17 de diciembre de 2006

A orillas de grandes sueños



La vida es puro sueño. Desde el nacimiento hasta la muerte nos movemos en aguas turbulentas, de ensueño, de irrealidad: a veces parece que vivamos en un mundo onírico, completamente ajeno a algo que podemos llamar "realidad". En ocasiones, esta realidad es evidente, palpable, en otras parece desaparecer, volcando la existencia en un mar ilusorio.

Lo que importa de todo esto es que, sea la vida realidad o no, debemos llenarla de sueños, de metas, de aspiraciones totales y totalizantes, que nos realicen, que nos hagan felices. Algunos de esos sueños serán imposibles de alcanzar, otros resultarán más asequibles, y otros tomarán forma sin que nos lo propongamos conscientemente. Sabemos que la vida no es perfecta; a veces nos hiere cuando creemos que estamos en la cima, cuando estamos alcanzando la cúspide, como para hacernos ver lo frágiles e insignificantes que somos, y lo intrascendente de nuestras ambiciones. Pero los deseos permanecen, tercos, en nuestras mentes. No hay forma de alejarlos de nosotros, porque sin ellos, en realidad, no habría vida. Son la sustancia que da sentido a nuestra existencia, aunque tras décadas de esfuerzos acaben por disolverse en el aire de lo imposible. No obstante, síguen ahí, latentes, para siempre.

A punto de que el 2006 llegue a su ocaso, algunos de esos grandes sueños que antaño parecían lejanos, como en otro mundo, y dignos de la mayor utopía, por modos de vida y circunstancias personales, ahora, tras unos pocos meses, empiezan a tomar forma. Al mismo tiempo, un sueño repentino, increíble, que atraviesa la vida y la tienta, como salido de la nada, ha estado a punto de acabar, al menos temporalmente, con aquellos otros anhelos largamente esperados. Como una sacudida intensísima y poderosa, la llamada ha alcanzado el espíritu de un hermano de armas, quien se ha visto absorbido de inmediato y, decidido, emprende al parecer el Gran Viaje. Pero los sueños residentes desde hace lustros son aun más poderosos, y llevan mucho tiempo a la espera; zahieren el ser y no dejan lugar para otros, por novedosos y electrizantes que sean. Así que, de momento, me cobijaré aquí por unos meses, alejado del camino que aún me espera, viviendo como sé, vivificando y robusteciendo mi ansia de libertad, independencia y evolución.

Mientras otros cruzan ríos en parajes extraños y miran cielos distintos, yo moraré en tierras conocidas y firmamentos ya sabidos, pero no por mucho tiempo. Mi sueño, mis sueños, guardan esencia de movimiento, de exploración, de salida y no se sabe si de vuelta. No hay que desesperar. Cada cosa a su tiempo, sin prisa, porque ya llegará el momento.

Paso a paso, y, al fin, el camino se abrirá por fin a tus pies.

12 de diciembre de 2006

Disidentes en un mundo extraño

El mundo actual, tal y como lo conocemos, está destinado a desaparecer. No puede moverse de la forma en que lo hace y nosotros, los mortales que en él moramos, adecuarnos todo el tiempo a sus aceleraciones. Pero no me refiero al mundo natural, del que partimos todos, sino el mundo artificial, el creado en occidente, el que marca nuestras vidas. Debe estar destinado a desaparecer, porque es un mundo de locos.

Pienso en este momento en la gran mierda, en la enorme mentira creada en Navidad para satisfacer bolsillos de ricos y hacernos creer que el mundo es un maravilloso paraíso de bondad, solidaridad y armonía entre los hombres y mujeres de la Tierra. Es el colmo de la hipocresía, de la falsedad cubierta por sonrisas falsas y vestidos de diseñador. A la gente le pasa algo grave si sólo piensa en compras, en halajes, en billetes y en esos horteras Santa Claus colgando del balcón, el colmo de la cursilería y el mal gusto. Debo ser el único que aborrece ir a un centro comercial, cargarse de bolsas y creer que soy por ello más feliz. Las posesiones acaban por poseernos. Curioso, y trágico.

En otro orden de cosas, el otro día comentaba con un hermano, más él que yo, lo hostil e incomprensivo que se ha vuelto el mundo (no quiero creer que siempre ha sido así) con los disidentes, los distintos, aquellos que no prosiguen por el camino marcado. Parece que tengas que hablar, comportarte y ser como los demás para que éstos no crean que estás tarado o que los consideras inferiores a ti. A veces, un silencio ante una persona se interpreta como un signo de que no merece ser hablada, cuando en realidad el 'ser silencioso' está a miles de kilómetros de allí, en realidad, en otro mundo, en otro Cosmos. Es decir, quienes no entienden nada, lo malinterpretan todo. Ante esto, uno quiere huir, volar hasta donde puedas ser tú mismo sin tener que dar explicaciones continuamente. Mi hermano se sentía hastiado de su situación, y yo le comprendía, porque en cierto manera yo siento lo mismo; al mismo tiempo, intentaba comprender por qué la gente es tan necia, tan escasa de luces ante lo diferente, ante lo que no respira como ella. ¿No pueden comprender acaso que hay otras formas, otros caminos, esencias distintas que buscan su lugar? ¿Por qué tienen que intentar cambiar a los que no son como ellos?

A raíz de estos pensamientos y tras las conversaciones con este hermano de armas, que han dado lugar a otras reflexiones sobre el tema, en las que uno se siente más extraño que nunca en este mundo que llamamos civilizado e ilustrado, he compuesto un pequeño relato, que se publica en un post aparte. No vale mucho, es cierto, y lo escribí de un tirón en media hora sin cambiar nada, y además tiene un final demasiado bonito, lo reconozco, pero pese a sus limitaciones y carencias, espero que sirva, por una parte, para poner de manifiesto que, siendo todos nosotros iguales, en nuestras esencias hay un poso muy distinto; de anhelo, de búsqueda, de inconformismo, de lo que uno quiera. Por otra parte, también puede servir para mostrar que los diferentes, los que se alejan de la corriente en masa, a veces tienden a verse a sí mismos como seres especiales, y que si de hecho lo son es, más que por sus propios méritos, por la mediocridad y uniformidad de todos aquellos que le rodean.

El sueño del pájaro libre

Había una vez un hermoso pájaro encerrado en una celda de metal; su cárcel era ancha, espaciosa, y era compartida por otros semejantes a él, pero el pájaro no se sentía a gusto con ellos. En el fondo no quería, intentaba evitarlo con todas sus fuerzas, pero los odiaba. Por su ceguera, por no ver que estaban encerrados, por su apatía e indiferencia ante lo que les rodeaba. Tenía a su lado a muchos que parecían ser como él, pero siempre se veía solo.

A veces intentaba hacerles ver cómo era, por qué, a diferencia de los otros, sufría cada día en su compañía, pero como no quería hacerles daño, nunca les hablaba directamente. Hubiese sido demasiado duro para ellos. De qué serviría, pensaba, decirles la verdad, si no la comprenderían, o la malinterpretarían, como hacían siempre. Sus silencios les confundían, sus cantos eran extraños, solemnes y llenos de amargura; los de sus compañeros, en cambio, sostenían siempre la vivacidad y la armonía, pero eran sosos y estúpidos, pensaba el bello pájaro. Podían trinar sin parar, horas enteras, y sin embargo, no llegaban sus melodías a ninguna parte. Eran como sonidos vacíos destinados al olvido inmediato.

Él era distinto, sin duda; amaba la vida y el amplio mundo a su alrededor; necesitaba salir de la celda, ir a buscar a otros pájaros, hermanos reales suyos, y guarnecerse de las apatías e indiferencias de los demás compañeros de cautiverio. La celda, no obstante, era firme, y sus barrotes, finos, carecían de intersticios lo suficientemente anchos. El pájaro, siempre solo, siempre ignorado, permaneció en silencio durante mucho tiempo.

Hubo un instante en que, tras anhelar con tanta fuerza su liberación, se vio a sí mismo desatado al fin, los grilletes abiertos y el mundo exterior a la espera de ser descubierto. Sin entenderlo, pero feliz por su huida de la insensibilidad y el oprobio, marchó al aire limpio y nuevo; no viciado ni contaminado, el ambiente era de una pureza tal que apenas se elevó perdió el equilibrio y fue a caer a la entrada de la caverna donde había vivido hasta entonces. Quiso emprender el vuelo de nuevo, más sus miembros no le respondían. No era insólito, pensó, entristecido, pues jamás había aprendido a volar.

Echó entonces la vista atrás y distinguió, como a mucha distancia, la celda de sus semejantes, que según él no eran tales. Seguían allí, en su mundo estrecho, en su limitada esfera de vida, y se compadeció de ellos. No le miraban, si siquiera sabían que había huido, y seguramente tampoco les importaba. La compasión pronto se convirtió en odio, y en poco tiempo el bello pájaro del color del fuego sentía una hostilidad creciente hacia ellos. "Míralos", se decía, "no saben ni entienden nada, recluidos en la celda, en la prisión de sus vidas". "Yo, en cambio, soy ahora libre, y haré y viviré cosas que ellos jamás sospecharán", se dijo, orgulloso, el pájaro dorado. Pero, ¡ay!, sus alas rechazaban cualquier intento de elevar su armonioso cuerpo hacia las estrellas. Las movía frenéticamente, con furia, con energía desmedida, mas todo lo que abandonaba el suelo eran unas cuántas motas de polvo.

Irritado, al pájaro de oro empezó a cantar una melodía cacofónica y estridente, la cual llegó hasta sus compañeros, quienes dirigieron sus miradas hacia el origen de aquella tonada inarmónica y cruel. Buscando quien hería sus oídos, reconocieron al pájaro de bellas plumas doradas. Entonces, mientras éste aullaba de rabia, los otros pájaros vieron que enfrente suyo había un gato enorme, profundamente dormido sobre un montón de paja. Sin embargo, el cántico del pájaro de oro era demasiado ruidoso, y el gato parecía ir despertándose. Alarmados, los pájaros de la celda iniciaron sus propios trinos con la esperanza de avisar a su compañero que quizá, pensaron, se había extraviado de la celda por algún motivo que ellos no comprendían. Sin embargo, sus trinos eran muy agudos, y terminaban ahogados por el potente canto del pájaro dorado. Uno de los pájaros esclavos, viendo que al parecer su amigo tenía intención de volar, sintió una pena infinita por él, dado que sus alas no estaban hechas con esa finalidad. Pero, como último recurso, propuso a sus hermanos tratar de ayudarle ofreciéndole unas alas nuevas. Así, cada uno de ellos aportó una pluma, y confeccionaron en un tiempo récord un par de membranas flexibles y ágiles, que tal les fueran útiles al apenado pájaro dorado.

En ese momento el gato se despertó, pero no vio al pájaro dorado; en su lugar, se dirigió con aire somnoliento al tazón de comida, donde dio un par de bocados a los restos de la comida de ayer. El pájaro dorado, agotado, había concluido su lamentación en forma de indignado gorjeo, y fue entonces cuando vio al gato. Atemorizado, el pájaro de fuego quiso volar para huir de él, pero de nuevo fue incapaz. Fue entonces cuando oyó el canto cadencioso de sus otrora compañeros de celda, y su mirada descubrió que, ante ellos, había un par de plumas extrañas, con distintas tonalidades. Entendió que tal vez con aquellas plumas pudiese por fin iniciar el vuelo y huir de aquel horrible gato, de modo que se dirigió con dificultad hasta la base de la celda, donde les esperaban sus antiguos camaradas. Una vez allí, les pidió el par de alas que ellos poseían.
– ¿No puedes regresar a la celda, verdad? – le preguntó uno de los pájaros encerrados, mientras le tendía las alas por entre los barrotes.
– No, lo que quiero es simplemente volar más allá de ella –explicó el pájaro dorado. – De todas formas, no lo entenderías, así que gracias a todos por vuestra ayuda.– Se colocó las alas sobre las suyas y, de forma milagrosa, encajaron a la perfección. Las batió para probar e, impresionado, vio que eran muy ligeras, pero que le elevaban del suelo sin apenas esfuerzo.
El gato vio movimiento por el rabillo de su ojo derecho y de inmediato se giró hacia allí; vio entonces al pájaro dorado intentando volar, de forma torpe aún, y se lanzó hacia él. Raudo, llegó hasta donde el pájaro se encontraba y, de un zarpazo, lo echó al suelo, frustrando todas sus intenciones de huir. Justo cuando el gran gato negro abría sus fauces oscuras para engullírselo, el pájaro dorado abrió sus ojos y el sueño inquietante desapareció.

Allí estaba él, aún dentro de la gran celda, acompañado por todos aquellos compañeros suyos, quienes proseguían sus cánticos insulsos y parecían no reparar en su presencia. Todo había sido, en efecto, un sueño. En el sueño ellos le ayudaban a él, aunque la culpa de no escapar fue sólo suya: de no haber perdido el tiempo en estúpidas lamentaciones, en sus rabias absurdas, hubiese abandonado para siempre aquella cárcel de acero. Había, no obstante, algo en el sueño que parecía hacerlo real; “¿y si el sueño no fuera tal, simplemente? ¿Y si fuese una premonición de lo que está por venir?”, se preguntaba el pájaro dorado. “Si mis compañeros son quienes me ayudan a escapar, incluso alejándome de ellos mismos, ¿no debería yo?, si... , ¿no debería ... ?”.

Tras unos momentos de reflexión, el pájaro dorado se dirigió hacia donde estaban sus compañeros. Al principio hubo una clara nota discordante en el grupo de pájaros trinantes, pero pronto esa nota, sin desaparecer por completo, se perdió entre la belleza y la sencillez de una melodía alegre y feliz, la melodía de una reunión largo tiempo anhelada.

3 de diciembre de 2006

Abriendo una senda



La Naturaleza siempre está dispuesta a dar a veces algunas sorpresas. Olisqueando el ambiente, brumoso y opaco, del día de ayer, marché a las montañas, mis montañas (entendidas no como posesión, sino como parte de ti mismo). Enfilé un camino muy bien señalizado, de interés ecológico, y de una cierta importancia para los andariegos que se pierden en la espesura del bosque sin más motivo que el existencial. Yo mismo lo había trillado antaño, como parte de un programa (impensado e inconcluso) para paterame todos los rincones de mi querida y cada vez más devastada comarca. Casi nunca tengo un plan para adentrarme en las montañas: simplemente el vehículo me acerca hasta ellas, y luego todo es cuestión de un giro rápido de volante o una decisión espontánea.

Una vez penetro en el tapiz de rocas, árboles y flora arbustiva, el mundo cambia. Sólo unos metros más atrás hay cierto jaleo de perros ladrando, gentes con motosierras, y los signos de civilización. Tras avanzar unos pasos, a uno le invade la selva. El valle se encajona, el cielo parece oprimirte, y el silencio nace de repente. Es una sensación agradable, hechizante. Del gris y brumoso firmamento aparecen aves en las alturas, algún conejo surge del suelo fangoso, y todo lo que hay a tu alrdededor se reduce a lo que la Naturaleza ha creado. Vida, silencio, y espacio.

La verdad es que en ese momento he tenido la impresión que era la primera persona en mucho tiempo que se arrastraba por allí. Parecía que nadie hollaba esas tierras... casi desde la creación del propio Universo. Unos pasos más y la propia tierra me lo confirma: las zarzas y arbustos que, de ordinario, se limitan a los márgenes adyacentes del camino, descansan ahora sobre el trazo del mismo. Quizá, un par de años antes, cuando visité el lugar por última vez, fui en realidad el postrero visitante... . No obstante, y pese a los daños que otras veces las zarzas ocasionan, no he amilano y sigo adelante. Con las manos, los brazos, los pies, la mochila, a veces con la nariz, voy quitando las hierbas y me abro paso, no sin dificultad. Las zarzas hieren un poco, las botas se llenan de fango y agua, el corazón se acelera y sudas para avanzar un par de metros.

Una sensación maravillosa y terrible, al unísono, es la de saber que en la mochila, mi única compañera, no descansa ningún móvil, el aparatejo más enojoso y, al tiempo, salvador que uno pueda imaginar. Yendo entre desmontes, con tajos enormes a uno y otro lado, la cosa más sencilla del mundo es despeñarte y acabar hecho puré en el fondo de un barranco anónimo. Pero ahí reside, en efecto, la aventura, el riesgo, la conmoción que supone estar solo en medio de toda esa enormidad y sin nadie que pueda echarte una mano. No se trata de despreciar la vida, más bien al contrario; de la soledad (verdadera) surge la estima hacia tu existencia, y ello te hace asirla con fuerza, para darle la mayor significación posible. Y esto sólo es realizable si eres consciente de que puedes perderla al menor descuido.

Hay muchas maneras de abrir una senda. Uno puede ir a la montaña y a manotazos abrirse camino por entre la maraña; pero también puede hacerlo en la vida "corriente". Es más, quizá deba hacerlo, porque quien no lucha, quien no siente deseos de arrancar la pobredumbre que infecta a raudales este mundo no me parece humano. Como el sendero por el que apenas pude avanzar ayer, hay caminos dificiles en esta miserable y espléndida vida; pedregososos, fangosos, llenos de peligros y solitarios, que sólo recorren unos pocos. Los hay, también, tan limpios de zarzas como las grandes autopistas, por las que circulan casi todos: vías seguras, iluminadas, que nos llevan fácil de un lugar a otro.

En función del carácter de cada cual, nos movemos por unas sendas u otras. En función de lo que para nosotros representa la vida, decidimos lo fácil o lo dificil, lo limpio o lo sucio, lo usado o lo inmaculado. En función de cómo somos, penetramos en el sendero lleno de zarzas, o nos limitamos a regresar a casa donde, calentitos y bien abrigados, al amparo de un mundo domesticado, continuamos nuestros quehaceres en la civilización. A salvo de peligros incontrolables y barrancos escarpados, sólo con los riesgos creados por el hombre en su pompa artificial, nos limitamos al consumo y a la concurrencia.

Y, ahí, ése es el mundo en el que nos hallamos, impersonal, frío, distante para todos nosotros. Entro en Internet, abro el blog, empiezo a escribir estas líneas. Y miro hacia afuera, a las montañas, a la Madre. Quizá deba ir, quizá deba volver a penetrarla, y hacerme suyo. Tal vez, sí, deba volver a abrir una senda.

24 de noviembre de 2006

Otoños



Raudos como el viento que baja de las montañas, los otoños son casi más una transición que una estación en esencia propia. Breves, momentáneos y casi sin sustancia, apenas llegan se van, no han siquiera calado en nosotros abandonan toda compañía y marchar hacia el adiós. Ya hablé, hará cosa de un año, sobre lo efímero del otoño. Hoy quisiera destacar su fragilidad. Quizá la brevedad y la fragilidad vayan de la mano, o sean las dos caras de una misma moneda.

El caso es que esta tarde me he acercado a mi refugio próximo a las montañas, y allí he visto cómo un árbol que otrora estaba lleno de frutas y dotado de un plumaje verde intenso apenas conserva ya la presencia de unas cuántas hojas color sangre; una de ellas es la que ilustra este post. El viento hacía que el macizo árbol perdiese, al alimón, un buen puñado de su follaje, como alguien aquejado de alopecia ve cómo a cada paso de cepillo una parte de su cabello desaparece de su lugar natural.

Para algunos el otoño es un momento triste, como si representara el ocaso, término de todo lo vivo. A mi me pasa justo al contrario; veo en el otoño, en ese languidecer de los atardeceres, en la coloración de los bosques y en esa pérdida de materia biológica, la sustancia sobre lo que nacerá otro nuevo ciclo de existencia. El otoño es un momento ideal para percibir cómo la naturaleza necesita un pequeño instante de quietud, posterior a los bríos de la primavera y el verano y previo a la dureza del invierno (aquí, en el mediterráneo, dureza bastante relativa...). Y contemplar tal fenómeno no debe causar abatimiento, aflicción o desánimo alguno, porque de ahí brotarán nuevas semillas, savia nueva, una nueva piel para la naturaleza y los seres que en ella moran.

Para mí el otoño es un regalo mágico, el periodo más especial del año, junto con esa energía pura que es la naturaleza. En él puedes sentir, lejos de oscuras tinieblas, el guiño del mundo que dice adiós para reaparecer de nuevo en el futuro. Marcando el paso, seguro e inevitable, el otoño apunta hacia el porvenir, hacia la esperanza de que esa semilla nonata traiga a todos la paz y la concordia que tanto necesitamos en estos tiempos de sangre, ira y violencias; que parecen, al contrario que el árbol del que cayó esa bella hoja, no ser caducos.

19 de noviembre de 2006

Soledades

Hoy sólo quiero recordar grandes voces y pensamientos sobre esa amiga tan mal conocida y tan poco apreciada como es la soledad. Con ella he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida, pero siento que en la actualidad está muy infravalorada. Nadie parece estar contento en soledad, nadie parece crecer en soledad, seguramente porque no entienden lo que significa en realidad ni lo que les puede aportar. No es aislamiento, no es estar solo, no es sentirse vacío o aburrido. Es algo completamente distinto, una compañía, una presencia con nosotros mismos... aunque no sé qué intento explicar, porque nadie (o casi nadie) lo va a comprender. Hay que vivir la soledad, la real y total, y entonces entender. Si no, es como explicar una amor o una experiencia inefable. Pero, quizá, a través de los grandes, que en verdad supieron lo que significaba, cabe la posibilidad de que sepamos, aunque sea en la superficie, lo que se esconde tras la verdadera soledad.

Sólo los solitarios pueden sentirse solidarios, José Bergamín

Cada uno de nosotros está solo y cuanto antes un hombre lo comprenda mejor para él, Jerzy Kosinski

A mis soledades voy/ de mis soledades vengo,/porque para andar conmigo/me bastan mis pensamientos, Lope de Vega

La civilización ha convertido la soledad en uno de los bienes más delicados que el alma humana puede desear, Gregorio Marañón

Soledad, noche a noche, yo te construyo, Emilio Prados

Nunca estoy solo. Siempre estoy conmigo, Claudio Solari

Aprenda a ser feliz estando solo. Si uno no disfruta de su propia compañía, ¿por qué imponérselas a los demás?, Mary Stanhope

Sólo en soledad se siente la sed de verdad, María Zambrano

17 de noviembre de 2006

El cielo llora (Leónidas 2006)

Hoy día 17 de noviembre (hacia las 20:50 horas, aproximadamente) empieza la lluvia de las Leónidas (he puesto algunos links que ofrecen información más detallada en el blog de Astronomía). Hace siete años, en un rincón apartado de La Safor, nos reunimos un grupo de observadores, curiosos y principiantes de la Agrupación Astronómica de la Safor (AAS) para dar cuenta de lo que se preveía sería una tormenta de meteoros en toda regla. Resultó que así, en efecto, sucedió, pero a una intensidad que casi ninguno de los que allí podíamos imaginar.

Nadie esperó una cosa así. Quien ha visto alguna vez las Perseidas entre el 12 y 13 de Agosto (o Lágrimas de San Lorenzo), no puede, en absoluto, hacerse una idea cabal de lo que se pudo contemplar el 17 de noviembre de 1999. Una ráfaga contínua y anonadante de meteoros, sin pausa, sin tiempo para verlos todos, danzaban sobre nuestras frías cabezas desde el radiante de Leo. Dispersándose en todas direcciones, los meteoros nos volvieron locos, yendo las abrigadas calvas desde un lugar a otro en pos de todos ellos. El paroxismo de la noche aconteció hacia las 2 de la madrugada, más o menos (no lo recuerdo exactamente... ¡hace siete años!), cuando en un momento dado la actividad se elevó hasta los 20.000 meteoros por hora (es decir, ¡entre 5 y 6 meteoros por segundo!). Entre las 2:50 y las 3:00 de la madrugada del día 18 la actividad alcanzó los 6.000 meteoros por hora,, una cifra jamás alcanzada por ninguna otra lluvia de meteoros. Fue un instante de locura, de completa confusión (gente gritando, brazos señalando el cielo, algunos sonidos extraños en la lejanía...) y el cielo que parecía querer caer sobre nosotros. Los que allí estuvimos hasta el final (hubo gente que se marchó desencantada porque hasta entonces apenas se había visto nada especial) vivimos una experiencia extraordinaria, cortesía del Cosmos.

En el 2006 las cosas no serán para tanto, la verdad, pero siempre es útil observar el cielo, además de relajante, y podría haber alguna agradable sorpresa, en forma de estallido esporádico. Hoy día 17 la actividad será baja (15-20 meteoros a la hora), pero el domingo tal vez lleguen a registrarse hasta 150 meteoros o más, lo cual nos da una media de 2 (o 3, si hay suerte) por minuto. Aunque el cielo llore poco en estos días, seguro que quienes decidan echar un vistazo por la madrugada (el máximo del día 19 tendrá lugar hacia las 5:45) no quedarán defraudados. Por cierto, habrá que mirar hacia el sureste.

Hay mucha información sobre el tema en blogs y en páginas específicas. Pero no olvidéis que una lluvia de estrellas como las Leónidas puede pasar factura (por frío, aburrimiento si la cosa no va bien [aunque en el cielo siempre hay algo que observar, o por cansancio). Así pues, si se puede, lo mejor será ir acompañados, abrigados, alimentados y dispuestos a pasar un buen rato a la espera de lo que firmamento pueda ofrecernos, que es mucho, muy variado y siempre verdaderamente interesante.

Suerte a todos.

5 de noviembre de 2006

Lluvia y cielos negros

La lluvia, escasa y esporádica, ha roto la monotonía otoñal que hasta ahora reinaba en el Mediterráneo. Uno agradece estos repentinos agüaceros, desafiantes y estimulantes, porque limpian la insalubridad de las calles y la sensación de sequedad. No hay nada más vigoroso que patearse los campos tras un buen chaparrón: ese olor, los efluvios naturales, la luz que todo lo baña, uno siente que la materia y la vida se enlazan después de un tiempo casi infinito de marchitamientos y aridez extrema. Uno se siente, con ello, vivo de nuevo.

Más allá de la lluvia, en la lejanía del cielo encapotado, nubes de un tono negro sombrío acechan, a la espera. Pero no hay guerra, nada hay que temer. Son nubes hermanas, de oscuridad transitoria y difusa, y sólo se prestan a fusionarse con los mechones blancos de una madre tierna y receptora.

Incluso aún más lejos, donde la tierra se une a la gavota de jirones nubosos, aparece un parche azul, luminoso, como recién nacido. Señal de un cambio, engullirá vapor de agua y, de aquí a pocas horas, volverá a sentarse en el trono ese astro de oro, rey de los vivos y la materia, que da espíritu y motor a los terrícolas, que guarnece de sabor y saber a la Humanidad.

Ra, héroe y señor de cuanto existe, volverá para traernos paz, muerte y esperanza.

19 de octubre de 2006

'Apuntes de Filosofía' y 'Rostros del Cosmos'

1) Apuntes de Filosofía.

Hoy nace un nuevo blog, "Apuntes de Filosofía", el cual tratará, como indica su nombre, de una serie de notas y textos acerca de la Filosofía y los filósofos. No pretende ser un lugar de alta erudición filosófica, sino simplemente un espacio en el que dar a conocer esta disciplina y algunos de sus cultivadores. Huelga decir que será un sitio personal en el que aparecerán aquellos pensadores o temas que, a mi juicio, sean más interesantes o reveladores; muchos filósofos y aspectos de la Filosofía quedarán sin tratar... .

Así que, a los pocos errantes que por aquí navegan, les emplazo a que, con el tiempo, podamos discutir o simplemente compartir, como digo en la presentación, "algunos retazos de la sabiduría y conocimiento (que no verdades) adquiridos por nuestra cultura humana desde los albores de su propio nacimiento."

Allí (y aquí) os espero.

2) Rostros del Cosmos.

Y también nace hoy otro blog, Rostros del Cosmos, éste de temática astronómica en general. En él irán apareciendo algunos de los textos y posts sobre la materia que han sido ya publicados en este mismo blog; además, poco a poco se publicarán también nuevos escritos y enlaces a otros artículos del autor, que han aparecido en otros medios, como la revista 'Huygens' o el portal de Astronomía 'Espacial.org'. Todo ello con la única finalidad de acercar un poco más los cielos (y los objetos y misterios que contiene) a quienes tengan algún interés en entrar en contacto con el Cosmos y saber algo más de él.

Hasta pronto.

15 de octubre de 2006

Frágil Tierra



Vista así, desde 900 millones de kilómetros de distancia por la cámara de la sonda espacial Cassini (en estos momentos orbitando el sistema de Saturno), nuestra Tierra parece más frágil que nunca. La maltratamos continuamente, esquilmamos su superficie y sus recursos en busca de nuestra mayor comodidad o, simplemente, a raíz de nuestros avariciosos y despreciables negocios. Le debemos la vida y la de todos los que nos importan, y sin embargo, continuamos macerando su rostro, su esencia, y levantamos los hombros en señal de indiferencia al finalizar el trabajo.

Estamos despreciando nuestros orígenes, pero nos importa poco: sólo cuenta el ahora, el beneficio inmediato. El mañana o el futuro son entes difusos, de modo que aprovechemos la ocasión y ganemos hoy rápido, aunque ello suponga violar la tierra cósmica, creada de material de supernovas hace miles de millones de años. Nos importa un cuerno saber todo esto: las ideas no alimentan el cuerpo, y no nos ofrecen rentabilidad y ganancias netas; tan sólo sirven para incubar rabia e impotencia. En el fondo, es casi mejor dejarse llevar y llenar la mente de sucios seriales y maniatados informativos: lo esencial, el daño a nuestra madre, sigue estando en el anonimato, a nadie le importa, nadie hace nada.

Hay quienes creen que el cambio climático, creado por el hombre tecnológico, es el responsable de que nuestra Tierra sufra; señores, el cambio climático difundido a través de los grandes medios es pura invención, una tapadera para evitar que alguien saque a relucir las formas vergonzantes y cafres de los promotores inmobiliarios, una forma de desviar la atención, de echar una culpa generalizada a las grandes potencias cuando, en realidad, los responsables de la masacre a nuestro mundo radican en simples despachos y oficinas, viendo planos de arquitectos y decidiendo el futuro de una comarca, de un pueblo o de toda una cultura. Se ha creado un fantasma para rehusar culpar a quienes más daño real han hecho: lo peor no es que se haya llevado a cabo esto, sino que mucha gente se lo cree.

Puede que exista tal cambio climático, puede que el clima haya realizado una pirueta en las últimas décadas e inicie un periodo de calentamiento (aunque los datos "objetivos" no apuntan sólo en este sentido), pero no se trata de eso: lo que importa es la información que se ofrece, esa insistencia asquerosa en el tema como si todo fuese causa de un aumento de temperatura. Hace falta gente que diga qué es verdad y qué no, brindando a la población datos reales y no manipulados, porque se trata de un tema que va más allá de la pura trascendencia climática.

Hay que cuidar a la Tierra, esa mancha de luz vista a través de la sonda Cassini desde una distancia inimaginable, pero también debemos mantenernos inflexivos delante del sensacionalismo de ecologistas y de cierto sector científico: hay que examinarlo todo con espíritu crítico. No nos dejemos embaucar por la propaganda, porque sino, quizá estemos haciendo un daño aún mayor a nuestro precioso y frágil planeta.

12 de octubre de 2006

De natura



Hoy, como tantos otros días, he ido a las montañas; el cielo y el ambiente parecían pedirlo a gritos: colores y luz por doquier. Era uno de esos días en que sientes la vida mires adonde mires, que notas la energía brotando de cualquier lugar.

Pero al llegar allí he visto algunas cosas que no me han gustado. Y no guardaban relacíón con la propia naturaleza, sino con las gentes que a ella trataban. He visto, en un parque cercano, multitud de familias y grupos de personas preparando grandes comilonas; he visto mucha basura fuera de su sitio, mucho ruido y mucha indiferencia ante lo que el mundo ofrecía. Parecía como si todos estuvieran allí por puro hábito, por sistema, porque se trataba de un día de fiesta nacional y era buena idea salir al campo. Pero, ¿y dónde vive el sentimiento, dónde campa la sensación de vivir conectado a la tierra, de formar parte de ella y ser ella misma? Esas gentes, ¿qué hacían allí, en realidad? Huyen del mundo doméstico y urbano para, por unas horas, desfogarse en medio de la naturaleza, pero no la sienten, no la absorben, son incapaces de explorarla o de profundizar en su esencia.

Sentí pena por esas gentes; la mayoría no son más que currantes, adiestrados y encauzados trabajadores de lunes a viernes, formales, superficiales (no lo digo por prejuicio, reconocí a varios de ellos que conozco), autómatas esclavos de la sociedad. Uno, incluso, había cometido la locura de investigar caminos de tierra próximos con su lujoso coche, como si sus piernas no existieran, como si necesitase de la compañía del rumor del motor porque él mismo no es nada en sí mismo. De esa forma tan estúpida, se ha perdido los colores, los aromas, el viento y la luz del sol sobre su rostro; ha ido en busca de la naturaleza, pero no la ha hallado en ninguna parte, porque se ha visto aún anclado a la visión urbana del mundo.

No hay que huir de la ciudad para encontrar la naturaleza; ésta la siente uno en su interior. Además, la naturaleza lo abarca todo, y aunque te rodee un mar de asfalto, coches y polución, no hay más que mirar hacia arriba; ahí también está la naturaleza, más inmensa que nunca. Pero es triste que huyan de la ciudad en busca de la 'novedad' que supone la naturaleza, del entretenimiento que supone estar en contacto con ella. Volverán mañana, esas gentes, a vestirse con sus trajes y sus zapatos caros, a sumergirse en la parodia de vida que viven, a mantener su existencia dentro de unos márgenes estrechos y vulgares. Y volverán, también, a desear huir de todo ello, pero se verán incapaces, inermes, hasta que el siguiente fin de semana (que no tardará en llegar) les permita abandonar por un día o dos esa boca de lobo que es la ciudad.

Quien sabe de verdad qué es la naturaleza y lo que aporta a quien sabe apreciarla no huye del mundo para entrar en ella, porque, en realidad, no hay más mundo que la misma naturaleza. Para mí, más allá de ella no existe nada.

1 de octubre de 2006

Muerte al estudio pueril

En breve empezaré una carrera universitaria; a mis 26 años, casi parecía que mi turno había pasado de largo, pero tras un montón de divagaciones académicas (cursos repetidos, abandonos, regresos, tiempos muertos, etc.) voy por fin a cumplir uno de mis objetivos: aprender Filosofía.

Y digo "aprender" y no "estudiar" porque de eso se trata precisamente: es más, hay que 'aprehender', hacer nuestro aquello que leemos, aquello que nos sugieren los libros y los textos, no con el ánimo de creerlo o de absorberlo sin criba alguna, sino con la intención de adquirirlo, de incorporarlo a nuestro corpus de saberes y conocimientos como otro elemento más, dispuesto a ser criticado o debatido cuando la ocasión lo tercie. Si sólo estudias, ello es imposible, porque la finalidad del estudio es adquirir conocimientos con prontitud, con la rapidez necesaria para tenerlos presentes de cara al exámen, y nada más. Tras las pruebas, los conocimientos adquiridos se evaporan lentamente, gota a gota, y todo lo que queda después son sólo un par de frases hechas y unos pocos datos vacíos, sin sentido. Lo digo porque he tenido esa experiencia, y conmigo coinciden muchos otros.

Mucha gente tiende a seguir una licenciatura con el ánimo puesto en aprobar los exámenes y obtener el título, para poder conseguir un puesto de trabajo que te dé dinero y comodidad. Sé que ser idealista en este mundo no está bien visto, porque el idealismo presupone ilusión (o ingenuidad) y ese entusiasmo es nocivo para nuestra sociedad (cada vez queda menos de todo ello a nuestro alrededor), pero hay que ir un poco más allá, aprender con el ánimo de ser mejores personas, de crecer, y no solamente por el hecho de vanagloriarse de doctorados o excelentes. Esa etapa debe dejar de existir; hay que asesinar al estudio pueril y dotar de vida aquel que nace con el anhelo de hacernos más humanos.

Yo, al menos ahora, no concibo iniciar un periodo de enseñanzas tan extenso como una licenciatura pensando en exámenes, notas y demás estupideces por el estilo; sé que hay que superar esos exámenes (aunque Filosofía sea, quizá, la materia que menos se presta a ellos...), sé que hay una serie de requisitos que cumplir si tienes la idea de ser "licenciado" (en verdad, odio esa expresión...), pero eso es algo que no debe eximir de sacar el verdadero jugo a unos años de aprendizaje tan sensacional como es una carrera universitaria. Hay que sentir el gusto por aprender, por saber aquello desconocido, por abarcar perspectiva y por notar que así mejoras día a día como ser humano.

Así que vale la pena cambiar el enfoque y hacer de tu estudio algo que perviva en tí mismo durante largo tiempo, algo realmente estimulante y que forme parte de tu ser para edificar tu propia humanidad.

Si no, vale, siempre puedes 'estudiar' una carrera.