14 de agosto de 2005

La estrella que nos dio la vida (1)



Estos días ando ocupado y cansado y escribo poco. De modo que cuando consigo entrar un rato en la red, con el gusanillo de actualizar el blog, lo único que consigo enhebrar son unas pocas líneas de astronomía, las que más fáciles me resultan de redactar.

Así que hoy me decanto (otra vez) por las estrellas. Sin embargo, no iré hasta los límites de la galaxia, o hasta oscuras nubes de gas para encontrarlas; hoy sólo con echar un vistazo al cielo diurno la podremos encontrar. Se trata de una estrella amarilla muy corriente que nos ilumina la vida desde hace 5.000 millones de años; una estrella llamada Sol.

El Sol no tiene nada de especial. Es grande, brillante y maravillosa, pero lo es debido a que está muy cerca de nosotros. Cojamos a cualquier otra estrella, pongámosla en el lugar del Sol y podrá ser un millón de veces más luminosa, tanto que achicharrá toda forma de vida, o mil veces más tenue, incapaz de proporcionar la energía suficiente para mantenerla. Sólo es especial para nosotros porque sin ella no existiríamos; los que creyeron que el Sol tenía una importancia mayor en el Cosmos que otras estrellas pronto se dieron cuenta de su error: con los miles y miles de titilantes astros engrandeciendo el firmamento cada día, ¿cómo vamos a suponer que el que nos da calor a nosotros es especial?



En el interior del Sol suceden cosas extrañas: la materia que allí reside no tiene igual en la naturaleza terrestre. Nada en la Tierra se le puede comparar, porque en el Sol todo es plasma, es decir, una forma de materia similar al gas pero que está a una temperatura y presión tan inimaginablemente altas que pierde su identidad como tal y se convierte en plasma: los átomos que componen el Sol se mueven muy rápidamente y chocan sin cesar, perdiendo electrones y quedando únicamente los átomos desnudos. Eso es el plasma. Sólo en el interior de las estrellas como el Sol es posible encontrar plasma, porque hacen falta condiciones muy específicas de presión y temperatura. Mejor así porque si viviéramos en un mundo dominado por el plasma habría tal confusión de materia gaseosa que nos volveríamos locos.

Mirar al Sol directamente es muy peligroso. No lo hagáis NUNCA sin protección adecuada (las gafas de sol no sirven, tampoco los negativos de películas fotográficas ni trucos domésticos parecidos...). Podría dejaros ciegos de por vida si lo miráis a ojo desnudo sólo unos segundos. Pero, por otra parte, no hay ningún riesgo de ver las otras estrellas cuando el Sol desaparece por el horizonte.



No consideréis al Sol como algo que está siempre ahí y con el que se puede confiar. Ya hablaré en el futuro de cosas raras que le han sucedido al Sol en el pasado (y que pueden volver a ocurrir... o incluso que pueden estar ocurriendo ahora mismo) y de qué manera han afectado a la Tierra. Un cambio permantente aunque ligero en su superficie o en su interior y la Tierra quedaría estéril para siempre, sin nadie que hablara en su nombre. Así que cuando volváis a mirar al Sol (indirectamente, se entiende) respetarlo y venerarlo como lo hacían nuestros antepasados más lejanos, hace miles y miles de años.

Sabían muy bien lo que hacían.

2 comentarios:

chusbg dijo...

Buen reportaje con unas buenas fotos.
Veo que van a seguir los reportajes estaré atento a las nuevas cosas que nos cuentes para seguir aprendiendo.
Por cierto a mi me pasa lo mismo no consigo juntar dos ideas para poder escribirlas, prefiero leer noticias y si encuentro algo que me interese lo pongo en el blog.
Saludos

arbiera dijo...

Pues a mi me pasa al contrario. Necesito comunicar