9 de julio de 2005
Luces místicas en las alturas
Es una injusticia divina que los que vivimos en estas latitudes no podamos contemplar estas maravillas celestiales. Sólo con estar a la altura de Dinamarca o los países de Escandinavia seríamos testigos de estos excepcionales acontecimientos, pero la Providencia a reservado tales regalos a quienes pasan verdadero frío en invierno. Supongo que es la recompensa por todos los meses de gélido ambiente y temperaturas bajo cero.
Lo que sorprende de una aurora, más allá de su abrumadura belleza, es el hecho de que su aparición en nuestros cielos es debido a una simple cuestión de choque entre partículas. El Sol emite constinuamente al espacio partículas cargadas eléctricamente, básicamente protones, que atraviesan el espacio que media entre la estrella y nuestro mundo. En momentos concretos, cuando el Sol está muy activo, el chorro de partículas es especialmente intenso. Al llegar a la alta atmósfera terrestre chocan con átomos de oxígeno, nitrógeno y algunos otros elementos que por allí arriba circulan y, debido al choque resplandecen con esas sublimes coloraciones, hasta que más tarde la corriente intensa cesa y estos espectáculos fascinantes desaparecen de la vista.
Supongo que habrá quién considerará bastante prosaico explicar el origen de estas visiones por medio de partículas, chorros de protones y choques con elementos químicos. Sé que suena poco romántico, pero así son las cosas, nos guste o no.
Espero no abandonar esta morada terrenal sin haber disfrutado antes de la visión de una aurora; es uno de los fenómenos naturales que no estoy dispuesto a perderme... aunque tenga que ir a Alaska andando.
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