25 de agosto de 2005

El (otro) cielo







El cielo de noche es fantástico, como todos sabéis. La miríada de estrellas esparcidas por toda la bóveda celeste nos transporta a los tiempos primitivos en los que los más evolucionados homínidos hicieron lo mismo, comprendieron vagamente de dónde procedía todo aquello y, como consecuencia, se convirtieron en seres humanos.

Pero no olvidemos que el cielo también nos ofrece maravillas antes y después de la aparición de nuestras queridas amigas estelares. Un ocaso y un amanecer pueden hacernos estremecer con igual intensidad, sólo con unos pocos ingredientes seleccionados: luz, vapor de agua y aire en movimiento. Tres requisitos sencillos y, con ellos, toda una variedad inacabable de escenas, paisajes y espectáculos ofrecidos por gentileza de la madre Naturaleza para aquellos, unos pocos, que quieran saborear esas otras cosas buenas de la vida.

Sin embargo, a veces me entristece comprender cuánta belleza natural es ignorada por unos o despreciada por otros como "cursi"; la gente va y viene, loca y ajetreada, y no se detiene a contemplar un segundo algo tan majestuoso como una puesta de sol, unas nubes raras o la extraña luz que emerge de un sol difuminado por los cirros.

No entiendo a la gente, siendo todo tan sencillo y en cambio cómo les gusta complicar las cosas. A veces, un problema grave puede desaparecer contemplando escenas como éstas, ¿no creéis?

1 comentario:

chusbg dijo...

Tienes toda la razón, vaya fotos mas alucinantes, dan ganas de comerse esas bolas que parecen de algodón de las ferias, que relajante la primera, y que plasticidad la tercera, una maravilla.
Un saludo