
Desde hace algunos años, el Ayuntamiento de Gandía viene realizando una serie de obras, reformas y modificaciones en las viviendas que componen la comunidad de Marxuquera. Las iniciaron en la parte Alta y han ido descendiendo hasta llegar a las postrimerías del valle, casi en contacto ya con la ciudad. Su objeto es adecuar las características de tales viviendas a las habituales en el siglo XXI, dado que muchas de ellas carecen de luz eléctrica a 220V, agua corriente y desagües acondicionados, entre otras singularidades, propias más bien de principios de la centuria pasada. La mía es, precisamente, una de ellas.
Marxuquera es, como ya he dicho en muchas otras entradas, un peculiar paraíso. Y lo es por infinidad de razones. Es fascinante echar a andar partiendo de la urbe y en pocos metros pisar ya un terreno agreste y difícilmente domesticable. A tu derecha ves montes de casi mil metros de altura, a veces nevados, y a la izquierda adviertes el mar mediterráneo; desde Marxuquera ambos parecen fusionarse. Las casas más antiguas se edificaron hace casi cien años, y su estructura es tan sólida que crees que aunque pasen milenios seguirán en pie. Dentro de su cuerpo de cemento hay enormes bloques de roca, que impiden la intrusión del ruido de la sonora, y demasiado cercana, autopista, que rompe en dos el valle en su tramo inicial. En invierno, cuando el frío y la humedad inundan el ambiente, cierras puertas y ventanas y por mucho estrépito que generen los degenerados al mando de sus potentes vehículos no oyes más que un rumor débil e insignificante, que parece más el aliento de la propia casa al respirar. Aunque Gandía entorpece cada vez más su visión, es aún posible contemplar las estrellas bajo el Molló de la Creu o desde Santa Marta. Y, en noches veraniegas, puedes pasear a la luz de la Luna sin tropezar con asfalto fresco en bastantes kilómetros a la redonda, en casi total oscuridad. Éstos son, sólo, unos pocos de los atributos que posee Marxuquera, y quienes los amamos los consideramos como propios, identificativos de su carácter especial, y también del nuestro.
Suelen esgrimirse razones medioambientales para la urbanización de Marxuquera. Se aduce, por ejemplo, que es necesario construir un sistema de desagüe dado que muchas de las aguas negras van a parar a pozos, que pueden contaminar los depósitos subterráneos. De acuerdo, es justo. Se quiere transformar el tendido eléctrico para que soporte las tensiones "modernas", abandonando por tanto los clásicos 120V. Esto me parece más discutible, pero comprendo a las gentes que deseen instalar una estufa o un aparato de aire acondicionado y hasta hoy han necesitado de incómodos transformadores para hacerlo. No obstante, también cabe señalar que la tensión actual es extremadamente económica, mientras que la luz a 220V es, naturalmente, mucho más cara.
Por otra parte, hay un par de remodelaciones que me parecen directamente excretables: se trata del acondicionamiento de caminos particulares y del alumbrado. Esto expele un tufo muy a "nuevos ricos" y que, en parte, puede dar al traste con la idiosincrasia de Marxuquera. Veamos: el camino principal de entrada a mi vivienda, el Camí Racó de la Creu, recorre casi todas las casitas y chalets de nuestra rama comunitaria. Una de las bendiciones de la mía es, precisamente, quedar al margen de ese sendero principal (por el que, naturalmente, circulan coches, motos, camiones, etc.), y comunicarse con él sólo con una estrecha vía de tierra, situada entre naranjos. Pues bien, la idea es ensanchar dicha vía con el fin de que por ella quepan los vehículos. Esto, para mí, no sólo no es necesario, sino totalmente carente de sentido: no quiero que los ruidosos coches o ciclomotores transiten justo al lado de mi casa; no hay ganancia alguna, no mejora mi calidad de vida, al contrario. Si no me beneficia, ¿tengo que consetirlo, teniendo en cuenta que, además, somos los propios ciudadanos los que corremos con los gastos de las obras? ¿No será, pregunto, esta decisión consecuencia de la insistencia de ciertos pudientes residentes que exigen tener sus lujosos vehículos cerca de su casa?
Otro punto es la iluminación. También da la impresión de que aquí influyen, por lo menos, aquellos que no comprenden, o no les importa, que Marxuquera siga siendo lo que es. El alumbrado que existe ya en la parte Alta y en zonas de la Baja, es exageradamente desproporcionado para la cantidad de habitantes y edificios presentes. No necesitamos mayor número de luminarias que las imprescindibles, a no ser, desde luego, que nuestras posesiones sean suficientemente valiosas y temamos la llegada de los ladrones. Sin embargo, siempre he creído que, del mismo modo que cuando aumenta la presencia policial aumentan los robos, si nos excedemos en la iluminación, bajaremos la guardia, no tomaremos las precauciones necesarias... y nos birlarán hasta las cortinas. La iluminación excesiva deslumbra y nos hace perder las estrellas, las únicas luces que de verdad es gozoso observar. Además, supone un gasto municipal importante, y las típicas farolas o "globos" ni siquiera brindan luz al suelo, sino que en su mayor parte se escapa al espacio en las alturas.
Hay una diferencia importante entre mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, algo que todos queremos, imponer unas medidas innecesarias completamente, y exigir a dicha ciudadanía unas obras que, en el mejor de los casos, urbanizará una región rural y agrícola única, por sus especiales características y sus propios valores, y en el peor, vaciará los (ya bastante) maltrechos bolsillos de los habitantes de Marxuquera. El error está, precisamente, en tratar de trasladar esos valores urbanos, las ventajas y adelantos propios de una urbe, a la zona rural, con el fin de equiparar ambas, como si fuesen dos ámbitos geográficos cuyos residentes buscaran lo mismo. Y no es así. O no debería serlo; en Marxuquera debe primar el descanso, la vida reposada, el silencio, la oscuridad y la diversión respetuosa con los demás. Y no porque yo lo diga; son los atributos que definen a Marxuquera, como bien saben los gandienses.
Me pregunto hasta dónde llega el deseo municipal por solucionar problemas, dotar de mayores servicios y ofrecer facilidades a los ciudadanos, y dónde empieza ya la avaricia y usura, obsequiando a ciertas empresas con el monopolio de las obras. No sé en qué lugar está el límite entre lo uno y lo otro, si es que existe.
La dificultad, el obstáculo y el dilema para todos nosotros no lo constituyen las obras y reformas, su coste (poco asumible para quienes no disponemos de amplio capital), o el tiempo que durarán, sino el carácter obligatorio de las mismas, la imposición del Ayuntamiento y las amenazas, declaradas y explícitas, de que si no sigues el juego, quedas fuera de la partida. Esto es, si reniegas de las obras, si te opones a su realización, te expropian tu vivienda, y con ella, parte integral de tu vida. Así de fácil, así de simple.
"
Marxuquera en peu de guerra" era uno de los numerosos carteles que colgaban de las vallas y alambradas de la zona. Es una incitación a rebelarse, a no dejarse vencer. ¿Habrá que colocar un cuchillo entre nuestros dientes y armarse hasta los codos para defender nuestro patrimonio? No dudo de que las obras ofrecerán beneficios que ahora no disponemos, de que mejorarán aspectos que hoy son deficientes y que dentro de diez años ya casi nadie recordará esta polémica. Y, sin embargo, creo que hay otra forma de hacer las cosas, un procedimiento más consensuado y libre, en función de la disposición económica, las necesidades reales y los requisitos medioambientales, adaptando cada obra específicamente a cada hogar.
Así lograremos que cada uno de nosotros acepte, incluso gustosamente, las remodelaciones pertinentes, que veamos dichas obras como un bien y un fin en sí mismas, no como símbolos de la codicia de un ayuntamiento adulterado por el beneficio y cegado por el poder de llevar a cabo lo que se le antoje, y sobretodo, conseguiremos disfrutar de Marxuquera durante muchos años más, degustando su carácter tal y como hemos hecho en las últimas décadas; sin artificios, sin remozos superfluos, con el sabor añejo y tradicional de una tierra mágica.