzado con el gusto por saber algo nuevo. En medio de todo, tiempo y tiempo de pura diversión (lo que yo considero como tal, por supuesto). Iba y venía en largas caminatas, recibía baños de sol constantes, abandonaba los estudios, los volvía a iniciar y trabajaba en fábricas sucias y atontantes... . Todo fue rápido, constante, sin prisa pero sin tiempo perdido. Tenía algo que hacer, algo que ofrecer, aunque no estaba claro el qué.

Y, entonces, otro hermano de armas se cruzó en mi camino, no hace muchos meses. Un ejemplar de iconoclasta intrépido e impulsivo que decidió echarse la casa a cuestas y montar la vida a su alrededor, viendo cada amanecer y cada ocaso desde un lugar distinto de la Tierra. Saber cómo moverse pero no hacia dónde. Me enseñó, si acaso no lo conocía ya, que uno debe superar todas las barerras, hacer estallar los grilletes y liberarse de todo y de todos. Y me hechizó. De modo que, ya apuntalada, mi vida volvió a girar, ahora más radical y radialmente, hasta salirse del esquema diseñado. Yo mismo me sorprendí, pero no había ya vuelta atrás. Y no la hay. Dejé de escribir, dejé de estudiar, dejé de absorber páginas y páginas y me desangré (me desangro) tras 90 días sin parar de trabajar. Todo por el sueño, todo por la libertad, todo por seguir vivo e ir más allá.

Ahora sigo perfilando el futuro, a través del presente. Vivo el hoy y el ahora con ansias del mañana, porque el hoy está esclavizado, aunque sea tan sólo por unos días. Dentro de poco todo volverá a la normalidad, terminará el sacrificio y se iniciará una nueva etapa, dando lugar a un nuevo giro, que tal vez arrolle todo lo supuesto y esperado. El giro puede ser beneficioso o perjudicial, sano o venenoso, alegre o triste, pero el hecho es cambiar, girar y moverse. La estática es una ciencia moribunda; de nosotros depende resucitarla o dejarla bien muerta.

Los que creen en los horóscopos y en la astrología son estáticos muertos, porque quieren saber lo que les sucederá mañana, cuando no hay mayor misterio y mayor maravilla que desconocer lo que acontecerá en la vida, el mundo y el Cosmos durante el próximo parpadeo de nuestros ojos.

A los que viven sin vivir, a los que respiran ahogándose y a los que miran sólo negrura y oyen sólo ruido, hay que pedirles que giren, que roten sobre sí mismos, como un baile indio, y nazcan de nuevo, asombrados y atónitos. Hay que despertar renovados, como si cada día fuera primavera. Aunque cueste, aunque nos lo pongan dificil, aunque quieran hundirnos. Hay que girar, porque quien gira nunca muere; el movimiento es fuerza, y la fuerza es vida.

Por supuesto, yo sigo girando.

15 de agosto de 2006

Noches de esperanzas



Regreso al mundo tras un largo mes de meditado silencio. Antaño mediaba una semana entre post y post, pero las hostilidades del trabajo me han capturado como jamás lo había imaginado, y el resultado ha sido ese continuo mustismo tentado por el cansancio, las prisas y el ansia de retiro. No obstante, todo tiene un fin, y aunque sigo anclado en los tejemanejes laborales me era necesario señalar la continuidad de este blog, eso sí, con grandes dificultades y escupiendo sangre sobre el teclado. Pero, como digo, los vientos giran, y ahora empiezan a hacerlo a mi favor.

Ha pasado un mes desde el último y lastimero escrito. Un mes en el que hemos vivido una guerra entre hermanos, unos fuegos azotando reinos vecinos con inusitada violencia, unas Lágrimas de San Lorenzo secas y escasas, entre otras gracias. En el plano personal (el que inunda el blog desde hace meses...), el mes ha sido para llorar, para bajarse del planeta y ponerse de rodillas, cara al Sol, pidiendo perdón. Qué vácuo, qué insulso, qué alejado de mis propósitos y qué poco recompensante. Sólo se salvan las tardes de lectura y sosiego rodeado de gatos juguetones y el levante, los baños y la imposición de no dejarse llevar.

Ha sido duro, e incluso he tenido momentos de no querer seguir, de enviar a la mierda a los turistas, a la gentuza que da guerra y miente por unos putos euros y a toda la pasmosa masa de confusa, estéril e idiota juventud. A punto he estado de hacerlo, de pasar por encima de ellos y volar hasta lo que me llamaba, más allá del horizonte y las montañas. Pero el sueño me ha cautivado; el sueño era más fuerte que mi voluntad, y no he podido más que asentir con la cabeza y dejar pasar los días, y aún sigo haciéndolo. Es normal, el sueño es potente, abriga esperanzas, dichas y días de gloria. Me llevará más lejos de lo que conozco, más alto de lo que alcanzo y más profundo de lo que escarbo. Lo sé, lo siento. Por ese motivo, vale la pena tal sodomización. Pero sólo lo haré por esta vez. Nunca más. Sí, en efecto, se acabó por esta vida.

Así que seguimos, mantenemos la bandera en alto y las fuerzas, mermadas pero aún briosas, nos ofrecen el estímulo para caminar un poco más, hasta la siguiente colina. Ya queda poco, a la vuelta de la esquina está el descanso y la muerte del trabajo. Respiro hondo, cojo impulso y me lanzo a la última curva, veloz y dispuesto a todo.

Nos aproximamos, nos estamos acercando. Amigo visitante, ¿oyes el grito, el rugido, o, como dijo John London, la llamada de lo salvaje?.

15 de julio de 2006

Horizontes, agobios y desdichas



El blog ha estado dos semanas en blanco, debido a los motivos, siempre comprensibles, del trabajo hostigador y agotador. El verano pasado, cuando inicié el intervalo laboral en el mismo lugar donde estoy hoy, fui capaz de pescar tiempo suficiente para mantener con vida el blog y, además, rescatar mi pasión por la escritura. Pero este año no puedo. Tal vez sea por causa del calor, agobiante, apelmazante, inhibidor de la frescura mental de los meses de antaño, cuando podías teclear horas sin parar y su cerebro no padecía el mínimo síntoma de cansancio.

El caso es que ahora, y ya van unas cuántas semanas, me encuentro huérfano de ideas y falto del espíritu creativo. Incluso llego a temblar cuando tengo intención de ponerme a escribir un artículo o un relato. Tengo miedo a no poder desgranar como en el pasado esas formas de expresión, esas frases divulgativas tan conseguidas o esos párrafos literarios que, sin ser ninguna maravilla, al menos servían para manifestar lo que necesitaba decir. Siento cierta inquietud, aunque sé que es absurda y pasajera, a no alcanzar el nivel (sólo por encima de la mediocridad, por el momento), a no apresar la serenidad y la seguridad que en el pasado disfrutaba.

No obstante, es sólo cuestión de tiempo mi vuelta al ruedo. En el presente 2006, las tareas domésticas primero, los exámenes después y el trabajo en la actualidad, han nublado el horizonte, tan estimulante y fascinador, de la escritura. Pero las nubes no son para siempre; los vientos arrecian con fuerza y tienden a disiparlas, aunque les cueste limpiar el cielo de humedad. Con el paso de los días, a medida que julio deje paso a agosto y nos aproximemos al fin del tórrido verano, los momentos de descando, imprescindibles tras las horas de faena, darán paso a las horas tras el teclado, y con ello se recuperará parte del tiempo perdido (o no tan bien empleado como desearía).

Para entonces, el montón de sucio dinero será mayor, habrá tomado un volumen considerable y estará a disposición, tras unos meses, para dar forma y figura a un sueño de los de antes, que perdura y crece, y que al hacerse realidad sigue existiendo en tu interior. Un sueño que se me escapaba, pero que ahora empieza a acercárseme. Lentamente, es cierto, porque aún restan tramos del camino, los más trabajosos, que hay que recorrer. Pero ya no huye. Está en el horizonte, no más allá de él. Ya se divisa en la lejanía, como un ondulante espejismo, pero es real. Corro hacia él, a su encuentro. Luego, lo que venga.

Quedan 60 días.