Todo ser humano anhela algo a lo largo de su vida. Unos quieren ser ricos, otros desean encontrar una pareja para toda la vida, o un trabajo agradable y en el que encontrarse a gusto. Los hay que prefieren una existencia más radical, e inician una peregrinación a ninguna parte, yendo de un sitio a otro, con la casa a cuestas, despertándose quizá cada día en un paraje distinto, sin saber adónde te llevará hoy la vida. Son los trotamundos, y hoy en día los hay muy diversos.
Por ejemplo; unos deciden hacerse a la mar, navegando entre mares de soledad y durmiendo con el rumor de las corrientes. Atraviesan enormes extensiones de agua, con escasa compañía, para encontrar quién sabe qué, o quizá para encontrarse. A veces sufren accidentes, y desisten. Otras veces encuentran maravillas y deciden hacer de ese modo de vida itinerante una perpetua exploración de este mundo, azul por antonomasia. De puerto en puerto, pescando aquí, capturando allá, viven, serenos y estables, entre la frénetica y constante marea de la vida.
Hay otros que se suben al primer carro que encuentran; un coche destartalado, un autobús barato, o una camioneta de las de antaño, vieja y ruidosa. Les llevará a un lugar ignoto, desconocido por completo. Simplemente siguen el camino, que queda marcado; ellos permanecerán fieles, y cuando lleguen a su destino lo sabrán, de manera rotunda e inequívoca. Entonces extenderán sus mantas, expondiendo a los ojos de los demás sus fantasías, sus obras más preciadas. Pintarán, tocarán música, cantarán, harán piruetas, ingresarán en definitiva en la legión de trabajadores de lo bello, de lo auténtico, viviendo sin trabajar, porque la vida es para disfrutar. Quizá les falte el euro, quizá tengan que pasar hambre. No importa, ellos son fieles a la vida, al ser, y tal vez mañana, cuando interpreten ese cuarteto de cuerda, cuando plasmen ese bello rostro femenino, o cuando canten a los cuatro vientos esa canción que antes no recordaban, tal vez entonces reciban lo que necesitan para mantener el ánimo y el espíritu en acción.
Y quedan unos otros, tan audaces como los anteriores e igualmente inconformistas, sutiles en sus deseos y anhelantes de libertad, que deciden hacerse a la carretera, para no regresar jamás al punto de partida. Han tardado más en conseguir hacer realidad su sueño, porque es caro, pero llegan al fin, en cualquier caso. Ahorran, piden dinero prestado, hacen cuentas, y cuando tienen en la mano lo necesario, dicen adiós a mamá y a papá y desaparecen, en busca de lo que está por descubrir y amar. Están hartos de vivir en mil superfluas comodidades; necesitan riesgos, necesitan salir al espacio exterior, el que está más allá de la protección urbana. Son trotamundos caravaneros, viajantes de la Tierra, caminantes al son del ocaso mientras dure la gasolina, mientras haya sentimiento. Son aquellos que deciden ponerse al volante, con la casa a sus espaldas, con el sol frente a su rostro y un deseo de saber qué hay allende el horizonte.
He conocido a una persona así. Va a realizar su sueño. No sabe cómo saldrá la experiencia, si será para bien o para mal, si tendrá mil encontronazos o todó será pan comido. Ha decidido dejar el nido, volar libre, y sentir que no hay imposibles. Es mucha la envidia sana que me invade; él lo ha conseguido, tras muchos planteamientos, tras devaneos entre sí y el no. Seguro de mí mismo, amontonó dinero y pertenencias, y se hace a la carretera. El destino le aguarda, sólo tiene que pisar el acelerador.
Ése es el sueño que persigo desde hace cinco años; es recurrente, me invade un día sí y otro también. Me obsesiona, me llama para que lo haga realidad. Tendré que esperar aún un poco más, porque no está la vida poniéndomelo fácil, pero sé que no es una utopía. He de ser paciente, amontonar dinero y más dinero, y sólo entonces podré sonreír, satisfecho. Es el precio a pagar por la libertad, por la indepedencia y por la facultad de ser uno mismo.
Tarde o temprano, pagaré el precio. Y volaré.
2 comentarios:
Buena reflexión, no todos tienen ese pensamiento, es muy fácil quedarse en el mismo sitio, no pensar, acomodarse, pero tarde o temprano se da uno cuenta de lo que ha perdido y que no podrá retornar, el ansia de libertad, el ansia de vivir tu propia vida, pues aunque nunca es tarde a veces se traspasa una barrera acomodaticia tal, que como no venga alguien a sacarte de tu arrobamiento, es difícil salir.
Muchas veces, las más, yo pienso que no es cuestión de dinero, hay cosas más fuertes y profundas, sigue tus inclinaciones, para volver siempre hay tiempo, y volver no es una derrota, puede ser un alto en el camino para coger fuerzas y seguir.
Un saludo
Sí chusbg, es verdad. Lo sencillo es mantenerse, estancarse. Uno debe pensar de nuevo, hacerse otra vez, y emigrar. Yo lo necesito, quizá ahora más que nunca, y sé que aunque tenga escasos recursos económicos, ese momento llegará, tal vez incluso antes de lo que creo.
Un abrazo.
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