30 de junio de 2006

Huellas felinas en el cielo



Soy un gran admirador de los gatos, como creo ya comenté con anterioridad. Me encanta su independencia, su libertad, la casi nula dependencia de los humanos (al contrario que los perros, con eso de lavarlos, sacarlos a pasear, recoger sus 'desechos', etc... .), y esa gracia felina, la elegancia de movimientos típica de los mamíferos de su clase, que es única.

De modo que me llevé una sorpresa cuando encontré que había ciertos "rastros" de la presencia de gatos en el cielo, en los brillantes brazos arremolinados de la Vía Láctea. En particular, hallé esta maravilla gaseosa, sugerentemente similar a una huella felina, llamada NGC 6334. Localizada en la constelación de Scorpius, a unos 5.500 años luz de la Tierra, esta fantástica impresión de una pezuña gatuna es una nebulosa de emisión, cuyos colores son debidos a la presencia de átomos de hidrógeno ionizado en su seno. En su interior pueden entreverse estrellas jóvenes, envueltas con un caparazón nebuloso protector, estrellas varias veces más masivas que nuestro Sol.

En otra ocasión, cuando tenga un respiro y no ande ajetreado con trabajos y lecturas, contaré la historia de un astrónomo que, tan entusiasta de los gatos como yo, quiso brindarles una constelación propia, en el hemisferio sur. La idea no cuajó pero, tal vez en señal de protesta, los gatos acabaron dejando su huella en el Cosmos, huellas como las de NGC 6334, que por estas fechas empieza a ser visible (baja aún) hacia el sur en nuestra latitudes.

Si uno quiere aprender a vivir, que mire a los gatos, porque ellos lo saben todo.

24 de junio de 2006

26 días (lo bueno y malo)

Cerca de un mes de trabajo. Nada para casi todos; un mundo para mí.

26 días tras un viejo mostrador, atendiendo a viajeros (rectifico, turistas... hay un mundo entre unos y otros, ya hablaré en otra ocasión de ellos), que entran y salen en dirección a decrépitos apartamentos o hacia la tórrida arena, en busca de descanso. ¿Descanso? ¿Se supone que descansar, que huir de la rutina, es salir al encuentro de miles de personas más, encorsetarse en una parcela playera de dos por dos metros y dejar que los rayos ultravioletas del Sol te abrasen la piel mientras te das de codazos con tu vecino y miras las tetas de esa chavala a unos metros de ti? ¿Eso es descanso, eso es atrapar el tan ansiado respiro, la tregua entre la vida cotidiana y las obligaciones? ¿Así es como descansa uno, viviendo exactamente de igual manera que cuando estás en la puñetera oficina, trajeado y ocupado en labores burocráticas?. El mundo está para que lo jubilen.

A veces entran gentes que buscan sosiego de verdad, que se recluyen en sus habitaciones y a las que no ves en todo el día. Charlan, hacen vida reposada, te preguntan cuál es el mejor restaurante de la zona (imposible ayudarles, odio esos antros), y pasean arriba y abajo, hacia el encuentro entre ellos mismos, quienes importan de verdad, obviando la muchedumbre a su alrededor. Son parejas inteligentes, que superan la mediocridad circundante con su espíritu individual y autosuficiente. Cogen unos días, no para salir de la cotidianidad, sino para mejorar, para conocer y para amar. Pero, claro, son los menos, casi nunca se detectan. No hacen ruido, no alborotan, saben ser cautos y van a lo suyo. Bravo, oros entre la baraja de bastos.

Otros palidecen a su lado. Acomplejados pelones, pininas de revista, horteras de pacotilla, sumisos bufones de la noche vulgar, se dedican a gritar y a dárselas de listos, de avispados, cuando en realidad hasta el más tonto capta sus intenciones y sus formas. Miran de reojo a aquél con mejores pectorales, o a las de culo más respingón, llenos de odio y rabia al no poder imitarles. Levantan la cabeza y observan a todo aquel que, con sus cacharros motorizados, generan ruidos y humos por entre la calle candente. Aumenta aún más su odio, su desgracia. No les queda mucho camino por recorrer para que su vida se limite a tunnings, fijadores, trabajos de nueve a nueve y fines de semana repletos de alcohol, música atontante y búsquedas de rajas carnosas. Están destinados a servir al Rey, ya han sido absorbidos.

Yo, mientras, observo el ir y venir, la marejada de turistas, las corrientes del movimiento, destinadas a morir pronto. Me acompañanan ahora libros de Poe, de Habermas, de Bradbury y algunas revistas antiguas. Echo una ojeada al exterior, mientras caminan los transeúntes, ávidos de sol y arena. Vuelvo a los libros, entre llamadas telefónicas y saludos a los que, cerca, pasan a mi lado. No, no voy a cometer el error de dejarme arrastrar. No lo han conseguido en 26 años; es imposible que lo logren en 26 días. Las tentativas, antaño poderosas, han perdido todo su encanto. Ahora (desde hace más de una déacada, en realidad) discurro por caminos separados. Ahora ya no pueden pescarme.

Quedan 79 días.

17 de junio de 2006

Vistas al futuro



Veinte días después de iniciar mi segundo periplo laboral en un año (todo un logro), uno de mis más preciados anhelos está (un poco) más cerca de convertirse en realidad. Es necesario que dé la lata con el tema porque supone una manera de autoestimular mi estancia en el trabajo; a fin de cuentas, trabajo precisamente para hacer realidad esa ilusión personal, no hay ningún otro motivo.

Uno debe marcarse una meta, un objetivo a alcanzar, y lanzarse a por él cual tiburón hambriento. La vida no es más que una sucesión de ideales mentales y el posterior trabajo realizado para alcanzarlos. Hoy imaginamos que podemos llegar hasta aquí; mañana quizá logremos ir hasta allá, y pasado incluso es razonable situarnos en ese horizonte que ahora es sólo una imagen borrosa. Lo que era inalcanzable ayer se convierte en algo real hoy.

Así, paso a paso, uno construye su camino, lleno de obstáculos muchas veces (necesarios y saludables), hasta que por fin llega a su meta, meta temporal y transitoria en cualquier caso. Una meta no es ningún fin, sino el enlace que une propósitos pasados con deseos futuros. Llegar a la meta sólo implica la satisfacción del sueño cumplido y la promesa de nuevos retos. El camino a veces se tuerce, a veces es pedregoso, pero si uno quiere mejorar, tiene que recorrerlo.

Poco a poco, sin prisa, disfrutando de las cosas que el camino te ofrece (frutas, paisajes, gentes, momentos), avanzas sin darte cuenta. Aún queda camino por recorrer, mucho, casi todo. No importa. Con el tiempo todo llega, y tras el pateo, tras la caminata, a veces dolorosa, a veces maravillosa, llegará la recompensa. E incluso, si no la hay, el paseo habrá valido la pena.

Un tiburón, si para de nadar, muere. Nunca paremos de nadar.

14 de junio de 2006

Perspectivas



Perspectivas; puntos de vista; posiciones; encuadres... da igual como lo llamemos, el hecho es que dependiendo de nuestra situación, del lado desde el que vemos la realidad, el mundo es percibido de una forma u otra. El ojo es engañado, la mente intenta agarrarse a lo conocido, a lo visto en otra parte. Sin un contexto adecuado en el que situar aquello que vemos o sentimos, la naturaleza nos puede dar gato por liebre.

Un ejemplo es esta foto. ¿Qué demonios representa? Quien sepa Astronomía lo sabrá (o, al menos, lo intuirá), pero para quien ve un objeto así por vez primera, es posible que ande perdido un buen rato.

Tiene cierto parecido a un cometa, por su forma alargada y brillo elevado, aunque esa franja negra que lo atraviesa es un poco desconcertante. Es un cometa raro. No, lo más seguro es que no lo sea. Olvidémoslo.
¿Una nebulosa? Puede, pero esa disposición del gas, tan plana y delimitada en un espacio fuertemente definido, también crea inseguridad. Las nebulosas, zonas donde nacen las estrellas, tienden a formarse como figuras algodonadas, por los intensos vientos estelares que les rodean, expulsados por esos recién nacidos astros. Una forma tan estilizada no concuerda con casi ninguna de las nebulosas convencionales.
Tal vez se trate de algún objeto exótico, inhabitual en el casi infinito tapiz del espacio-tiempo. ¿Una especie de ráfaga de gas y polvo en movimiento, como una afiliada lanza gaseosa que atraviesa el Universo, hacia una dirección desconocida? No, demasiado imaginativo, demasiado improbable.

La solución la tenemos cuando pensamos, primero, en cómo ha sido tomado la fotografía: la ha obtenido el telescopio Espacial Hubble. Primera pista. Además, representa un objeto extragaláctico (pero situado en las cercanías: 44 millones de años luz). Segunda pista. Y, tercera, se halla inmersa en un enorme y disperso cúmulo de galaxias en la constelación de Dragón.

Es decir, que es una galaxia. Pero, ¿cómo puede ser, cómo es posible que veamos así una galaxia? Pues gracias a la perspectiva, es decir, a la posición de esta galaxia (NGC 5866) en relación con nuestra línea de visión. Hemos tenido la suerte de observar este torbellino galáctico mostrándonos su perfil, su plano, su cuerpo repleto de estrellas y extremadamente delgado. En la mayoría de otros casos, las galaxias se observan con un ángulo de visión más abierto, que permite apreciar mejor su forma y sus brazos espirales (caso de tenerlos). Cuando vemos el brazo de gas que traza nuestra Vía Láctea en las noches de verano, también vemos una galaxia (la nuestra) de perfil, sólo que como estamos inmersos en ella se nos revela mucho más grande y con una forma más indefinida.

Todo es cuestión de perspectiva. En todos los ámbitos: en la vida diaria, en nuestro interior y allá arriba, más allá de la atmósfera de nuestro planeta azul.

11 de junio de 2006

Testigos de dogmas, creyentes de lo absurdo



Hoy, apenas nacidas las nueve de la mañana, un par de simpáticos viejetes han hecho acto de presencia en mi lugar de trabajo (y disfrute, al menos por el momento, dado que dispongo de tiempo libre, tanto que he leído tres libros en cinco días...). Estos yayos en cuestión (de quienes ya he hablado, aquí, hace casi diez meses), pulcramente vestidos y documentados hasta las cejas, me ofrecían amablemente unos folletos acerca de las actividades de los Testigos de Jehová, folletos a los que suelo echar una (brevísima) ojeada. Me hace gracia -y siento cierta curiosidad, también- sobre lo expuesto en ellos: el tufo a verdades reveladas, irrefutables, dictadas por los grandes héroes de la religión, acompañadas por una inevitable y curiosa alusión constante a la moral, a lo aceptable y a lo bueno (todo es una misma cosa, por supuesto).

Al mismo tiempo, logro reconocer que tienen algo de positivo: muestran, más allá de paparruchas teológicas y pestilencias éticas, el deseo de un mundo mejor, de un intento por evolucionar y dar al traste con la sociedad que nos rodea, podrida y manifiestamente perniciosa para el bienestar humano libre e integrador. Lo triste es todo el rollo acerca del Armagedón y el posterior paraíso en que se convertirá la Tierra, habitado por los siervos de Dios, dóciles como la manada de borregos y felices en sus mediocres y organizadas vidas.

Ahí es donde encuentro la basura, el olor a podrido, a nociones humanas trasnochadas y directrices religiosas decadentes. Y ahí es donde paro de leer esos panfletos y vuelvo a la filosofía, a la literatura y al ensayo. Vuelvo, por lo tanto, a la libertad de pensamiento, al océano de independencia que proporciona el hallar nuevos mundos por descubrir; ya sea empleando el raciocinio, la imaginación o la inspiración, pero nunca los dogmas ofrecidos como respuesta a todo.

Las grandes verdades no fueron reveladas a gentes de hace más de dos mil años: se nos revelan cada día (y de forma distinta) a cada uno de nosotros, tras cada amanecer o crepúsculo. Las verdades de Verdad surgen de nosotros mismos, no vienen de fuera, y nos sirven para ser más libres, para abarcar más perspectivas, para expandir el sentimiento que tenemos de la vida, de los hombres y mujeres y del Universo en el que vivimos.

Los simpáticos abueletes domingueros, carpeta en mano y respuesta divina en mente, seguirán su viaje en pos de nuevos miembros a los que afiliar; tal vez se hayan hecho muchas preguntas en su vida, pero seguramente no se habrán cuestionado acerca de por qué motivo dejan que sean otros los que decidan y respondan por ellos, por qué permiten que otros les revelen las verdades (sean verdaderas o no) y por qué razón han abandonado todo espíritu crítico ante lo dicho por las autoridades religiosas. Ésas son las preguntas que deberían hacerse, más que las relacionadas con Adán y Eva y la manzana, el Armagedón o qué plegarias realizar antes de irnos a dormir.

Pero, por supuesto, toda especulación intelectual en torno a la religión es perniciosa para los propios creyentes. Las reflexiones filosóficas o científicas representan un peligro, ya que conducen a la herejía o causan incertidumbre entre aquellos que profesan una fe pura y ciega; así, no hay que reflexionar, no hay que razonar, no hay que cuestionar los preceptos y los dogmas. Y eso es lo que hacen los dos viejecitos que me han visitado hoy, amables y considerados hasta el aburrimiento. Y es lo que harán hasta que mueran, llevando consigo la felicidad de una existencia dirigida y orientada por otros, manipulada y mancillada por los intereses de unos pocos.

Es la mácula de todas las religiones, la peste de la Humanidad. Pero ahí siguen ellas, infectando, carcomiendo y matando.

9 de junio de 2006

Bajar a la tierra

Hoy empieza el Mundial de fútbol en Alemania, el gran acontecimiento deportivo del año. Pese a las reticencias por parte de mi conciencia, que me insta a abalanzarme sobre libros y películas sin descanso hasta caer rendido, seguramente perderé un poco de tiempo en algún que otro partido. Reconozco que no entra dentro del esquema clásico de un hermitaño el estar embobado durante noventa minutos tras la televisión, viendo a los grandes ases del balón, pero es lo que hay. Uno no puede dejar de ser humano, de tener sus vicios, sus pasiones, por intrascendentes y poco espirituales o culturales que puedan ser.

Así que mientras absorbo libros de lógica y latín, mientras escarbo en novelas y ensayos en pos de saberes varios y peripatéticos, a la vez que examino espíritus y otros mundos, echaré un vistazo a esos seres que tanta estrella poseen (estrella opaca, en cualquier caso), mientras enlazan jugadas de ensueño e intentan alcanzar ese anhelado trofeo coronado por un balón dorado.

Bajemos a la tierra, de vez en cuando.

8 de junio de 2006

Comunicaciones

Oí anoche que en España había más teléfonos móviles que personas. El negocio debe ser redondo. Pero, para mí, hay un problema, y es saber qué estamos comunicando en realidad, cuál es el valor que damos a las palabras y, sobre todo, si realmente transmitimos algo que vale la pena escuchar o leer.

Yo no tengo móvil. Nunca lo he tenido. No es necesario en mi vida, y seguramente me daría más incordios que otra cosa. Debo ser de los pocos jóvenes con veintitantos años que no andan como sonámbulos por la calle, pegados a la pantalla de crístal líquido durante todo el día. Me hace gracia ver a los adolescentes (y a gente, en principio, madura) absortos con esos aparatejos, ignorantes e indiferentes ante el mundo: sólo parecen existir esos símbolos digitales, todo lo demás es intrascendente. Me he tropezado con más de uno de esos sonámbulos, que no vio por dónde iba y fue a chocar conmigo, absorto yo, a mi vez, en mis devaneos mentales, mirando al cielo o rascándome la cabeza. Y siempre me pregunto: ¿qué estarán leyendo, qué escribirán?, ¿poemas de amor, citas famosas, textos memorables para la Humanidad? Obviamente, en general no.

Supongo que a diario habrá miles (seguramente millones) de mensajes transmitidos por móviles que no supondrán más que saludos, despedidas, aclaraciones, sensaciones o deseos de encuentros. De igual manera, las conversaciones irán por senderos similares. Eso está bien; para ello han nacido los móviles, para comunicar. Pero creo, y es algo que tan vez también sucede con Internet, que en realidad, aunque estemos en la época de las comunicaciones, nos hallamos también en la época de la incomunicación, no sólo porque tendemos a la comunicación indirecta, sino sobre todo porque no escuchamos.

Comunicar es compartir, absorber lo dicho por otros, hacerlo tuyo, incluso, y saborearlo. Pero esto está más allá del hoy y el ahora; en la actualidad prima la premura, la palabra fácil, es hola y el adiós, instantáneo. Y en esto los móviles son los mejores aliados. Una consecuencia de todo ello es que supone más caché hablar con muchos y mal que con pocos y bien. Muchos jóvenes (aunque no todos) apenas saben escribir sin fallos ortográficos y tienen importantes carencias léxicas y gramaticales y, además, leen muy poco (nada, prácticamente, más allá de las obligaciones escolares y los diarios deportivos).

La imagen que dan los móviles es de una comunicación constante, de un mar de palabras enviados en una y otra dirección. Se ve que nos comunicamos mucho, anhelamos entrar en contacto con otras personas, pero a mi entender es una comunicación, en la mayoría de los casos, vacía y superficial, que nada aporta y que disculpa la tan necesaria comunicación directa, cara a cara. No se trata de despreciar los móviles, sino de entender que su uso tal vez sea exagerado, superfluo en ocasiones y de cara a la galería, en otras muchas.

44 millones de móviles en España. Hay mucho bueno que decir. Hagámoslo.

4 de junio de 2006

Novalis, pinceladas de vida

Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos.

El camino misterioso va hacia el interior. Es en nosotros, y no en otra parte, donde se halla la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro.

Todo objeto amado es el centro de un paraíso

Cuando veas un gigante, examina antes la posición del Sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo

Lo que ahora no alcanza la perfección, la alcanzará en un intento posterior o reiterado; nada de lo que abrazó la historia es pasajero, y a través de transformaciones innumerables renace de nuevo en formas siempre más ricas.

Es tocar el cielo, poner el dedo sobre un cuerpo humano.

Novalis, poeta y filósofo alemán (1772-1801)

2 de junio de 2006

¿Por qué?



Nunca sabremos por qué se creó el Cosmos. Nunca entenderemos los motivos, las razones, si es que las hay, que llevaron a algo o a alguien decidir construir todo lo que existe, desde la briza de hierba del jardín hasta las galaxias espirales. Así opina mucha gente; y si no podremos saberlo no será consecuencia de que seamos tontos, que carezcamos de luces, o tengamos un bloqueo mental permanente: no lo sabremos jamás porque, si lo hiciéramos, seríamos Dios.

No hay motivo, tampoco, para devanarnos los sesos en el intento; el Cosmos existe, y punto. Hay que adentrarse en sus dominios, interesarse por sus secretos, sus enigmas, los fenómenos que alberga y la relación que mantiene toda esa gigantesca estructura de materia y vida con nosotros. Y con ello es más que suficiente; querer dar pasos más allá, penetrar en la mente del Creador, es quizá demasiado arriesgado. Quizá ni siquiera tengamos la capacidad neuronal suficiente.

Ahora bien, la pregunta nos tienta, es estimulante, agranda el horizonte del saber y, al menos, ayuda a los hombres y mujeres a entenderse mejor a sí mismos; el intentar comprender por qué motivo existe todo la maquinaria cósmica tal vez sepamos por qué existimos nosotros. Puede caber la posibilidad, incluso, de que no sea imposible saber la respuesta a tal pregunta. ¿Y si Dios no fuera más que un invento, una patraña, una falacia creada por los temerosos y apocados humanos que buscaron en un ser divino y omnipotente la mano capaz de dar forma, color y vida al Universo?. Entonces sí estaríamos en condiciones de conocer el por qué. Pero, ¿hay un por qué?. Si nada movió las leyes naturales, si nada impulsó la Creación, es posible que nos encontremos ante un Universo azaroso y formado a consecuencia de una casualidad, un cúmulo accidental de condiciones físicas y biológicas que han permitido la aparición de la materia y la vida. Así, el Universo es sólo una cuestión de buena suerte.

¿Es suficiente con ello, con quedamos satisfechos con esa 'respuesta'? No, en absoluto, de modo que estamos como al principio: no sabemos por qué existe el Cosmos. Es una de las preguntas que hemos ido haciéndonos desde miles de años atrás, y seguimos en la más absoluta de las ignorancias. Podemos olvidarnos de ella, arrinconarla y pasar a otras cosas, más sencillas o menos comprometidas. Podemos, como hacen unos, dejarla en manos de los textos religiosos, de papa y curas, o podemos, como hacen otros, suponer que no hay respuesta a tal pregunta. En ninguno de los casos llegaremos a ninguna parte.

La opción intermedia es más vaga, más insegura, pero mucho más valiente. Puede que haya un motivo, una razón, una explicación que nos aclare el por qué; si existe, y es asequible para nuestras limitadas mentes humanas, entonces hay que ir tras ella, no por qué nos haga mejores, no porque consigamos un premio o logremos eliminar nuestros problemas, sino simplemente porque, como dijo Friedrich Nietzsche , "quien conoce un por qué puede vivir cualquier como".

31 de mayo de 2006

Sociedades verdaderamente humanas

"Nápoles tiene setenta mil habitantes, de los cuales trabajan sólo diez o quince mil, y éstos se debilitan y agotan rápidamente a consecuencia del continuo y permanente esfuerzo. Los restantes se corrompen en la ociosidad, la avaricia, las enfermedades corporales, la lascivia, la usura, etc., y contaminan y pervienten a muchas gentes, manteniéndolas a su servicio en medio de la pobreza y la adulación, y comunicándoles sus propios vicios. Por eso resultan deficientes las funciones públicas y los servicios útiles.
En cambio, como en la Ciudad del Sol las funciones y servicios se distribuyen a todos por igual, ninguno tiene que trabajar más de cuatro horas al día, pudiendo dedicar el resto del tiempo al estudio grato, a la discusión, a la lectura, a la narración, a la escritura, al paseo y a alegres ejercicios mentales y físicos. La comunidad hace hace a todos los hombres ricos y pobres a un tiempo: ricos porque todo lo tienen; pobres porque nada poseen y al mismo tiempo no sirven a las cosas, sino que las cosas les obedecen a ellos."

Tomasso Campanella (1568-1639), La Ciudad del Sol, 1623.

29 de mayo de 2006

Punto (y aparte)



Tras el largo periodo de exámenes - los cuales han ido bien (o así lo presiento) y, por lo tanto, permiten que se haga realidad uno de mis sueños veinteañeros -, ahora toca cambio de tercio. Por supuesto, todo cambio implica aventura; en este caso es seguir el mismo camino pero un sendero distinto, lo cual tiene su parte interesante. Dejo los estudios convencionales para adentrarme, por segunda vez menos de un año, en el asqueroso y putrefacto mundo laboral: pero es una incursión superficial y temporal, de tal suerte que ese mundo podrido no conseguirá arrastrarme ni hacerme suyo. Son sólo unos meses, un pequeño espacio temporal, necesarios para hacer realidad un sueño (otro) que llevo en las venas casi desde que tengo uso de razón.

Odio trabajar. Supongo que a muchos les sucederá lo mismo, si están en el caso de trabajar en algo que no les motiva, estimula o agrada. El mayor regalo que una persona puede hacerse a sí misma es luchar por vivir de acuerdo a su modo, a su filosofía, alcanzando ese bienestar de saber que día a día te levantas para mejorar, y que aportas tu grano de arena al conjunto de la Humanidad; trabajando en aquello que te gusta, por lo que sientes pasión, una persona asciende de entre la mediocridad para ser el mejor en su labor. No hay mejor estímulo a la hora de ser creativo y eficiente en el trabajo que desarrollar una actividad allá donde te sientes a gusto, en lo que te hace sentirte vivo, y ello es imposible si tu faena consiste en algo que está lejos de tus aspiraciones o preferencias.

Naturalmente, mi futuro trabajo tampoco representa mis aspiraciones: éstas sólo encierran montañas de libros, un ordenador frente a mí y pasarme horas y horas tecleando, divagando o arrancando el alma a cada pulsación. Da igual que escriba artículos de divulgación, libros, relatos, poemas (peripatéticos, en todo caso...), diarios, críticas, etc. Sea lo que sea, siempre me estimula, siempre me llena de energía y felicidad desgranar palabras, hacer físico y palpable algo que horas o minutos antes sólo estaba presente en la masa gris. El problema, el mismo a lo largo y ancho de la eternidad, es que la recompensa por hacerlo es inexistente: recompensa económica, se entiende. Si uno anhela vivir así, sin trabajar excepto en aquello que te haga persona y ser integral, la sociedad te lo pone dificil. Más bien, casi te lo impide.

Pero hay que proponérselo. Con tiempo, paciencia y constancia, quizá el regalo venga, tal vez se materialice algún día. Es posible que hoy tengamos que sacrificarnos, un poquito al menos, trabajando en lo que no nos gusta para que mañana podamos disfrutar de lo que significa la vida plena, la existencia digna, el éxtasis total que implica hacer aquello para lo que has nacido y sientes amor. Cuando uno trabaja en lo que quiere no trabaja, se divierte. Todo acto de trabajo debería constituir un acto de diversión, de placer. Sino, el trabajo adquiere la forma de un demonio tiranizante y destructor que, con el tiempo, te encierra en su guarida y absorbe lo que de humanos libres tenemos. No es exagerar, es consecuencia de lo que veo a mi alrededor, de la transformación que sufren las gentes ante el martirio que para algunos supone el trabajo no deseado.

No dejemos que el monstruo nos alcance.

23 de mayo de 2006

Punto (y seguido)



La rotación de la Tierra ha dejado en tinieblas medio hemisferio de exámenes, agua pasada que se pierde en el olvido. Por el horizonte, a días vista, viene otra andanada, la última, la que cierra el ciclo.

Aparte de las lecturas, otra de las necesidades inmediatas en época de controles es el pateo, caminar entre naranjos, rodeado por montañas y el frescor de la primavera. Hoy era día para recorridos a pie, pues el poniente ha dejado paso a un fresco levante y el cielo se ha cubierto de gris, hundiendo las temperaturas y brindando paseos interminables.

La suerte de tener coche propio (aunque renquee y tenga más o menos tu edad...) es la posibilidad de estar en un santiamén allá donde quieres, sea la playa, el monte o ese refugio en donde te escondes para huir de todo, menos de tí mismo. En esta ocasión las cuatro ruedas me han llevado a una zona boscosa, tan sólo alejada de la ciudad unos pocos kilómetros. Pese a esa separación tan escasa, ir allí es entrar en otro mundo, un universo de paz, silencio, árboles y vida. Me siento afortunado de vivir en una tierra que dispone, en unos pasos, tantas alternativas, tantas opciones, paisajes y sensaciones.

Caían gotas de lluvia mientras iba yo despedazando el tiempo a cada paso; no oía una alma, apenas escuchaba el rumor lejano de una excavadora, que bien podía estar en el confín del mundo. De repente, un par de conejos aparece enmedio del camino, sin percatarse de mi presencia. Parece una madre y su cría. Me detengo, mientras mis pasos llegan hasta donde estaban ellos; entonces se ponen en marcha, esfumándose. Sigo adelante, y unos metros más adelante, vuelvo a parar. No están, han entrado en su madriguera o están en el otro lado del desfiladero. Pasan unos segundos, absorbiendo yo ese silencio único, arrollador, casi mareante. Cuando echo la vista al camino, los veo de nuevo: están comiendo algo, no sé qué. Se olisquean, se persiguen un momento y, oscilando sus graciosos traseros entre el gris y el blanco, desaparecen para siempre. Me quedo un instante allí, quieto por si se les ocurre regresar, pero por lo visto prefieren seguir entre la maraña arbustiva que lo llena todo.

Un familia de conejos; ni misterios cósmicos, ni problemas filosóficos, ni supuestas intelectualidades peripatéticas, ni leches en vinagre: una familia de conejos encierra toda la belleza, toda la verdad y toda la esencia de la vida, resumida en unos tallos de hierba para comer, un retoño a tu lado a quien enseñar y amar, y el inmenso tapiz del mundo exterior, ajeno e indiferente, sobre tu espíritu. Ellos no lo saben, pero han abierto un poquito más los ojos a alguien desgarbado que los observaba con curiosidad desde la distancia.

Ahora, claro, de vuelta a los libros.