23 de abril de 2006

En la luz, a la espera



Mirando el cielo uno puede encontrar estímulos muy especiales: recuerdo que fue contemplándo cuando decidí escribir un libro de Astronomía; también lo miraba mientras me juraba que conseguiría vivir en una autocaravana antes de cumplir los treinta; y, asimismo, recuerdo haberlo visto (y sentido) cuando me prometí cumplir algunos de mis grandes sueños de juventud; algunos se han cumplido, otros aún no (lógico, pues aún soy joven...), pero casi todos los grandes momentos, ideas y sentimientos han sido consecuencia de entrar en contacto con el cielo estrellado. No es algo que busco; simplemente, sucede.

Hoy, cayendo el día, he ido a una montaña cercana, atravesada por una detestable autopista, ruidosa e intrascendente. Mientras veía pasar a a toda velocidad los automóviles, también aparecían esas maravillosas casas rodantes, frutos sabrosos pero inalcanzables (de momento, tan sólo). Suponía yo que mi anhelo de vivir en una de ellas cristalizaría en unos dos o tres años, pero ahora el tiempo me apremia más que nunca, y quizá el sueño se convierta en realidad en, como máximo, unos diez u once meses: más no soporto, no soy capaz.

Viendo el aumento imparable del precio del crudo, y sintiendo en mi interior que hay que aprovechar el ahora, el momento, y no esperar el futuro incierto, necesito imperiosamente el contacto con la libertad, la naturaleza, la exploración y la tranquilidad y soledad; y todo esto, que ya disfruto en pequeñas dosis desde hace unos años, puede explotar a un nivel inimaginable si consigo hacer mía una de estas maravillas de la técnica y la independencia. Quizá no viva permanentemente en ella, tal vez me limite a unos días o semanas, para después regresar al nido estable de la ciudad, pero al menos sentiré la experiencia única de la emancipación total, el aislamiento absoluto mientras me rodea tan sólo el cielo estrellado y el camino abierto a mis pies, únicas necesidades reales, como bien decía Stevenson.

Sin embargo, aún restan unos meses para la meta; aún debo sacrificarme de verdad, a lo largo de cuatro largos meses, si quiero hacer real lo que ahora tan sólo es un deseo vaporoso. Si lo consigo, entonces ya estaré en condiciones de sacar mi orgullo, estallar de alegría y mirar al mundo con ojos nuevos. Entonces, si el momento llega, volveré a mirar al cielo, en busca de nuevos retos, nuevas emociones y renovados bríos para cumplirlos. Unos nacerán, otros quedarán en deseos. En ello, de hecho, consiste esto de vivir.